Cuando todo parece derrumbarse, aún queda el consuelo de la filosofía: Una lectura vital de Boecio

¿Qué decir ante esa obra que se convierte en un testimonio humano de hondura inigualable?

Me refiero a «La Consolación de la Filosofía», escrita por Boecio en el año 524.

Boecio es un hombre culto, de amplia formación intelectual y de gran cultura filosófica por haber sido educado en la tradición grecolatina. Conocía en profundidad a Platón, Aristóteles, Cicerón, a los estoicos y también tenía conocimientos de otras disciplinas. Incluso, fue traductor al latín de algunas obras de los dos grandes filósofos griegos. Algunos estudiosos le han calificado como «el último romano y el primer escolástico«, aludiendo a que su figura es como un puente intelectual entre el saber antiguo y la filosofía que vendría en la Edad Media.

Trabajó para el rey ostrogodo Federico el Grande, que gobernaba en Italia tras la caída del imperio romano de occidente. Pero sufrió el abandono de la diosa Fortuna cuando fue acusado de traición por dicho monarca, encarcelado en el norte de Italia y condenado a muerte.

En su prisión, en espera de la muerte, Boecio no cede ante la desesperación, ni ante el miedo y escribe allí su gran obra: «La Consolación de la Filosofía».

Nos acercamos a continuación al conocimiento de esa obra, no con intención erudita o académica, sino como seres que, también en alguna ocasión, buscamos sentido cuando todo parece perdido.

La visita de la Filosofía (Libro I)

En la soledad de su celda, recibe la visita de una figura imponente: Es la propia Filosofía, personificada en una mujer plena de sabiduría y serenidad.

La Filosofía le pregunta a Boecio: ¿Crees que es una desgracia estar privado del vano esplendor de la fortuna? (Libro I). La intención de la Filosofía es sacar a Boecio de su lamento y hacerle mirar más allá de su desgracia personal.

Es evidente que la Filosofía no puede liberarlo físicamente de su encierro, pero sí le muestra que la verdadera libertad comienza en nuestra propia mente.

Fortuna, la gran embustera (libro II)

La Filosofía, además, explica a Boecio que la diosa Fortuna es una señora embustera y caprichosa, que da y quita sin aviso alguno.

¿Qué otra cosa es la Fortuna sino una rueda, cuya naturaleza es girar? ¿Acaso ignorabas que la Fortuna es inconstante y piensas que puedes retener lo que ella te dio, cuando su intención era sólo jugar contigo?, pregunta la Filosofía a Boecio…

Con estas reflexiones, la Filosofía nos ofrece una doble y valiosa consideración: En primer lugar, que lo que la Fortuna ofrece, siempre es prestado e inconstante y, en segundo lugar, que en un mundo que gira numerosas veces en torno a lo aparente y lo accidental, es necesario volver la mirada hacia aquello que es lo esencial y no depende del azar; es decir, hacia la sabiduría y la virtud.

El mal y su mentira (libro IV)

Por su parte, Boecio, no le oculta a su ilustre visitante, la Filosofía, el mal que más profundamente le aqueja y le hiere: ¿Cómo es posible (pregunta Boecio) que los malvados prosperen mientras los justos sufren?

La respuesta de la dama Filosofía (Libro IV) contiene una de las ideas más interesantes de la obra: «Los malvados dejan de ser hombres, al perder la naturaleza que le es propia».

Con ello, Boecio quiere decir que el mal no es poder, sino una pérdida de esencia: Quien hace el mal no se enriquece. Al contrario, se degrada; el justo, aunque sufra, no pierde su dignidad; el malvado, aunque reluzca, está vacío.

Esta reflexión es central en el pensamiento moral y metafísico de Boecio: el mal no tiene entidad positiva, es privación del bien, ideas que provienen de Platón y de San Agustín.

Platón, en efecto, en su diálogo La República identifica el mal con una ausencia de conocimiento, de verdad y de orden. San Agustín, un platónico en definitiva, se encarga de desarrollar esta idea del mal como ausencia o privación, pero en clave cristiana: Dios es el Bien Supremo y todo lo creado por él es bueno; por tanto, el mal no puede ser algo creado por Dios sino una carencia, privación o corrupción del Bien (privatio boni), ideas que están presentes en las más importantes obras de San Agustín, como «Confesiones», «De natura boni», o «La Ciudad de Dios«.

En definitiva, Boecio se permite combinar elementos del estoicismo, el platonismo o la ética de Aristóteles, con una visión del mundo que ya es cristiana. Esta combinación permitirá establecer un puente entre el orden racional del cosmos, que es propio de los griegos, y la idea cristiana de Dios como Bien Supremo, presente en San Agustín.

Mucho más adelante, Tomás de Aquino llevará a cabo esa síntesis de manera mucho más sistemática.

La verdadera felicidad (libro III)

La Filosofía le propone a Boecio una búsqueda profunda: la de la felicidad verdadera, que no reside en el placer (alejándose claramente del hedonismo de los epicúreos), el dinero o el poder. «La verdadera felicidad no puede depender de cosas que pueden perderse … si algo puede ser arrebatado, entonces no es el bien supremo» (Libro III).

El propósito de la Filosofía no es otro que proporcionar paz interior a Boecio, sumergido en su desesperación.

Dios, el tiempo y la libertad (Libro V)

En el último libro de la obra, Boecio se pregunta si somos realmente libres puesto que Dios todo lo sabe, incluso lo que haremos. Pero la Filosofía le explica que el conocimiento de Dios no impone necesidad alguna sobre los actos humanos.

Una respuesta, en suma, con la que Boecio intenta una nueva reconciliación, en este caso entre la libertad humana y la providencia divina, que era uno de los grandes dilemas filosóficos. Boecio lo resuelve afirmando que Dios no conoce los hechos a modo de sucesión temporal, sino que su conocimiento es atemporal y eterno. Ve todo, pasado, presente y futuro, en un acto único de visión. Esta noción del tiempo divino, que Boecio explica en su obra, marcará el camino de grandes debates escolásticos sobre la providencia, la predestinación, la libertad, o de las imponentes disputas teológicas y filosóficas acerca de cómo conciliar fe y razón, cuya figura central será Tomás de Aquino en el s. XIII, algo más de setecientos años después de muerto Boecio.

Pero volviendo a nuestra historia, Boecio, finalmente, no salió libre ni sobrevivió puesto que fue ejecutado. Sin embargo, nos dejó una lección de lucidez, serenidad y coraje en las páginas de esta obra magistral. Nos enseñó que se puede buscar el consuelo en la sabiduría y que, en un mundo donde el giro caprichoso de la rueda Fortuna acaba casi siempre por quitarnos aquello que alguna vez nos dio, la voz que siempre permanece es la de la Filosofía, en tanto que expresión del amor por la sabiduría, la verdad y la virtud.

Boecio murió al poco de escribir su obra en la prisión de Pavía.

La Consolación de la Filosofía tiene, claro está, valores filosóficos, pero también humanos. Escrita desde la cárcel, perdida toda esperanza y con el único horizonte de la muerte, es una lectura de gran belleza que alterna prosa y poesía y es un testimonio de cómo el amor por la sabiduría, puede dar sentido a la mayor desgracia; además de constituir una reflexión sobre la felicidad verdadera, la libertad, el mal, etcétera.

Es una obra clave en el tránsito del mundo clásico al pensamiento medieval, que fue leída o referida por pensadores de la talla, por ejemplo, de Tomás de Aquino o Dante. Este último, en su «Divina Comedia» se refería a Boecio como:

«alma de sabiduría pura, cuya voz apagó la celda oscura»

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