EL ODIO COMO ESTRATEGIA: Una mirada reflexiva desde la ética

Los episodios de violencia que están sucediendo en la localidad de Torre Pacheco no son episodios aislados. Surgen como un resultado previsible de un discurso moral que se ha instalado desde hace años en España y en otras partes del mundo (Europa, EEUU…).

Vox alimenta claramente un relato de odio hacia los inmigrantes para generar un conflicto que le proporcione réditos electorales, mientras que el Partido Popular, en ocasiones, guarda silencio y evita responsabilizar al que, hoy por hoy, es su socio de gobierno en autonomías y ayuntamientos y, muy probablemente, lo sea también en el gobierno de la nación, en un futuro.

El odio que proclama VOX (y otros partidos de ultraderecha) sirve a un objetivo político claro: desviar el malestar social hacia un enemigo que, en este caso, convive con nosotros. No hay intención alguna por indagar en las causas reales del malestar que siente una parte significativa de la población, como pueden ser la precariedad, la desigualdad, el acceso a la vivienda, la corrupción… Vox lo fía todo a la construcción de un relato populista que es simple: se trata de oponer los «ilegales, delincuentes o invasores» al «pueblo español«. Así, sin más.

VOX materializa, en términos de teoría política, las ideas de Carl Schmitt cuando sostiene que «toda política auténtica se basa en la distinción entre amigo y enemigo«. Es decir, que todo proyecto político necesita de un «otro» (el enemigo) al que oponerse y que la cohesión interna se alcanza cuando se excluye o se señala como culpables a todos aquellos que no forman parte del «nosotros».

Por supuesto, para VOX, el «nosotros» queda encarnado en la España tradicional, blanca, cristiana y castellana, excluyendo de esa España tanto a los inmigrantes -en particular la inmigración de origen musulmán- como a otras nacionalidades periféricas, cuyo ejemplo más paradigmático son los catalanes independentistas.

Además de esta exclusión, VOX añade otro factor imprescindible en el «nosotros»: se trata de la unidad nacional -heredera del franquismo- . En efecto, la España tradicional, blanca, cristiana y castellana tiene que ser única. Como consecuencia, VOX se opone a cualquier proyecto de tipo autonómico o federal. Desde luego, esta reducción de la diversidad española implica reducir la riqueza y diversidad histórica, cultural o de gentes, a una sola expresión que es la dominante, mediante la negación de otras realidades que también son españolas. Desde el punto de vista de la filosofía política, mantener que sólo hay una identidad válida, supone negar dignidad a lo que es diverso y mantener indefinidamente la exclusión, lo cual está enfrentado con las tesis del pluralismo democrático que defienden algunos pensadores y que yo comparto.

¿Y qué decir del Partido Popular?

La derecha española actual, de la mano de Feijóo, está lejos de confrontar radicalmente la lógica de VOX y la tolera, incluso la acepta en ocasiones puntuales, con gran dosis de resignación estratégica. No en vano, depende de VOX para gobernar en ciertas comunidades y ayuntamientos, como hemos ya señalado, y evita denunciar la violencia que surge del discurso que VOX realiza.

Este silencio convierte al PP, al menos en parte, en cómplice y culpable moral no sólo por lo que hace, sino por lo que deja de hacer. Hay que recordar que callar ante el odio es una forma de legitimar su existencia y su avance.

El mito del desastre económico

Por supuesto, también estos grupos ultra elaboran algún tipo de discurso económico-político que justifique su política de odio. En el caso de VOX, un argumento muy recurrente es que los inmigrantes quitan trabajo y colapsan los servicios públicos.

La realidad es que ese argumento, sencillamente, es falso. Hay numerosos estudios que muestra cómo la inmigración contribuye al crecimiento económico, por no hablar del efecto positivo en el crecimiento poblacional. La idea de que los inmigrantes consumen más recursos del Estado (sanidad, educación…) que los que aportan, es también falsa.

Además, resulta paradójico que el mismo sistema que se sirve de ellos en sectores como agricultura, construcción, servicios domésticos, etc. -en condiciones más precarias que las que tiene el resto de la población- es también el sistema que los trata como a criminales.

Si volvemos la vista hacia la ética y la moralidad, el discurso de VOX es una violación de la dignidad humana. Toda persona, como nos enseñó Kant, debe ser «tratada como un fin en sí misma» y no como un medio que sirva para alcanzar los intereses que otros puedan tener. Pero cuando se considera al inmigrante como una amenaza o un problema, como un delincuente o un inferior, salta por los aires esa propósito kantiano. Si la sociedad de deja arrastrar, de manera recurrente, al trato que VOX propone para el inmigrante, el peligro no sólo estará en el fanatismo sino en que, finalmente, se acabe aceptando el mal como algo normal y natural.

Afortunadamente, desde el punto de vista de la reflexión filosófica (ética) hay otros pensadores que, reconocen la existencia del conflicto pero no mantienen la intención de destruir o excluir al «otro». Es el caso de Chantal Mouffe, filósofa política belga, que afirma con rotundidad: «El adversario es alguien cuyas ideas combatimos, pero cuya existencia consideramos legítima«. Lo que quiere decir es que el conflicto es inevitable pero también saludable y que no hace falta alcanzar el consenso total, sino que nuestras instituciones puedan gestionar los conflictos sin violencia, sobre todo si tenemos en cuenta que nuestra sociedad es muy diversa. La conclusión es que no se puede negar al otro su derecho a permanecer en espacios sociales, económicos o políticos, y que hay que defender un pluralismo político, ideológico, cultural o religioso que sea real y no sólo teórico.

Torre Pacheco es un síntoma más de algo más profundo: la instrumentalización del odio como forma de acceso al poder. Pero ninguna democracia sana puede sostenerse sobre la exclusión, la mentira o la violencia. Nuestra tarea como ciudadanos es ayudar a fomentar un espacio público digno, justo y plural.

El Partido Popular (y, claro está) todo el resto de partidos, tienen que adoptar un discurso claro y una posición clara ante la estrategia de VOX, porque los silencios o los cálculos electorales son también cómplices de esa estrategia. Lamentablemente, el PP mantiene una postura ambigua con VOX porque le conviene: Se distancia lo justo pero no rompe del todo porque necesita de sus votos.

Tal vez, a corto plazo, esta ambigüedad le sea rentable pero, a medio y largo plazo, puede resultar un problema (de hecho, ya estamos viendo cómo el PP tiene dificultades, hoy día, para llegar a pactos con otros partidos moderados, como puede ser el caso del PNV). Además, mantener dicha ambigüedad terminará desdibujando la identidad, moderada y liberal, que tiene el PP y le hará perder peso y prestigio no sólo en España sino en el propio parlamento europeo.

Creo que, en algún momento, el PP tendrá que optar entre romper con VOX y perder gobiernos, o asumir el coste de vincularse cada vez más con el partido ultra.

Señor Feijóo: usted tiene la palabra.

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