La pregunta por el conocimiento es una constante en la historia de nuestra filosofía occidental. En efecto, la posibilidad de acceder a la verdad y los medios apropiados para alcanzarla son cuestiones que ya preocuparon en la antigua Grecia a Parménides, Platón o Aristóteles.
En la Edad Media, el conocimiento quedaba identificado como una forma de acceso a las verdades reveladas por medio de la fe, mientras que la Edad Moderna supuso una revalorización de la razón humana como fuente de certeza.
Pronto, se definieron dos posiciones contrapuestas muy importantes: el racionalismo (Descartes, Spinoza o Leibniz), que defiende que el verdadero conocimiento proviene de las ideas o principios innatos o de las deducciones lógicas, y el empirismo británico (Locke, Berkely y Hume), defensor de que todo saber procede de la experiencia sensible
Es en este punto donde irrumpe Kant (1724-1804) para tratar de resolver la crisis generada en la teoría del conocimiento, por la contraposición entre racionalismo y empirismo, y realiza una propuesta novedosa que él denomina «filosofía trascendental». Sus principales tesis acerca del nuevo modelo de conocimiento que Kant propone, las desarrolla en su gran obra, La Crítica de la Razón Pura, cuya primera edición data de 1781.
La filosofía trascendental es, por tanto, el gran intento de Inmanuel Kant por responder a la pregunta ¿cómo es posible el conocimiento?
Introducción a la idea de filosofía trascendental
Recapitulando, la filosofía trascendental de Kant es una forma completamente nueva de abordar el problema del conocimiento, y la investigación que Kant lleva a cabo en «La Crítica de la Razón Pura» es preguntarse cuáles son las condiciones bajo las cuales los objetos pueden ser conocidos por nosotros.
Su investigación se centra no en la pregunta ¿qué es el mundo? sino en ¿cómo debe ser nuestra mente para que podamos conocer el mundo?. Ahí está la clave.
Para ello, Kant sitúa al sujeto cognoscente (el ser que conoce) en el centro de todo proceso de conocimiento. Es lo que él llama el «giro copernicano» en una clara referencia al giro en astronomía que llevó a cabo Copérnico cuando puso al Sol en el centro del sistema solar, desplazando a la Tierra que, hasta entonces, venía ocupando dicho centro.
De análoga manera, la filosofía kantiana ya no considera que los «objetos» sean los protagonistas centrales del conocimiento, sino que somos nosotros, los «sujetos», los que ocupamos esa posición central para imponer nuestras estructuras mentales, que son las que nos van a permitir conocer el mundo que nos rodea. Antes de Kant se creía que el sujeto (la persona que conoce) se adaptaba al mundo. Pero Kant dice que es justo al contrario: Es el mundo que conocemos es el que se adapta a cómo funciona nuestra mente.
Formas puras de la sensibilidad y categorías del entendimiento
Como vemos, Kant comienza su filosofía trascendental situando al sujeto (no al objeto) como protagonista principal en el proceso del conocimiento.
Ahora bien, a su vez, distingue en dicho sujeto dos facultades esenciales: la sensibilidad y el entendimiento. Por sensibilidad entiende Kant la capacidad de recibir datos del exterior a través de los sentidos; por entendimiento, en cambio, entiende la facultad de pensar los datos que aporta la sensibilidad y darles forma racional.
Tanto la sensibilidad como el entendimiento tienen, según Kant, unas estructuras propias por medio de las cuales se puede conocer, organizar y pensar la experiencia. Esas estructuras ya están «a priori» tanto en la sensibilidad como en el entendimiento de todo sujeto. Es decir, son estructuras que están presentes en nosotros antes (o sea, a priori) incluso de que tengamos cualquier tipo de experiencia. Por ese motivo, Kant las define como estructuras puras.
Es gracias a esas estructuras de que el sujeto dispone como podemos conocer y dar sentido a los datos que percibimos.
Veamos cuáles son esas estructuras previas, tanto de la sensibilidad como del entendimiento.
Por lo que se refiere a la sensibilidad, las estructuras puras (a priori) que establece Kant son el espacio y el tiempo.
