La «TRANSVALORACIÓN DE LOS VALORES» en el pensamiento de Nietzsche

La propuesta de una transvaloración de todos los valores no es solo una tesis filosófica, sino que surge como resultado de una existencia vivida al límite.

En efecto, Friedrich Nietzsche (1844–1900) no elaboró su pensamiento desde la tranquilidad de un despacho académico, ni emplazado cómodamente en las tradiciones establecidas, sino desde la soledad, la enfermedad y la ruptura radical con la cultura dominante. Su vida, estuvo marcada por el dolor físico y el aislamiento intelectual, pero también por una lucidez extrema, y, desde ella, se gesta su filosofía.

En el centro de su pensamiento se encuentra el concepto de «transvaloración de los valores» (Umwertung aller Werte), expresión con la que el filósofo alemán invita a una revisión profunda y radical del sistema moral que habíamos heredado, en especial de los valores judeocristianos.

Esos valores —según él— han promovido una ética decadente, enferma y contraria a la vida. Su propuesta no es únicamente destructiva o crítica, sino también creativa: busca abrir un nuevo espacio para una moral afirmativa, vitalista, que permita el fortalecimiento del ser humano.

Vamos a exponer, con brevedad, cómo surge y el significado filosófico de la idea de la transvaloración de los valores en el pensamiento de Nietzsche. Antes de comenzar, hay que insistir en que la transvaloración de los valores no es una teoría más: es el resultado de una experiencia vital que llevó a Nietzsche a declarar la muerte de Dios, el ocaso de los ídolos y la necesidad de crear una nueva tabla de valores.

Nietzsche, un hombre enfermo y solitario

Nacido en Röcken (Prusia) en 1844, hijo de un pastor protestante, Nietzsche creció bajo el influjo de una educación profundamente religiosa. La muerte prematura de su padre -cuando Nietzsche tenía 5 años- y de un hermano, marcaron su infancia y su vida, que fueron acompañadas muy pronto por el sufrimiento y la pérdida. Si a esto añadimos sus constantes problemas de salud y un aislamiento intelectual, es fácil entender que Nietzsche cuestionase radicalmente la fe cristiana que había heredado.

Desde muy temprano demostró un talento extraordinario para la filología clásica, y se convirtió en un joven profesor de esa disciplina en la Universidad de Basilea, cuando contaba 24 años. Pero su carrera académica se vio truncada por una grave enfermedad nerviosa y digestiva que lo acompañó toda su vida. Durante décadas vivió con dolores crónicos, ceguera progresiva y agotamiento extremo.

Su condición física, le obligó a llevar una vida errante, solitaria y marginal. Viajó por Suiza, Italia y el sur de Francia buscando climas benignos para su salud. En esa soledad y aislamiento, sin amigos estables ni reconocimiento institucional, Nietzsche escribió la mayor parte de su obra. Sus libros, en vida, apenas se leían. Su radicalidad lo alejó tanto del mundo académico, como del público general. Por ello, se comprende bien que Nietzsche utilizara un tono intensamente personal y existencial en sus obras: Nietzsche no reflexiona desde la distancia teórica, sino desde el dolor del cuerpo, la pérdida de sentido y la voluntad de superarse.

Escribo con mi sangre. Y el que escribe con sangre aprende a leer entre líneas”, escribía en su obra «Así habló Zaratustra«.

La crítica genealógica y la inversión de los valores

Desde sus experiencias de enfermedad y aislamiento Nietzsche miró con desconfianza las verdades socialmente aceptadas. En «La genealogía de la moral» (1887), Nietzsche investiga el origen de los valores morales dominantes en la cultura occidental. Es decir, utiliza un método genealógico para rastrear cómo y porqué surgieron valores como la humildad, la obediencia, la compasión o la culpa.

Llegó a la conclusión que esos valores no nacieron de una reflexión objetiva acerca del bien, sino de una inversión de los valores que fue promovida por los débiles, los que él llama «esclavos» en el sentido moral.

Esto necesita alguna explicación adicional. Nietzsche distingue dos tipos de moral: a) la moral de los fuertes (o moral de los señores) y b) la moral de los débiles (o moral de los esclavos).

La moral de los fuertes es propia de los individuos poderosos, nobles y vitales, que afirman su existencia y que consideran bueno todo aquello que expresa fuerza, salud, belleza, orgullo o capacidad de crear. Es una moral caracterizada por un sí a la vida. Por una afirmación de la vida.

En cambio, la moral de los débiles surge como una reacción a la moral anterior. Los débiles no pueden ejercer el poder y viven bajo el dominio de otros. En esa situación, se crea un resentimiento de los débiles hacia los fuertes y , como no pueden tener los valores de los fuertes, inventan valores opuestos. De esta forma, lo verdaderamente bueno es ser humilde, obediente, sumiso, compasivo y sufrir en silencio.

Como vemos, según Nietzsche, esta última moral nace del resentimiento que sientes los débiles hacia los fuertes. Los débiles no crean valores por sí mismos sino que reaccionan contra los valores de los poderosos, dando la vuelta a todo: lo que antes era considerado noble, se vuelve malo, y lo que antes era despreciado, se vuelve virtuoso. Así, la humildad, se opone al orgullo; la obediencia a la voluntad propia; la compasión a la dureza.

Este fenómeno de inversión de los valores, según Nietzsche, está en la base del cristianismo y de gran parte de la cultura occidental. Lo que, aparentemente, es compasión o altruismo, es en realidad una estrategia del débil para sentirse moralmente superior al fuerte, al que envidia y odia.