¿Qué quiere decir con ello?
Pues que el espacio y el tiempo son formas puras presentes en la sensibilidad del sujeto y que, gracias a ellas, podemos organizar todo el caudal de impresiones que nos llegan en bruto.
Es decir, si somos capaces de organizar los objetos espacial y temporalmente, no es, según Kant, porque espacio y tiempo pertenezcan de manera intrínseca a los objetos, sino que son formas a priori que nuestra sensibilidad impone sobre los objetos que percibimos, de manera que nuestra experiencia sensible quede organizada. Cuando vemos algo, automáticamente lo colocamos en un lugar (espacio) y en un momento (tiempo). Esa facultad de la sensibilidad del sujeto de organizar lo que nos rodea en el espacio y en el tiempo, hace que nuestra experiencia sensible no sea un caos (imaginemos que percibimos los objetos sin que los podamos ubicar en un marco espacial ni determinar qué ocurre antes y qué ocurre después)
Pero hemos dicho que, además de la sensibilidad, hay otra facultad en el sujeto que es el entendimiento y que también tiene sus formas puras.
¿Cuáles son las formas puras del entendimiento?
Las formas puras del entendimiento Kant las denomina las categorías. Esas categorías están también «a priori» en nuestra mente y se aplican automáticamente para poder pensar lo que percibimos. Se entiende fácilmente que percibir las cosas ordenadas espacial y temporalmente tal y como nos las proporciona la sensibilidad, no implica pensar, ni mucho menos razonar, sobre ellas.
La facultad de pensar radica en el entendimiento y utiliza las categorías para poder llevarla a cabo. Sin esas categorías, que son como una especie de moldes mentales, tendríamos sensaciones pero no sabríamos qué significan, ni tendrían para nosotros ningún sentido.
He aquí algunas de las principales categorías de Kant: La categoría de causalidad, por ejemplo, es la que nos permite entender que algo ocurre porque algo es su causa; La categoría de unidad nos permite pensar e identificar algo como uno; La categoría de pluralidad nos facilita reconocer que hay muchos; La categoría de sustancia, nos permite pensar y reconocer la esencia de algo a diferencia de sus cualidades que pueden ser cambiantes. Etcétera.
¿Cuál es la relación entre las formas puras de la sensibilidad (espacio y tiempo) y las categorías del entendimiento?
Esta es una cuestión crucial puesto que es aquí donde radica, según Kant, la posibilidad de que haya conocimiento.
La condición de posibilidad del conocimiento es que las formas de la sensibilidad y las categorías vayan juntas.
Sin van separadas, no hay conocimiento posible. Imaginemos que sólo percibimos sensibilidad pero no entendimiento. Entonces sólo vemos, oímos, sentimos… pero no entendemos nada. Por otra parte, si sólo disponemos del entendimiento, podremos pensar pero nuestro pensamiento no tendrá ningún contenido real.
Por eso Kant afirma «los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas».
Podemos emplear algún ejemplo para entender mejor la necesidad de que sensibilidad y entendimiento actúen juntas. Si escuchamos el sonido de una campana, nuestra sensibilidad nos sitúa automáticamente ese fenómeno en un lugar determinado (espacio) y en un momento temporal concreto (en un antes o en un después). Por su parte, el entendimiento nos permite pensar sobre ese hecho, cuál es su causa, cuál es su finalidad… en suma, darle un sentido.
En definitiva, sensibilidad y el entendimiento, de manera conjunta, utilizan sus formas puras para que podamos construir el conocimiento.
La Crítica de la Razón Pura es una obra mucho más extensa y compleja, cuyo objetivo no es otro que delimitar el alcance de la razón y superar la metafísica tradicional. Pero el camino que Kant abre con la filosofía trascendental es apasionante y lo podemos definir como el estudio de las condiciones que hacen posible el conocimiento a priori.
Kant seguirá investigando en su obra sobre conceptos esenciales en su filosofía como la distinción entre el fenómeno y el noúmeno o la importancia para la ciencia de los juicios sintéticos a priori.
Todo eso puede ser, en el futuro, objeto de otro artículo…
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