En definitiva, la inversión de los valores se consuma con la tradición cristiana. De esta forma, la vida terrenal se degrada y se ensalza el sufrimiento como vía de acceso a un más allá.

Este diagnóstico genealógico no solo tiene un alcance moral, sino también político y cultural: Nietzsche identifica en toda la cultura occidental una tendencia a negar la vida, a subordinarla a ideales trascendentes, a renunciar a la voluntad por miedo o por un sentimiento de culpa.

El nihilismo y la necesidad de transvaloración

Nietzsche previó con lucidez el colapso de los valores tradicionales, fenómeno al que llamó «nihilismo«, entendiendo por nihilismo la experiencia de que nada tiene sentido tras la caída de los grandes referentes (Dios, la Verdad, la Razón). La muerte de Dios no es un deseo, sino una constatación cultural: la modernidad ha perdido la fe, pero no ha sabido crear nuevos fundamentos.

Dios ha muerto. Y nosotros lo hemos matado”, afirma en su obra «La Gaya Ciencia».

Ante este vacío, Nietzsche ve dos caminos: hundirse en el nihilismo pasivo o afirmar activamente la vida y aprovechar la pérdida del sentido como una oportunidad para crear nuevos valores.

Ahí está la clave de su idea de la transvaloración: no restaurar antiguos valores morales sino crear un nuevo horizonte vital que surja desde la afirmación de la vida (aquí entra en juego su concepto de «voluntad de poder«) y no desde la culpa, el resentimiento o la sumisión que niega la vida y todo lo fía a la esperanza de una resurrección en una vida futura y ultraterrena.

Voluntad de poder y afirmación de la vida

Hemos apuntado, en el párrafo anterior, otro concepto esencial en el pensamiento de Nietzsche: La voluntad de poder. En efecto, Nietzsche descubre que en toda forma de vida hay un impulso profundo a expandirse, transformarse y afirmarse. A ese impulso lo llama voluntad de poder, principio ontológico que sustituye a las antiguas nociones de ser o esencia.

La crítica de Nietzsche es radical, porque considera que los valores tradicionales (judeocristianos) han castrado esa voluntad de poder (que es una voluntad de vida) mediante el miedo, la obediencia y la asunción de sentimientos de culpabilidad. Las religiones, especialmente el cristianismo, presentan a los hombres como esencialmente culpables, pecadores y necesitados de salvación. Así, el cristianismo convierte la culpa en un instrumento de control moral y social.

La transvaloración consiste, precisamente,en liberar toda la energía vital, aceptando incluso el dolor, el conflicto y la muerte, como partes necesarias de una vida plena.

En esto se manifiesta la dimensión trágica y dionisíaca del pensamiento de Nietzsche: no se trata de evitar el sufrimiento, sino de integrarlo como parte del poder creador de la vida.

El superhombre: creación de nuevos valores

Como elemento esencial en esa creación de vida, surge la figura del superhombre (Übermensch), presentada en su obra «Así habló Zaratustra«. El superhombre simboliza al individuo que, superado el nihilismo, ha logrado afirmar la vida en toda su intensidad. El superhombre no cree que el sentido de la existencia venga dado por valores o normas heredadas, sino que funda sus propios valores y propone una ética basada en esta vida, en lo terrenal. El Superhombre supera la moral de los débiles y no busca el consuelo o la salvación en otro mundo. Sencillamente, afirma su existencia en el aquí y el ahora y despliega nuevos valores de fidelidad a la vida real, a la Tierra. Por eso afirma:.

“El superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad diga: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!” (en Así habló Zaratustra).

En suma. el superhombre es una figura poética, un ideal ético-existencial, no una meta biológica. Representa la capacidad de vivir sin ídolos, sin resentimiento, sin trascendencia, en una fidelidad radical a la vida.

Lamentablemente, la idea del superhombre ha sido con frecuencia mal interpretada y desfigurada por completo. El error más común ha sido asociar el superhombre a una idea de superioridad racial, de fuerza o de dominio político, como hizo el nazismo que manipuló el pensamiento de Nietzsche para que sirviera de justificación a su ideología totalitaria.

La soledad como condición del pensamiento

La transvaloración de los valores es una tarea profundamente solitaria. Nietzsche vivió esta soledad en carne propia: incomprendido, sin discípulos ni cátedra, publicó sus obras con recursos propios, sabiendo que hablaba “para los venideros”.

En cartas y notas, Nietzsche expresó que su obra debía ser comprendida solo por unos pocos: por aquellos que también sintieran el vértigo de vivir sin certezas y se atrevieran a crear una nueva tabla de valores desde su propio sufrimiento.

Su colapso mental en 1889 —tras un gesto de compasión hacia un caballo maltratado en Turín— simboliza el agotamiento extremo de una lucidez que ya no podía sostenerse. Pasó los últimos 11 años de su vida sumido en el silencio de la locura.

Para concluir, la «transvaloración de los valores» no es un simple proyecto filosófico, sino el testimonio de una existencia llevada hasta el límite. Es el fruto de una biografía de sufrimiento, lucidez y soledad, pero también de una voluntad creadora inquebrantable. Nietzsche no busca sustituir una moral por otra, sino destruir la raíz misma de aquello que niega la vida para el ser humano despliegue toda su potencia creadora.

Su filosofía todavía hoy sigue interrogando a una humanidad en crisis de sentido y de significado, perdida entre restos de valores antiguos y de promesas vacías…

La «transvaloración de los valores» es una llamada a vivir con intensidad; sin dogmas, pero con coraje; sin ídolos, pero con creatividad. En tiempos de incertidumbre, su propuesta sigue siendo una de las más radicales y necesarias: vivir como si uno mismo fuera el autor del sentido del mundo.

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