El Critón es, sin duda, uno de los diálogos más conmovedores y humanos de Platón. El diálogo tiene lugar en la prisión donde Sócrates aguarda su ejecución tras su condena.
Platón no expone en este diálogo grandes debates metafísicos ni elaborados sistemas filosóficos. Sencillamente, presenta un dilema moral profundamente personal: ¿debe Sócrates escapar para salvar su vida o aceptar la sentencia de muerte dictada por la polis ateniense?
Como veremos, la decisión de Sócrates de permanecer en la prisión y morir por fidelidad a la justicia y a las leyes de su ciudad encarna toda una lección moral que, más de dos milenios después, debería seguir resonando con fuerza en una sociedad contemporánea frecuentemente sacudida por la corrupción, la desconfianza institucional y la desmoralización ciudadana.
El dilema de la justicia: vida o ley
Nos encontramos en Atenas, en el año 399 a. C., cuando Sócrates tiene unos 70 años. Es entonces cuando tres ciudadanos atenienses, Anito, Meleto y Licón, le acusan de tres cargos principales: corromper a la juventud, no reconocer a los dioses de la ciudad e introducir nuevas divinidades.
El juicio se celebró ante un tribunal popular formado por 501 ciudadanos y la defensa que el propio Sócrates hizo de sí mismo está recogida magistralmente por Platón en su diálogo «Apología de Sócrates». El resultado del juicio ya es de sobra conocido: se condena a muerte a Sócrates por medio de uno de los métodos establecidos en Atenas en aquella época: beber la cicuta.
Critón, es un amigo de Sócrates. Fue uno de los seguidores más leales y se mantuvo a su lado hasta el final, visitándolo en la prisión con el objetivo de convencer a Sócrates para que huya y evite su muerte.
En la visita, Critón se muestra angustiado y le propone escapar de la prisión ofreciéndole ayuda y apoyo económico. Además, le argumenta una serie de razones tanto emocionales como prácticas.
Trata de convencer a Sócrates por el dolor que supondría para él la pérdida de un amigo. Un dolor tan personal que Critón considera que no puede permitir que se cumpla lo que considera una tremenda injusticia. Además, le habla del dolor que sufrirán sus hijos, al quedarse huérfanos, y trata de hacer ver a Sócrates que morir sería, no sólo materializar la injusticia de la condena, sino también actuar de manera irresponsable como padre. Por último, también preocupa a Critón que la opinión pública le juzgue severamente y le pueda reprochar que él, su amigo más leal, no intentara salvarle de la muerte.
Sin embargo, Sócrates responde con una sencilla claridad moral. Deja que su amigo Critón se exprese y comprende las preocupaciones que le quiere transmitir. Sin embargo, rechaza la idea de huir, consciente de que eso significa perder la vida.
El rechazo de Sócrates no es visceral ni emocional, sino racional y se fundamenta en argumentos basados en la justicia, la coherencia moral y el respeto a las leyes. Es decir, un rechazo que brota de un razonamiento ético riguroso y no de una reacción instintiva.
El primer argumento que utiliza Sócrates para explicar porqué se niega a huir es que no se debe hacer el mal, ni siquiera como respuesta al mal. Para Sócrates, la justicia es el único criterio válido. Sabe que ha sido condenado injustamente, pero también sabe que huir sería, a su vez, cometer otra injusticia porque supone desobedecer la ley, lo cual es moralmente incorrecto. Así se dice, textualmente, en el diálogo: “Es preciso, por tanto, no devolver injusticia por injusticia ni mal por mal a nadie, sea cual sea el daño que hayamos recibido”.
El siguiente argumento lo encontramos cuando Sócrates se refiere a las Leyes de Atenas. En uno de los pasajes más notables del diálogo, Sócrates introduce un recurso literario brillante: da voz a las Leyes de Atenas, que le interpelan como si fueran una entidad viva. Ellas le recuerdan que ha aceptado voluntariamente vivir bajo su protección, que ha gozado de sus derechos y que ha formado parte del contrato social. Huir ahora sería traicionar ese pacto cívico, sembrar el caos jurídico y actuar egoístamente:
“¿Crees que es posible que una ciudad subsista y no se disuelva si las sentencias judiciales carecen de fuerza y son invalidadas por decisiones privadas y arbitrarias?”
Este argumento muestra un respeto profundo por la comunidad política y por la necesidad de instituciones estables. Sócrates elige morir antes que dañar a la polis. Su muerte no es un sacrificio pasivo, sino un acto de afirmación ética y cívica.
Por último, expone el argumento de su coherencia moral hasta el final. Sócrates se exige a sí mismo actuar siempre con justicia y no quiere traicionarse a sí mismo, manteniendo fidelidad a sus principios, aunque esté en juego su vida.
La posición de Sócrates es profundamente racional y ética. Se trata de una defensa a ultranza de la justicia y de un compromiso profundo con la virtud, único bien verdadero. En el diálogo, no se aprecian en Sócrates ni miedo ni resignación, sino sólo lealtad a su conciencia y a los principios que le han guiado en su vida.
Sócrates frente a la corrupción: ayer y hoy
Frente al retrato de Sócrates como modelo de integridad moral, se alzan algunos casos de nuestra nuestra realidad política contemporánea: En numerosos países, incluidas democracias consolidadas, los escándalos de corrupción, nepotismo, malversación y abuso de poder minan la confianza ciudadana en las instituciones al constatar que se han utilizado los recursos públicos, no para el bien común, sino para un lucro personal o del partido.
Por ello, la figura de Sócrates adquiere una relevancia renovada. Su negativa a huir de la justicia, sabiendo que ha sido injustamente condenado, contrasta con el comportamiento de numerosos líderes actuales que eluden responsabilidades, manipulan leyes a su favor o simplemente niegan la verdad. En cambio, Sócrates representa una ética del deber frente a la lógica del beneficio personal. Su ejemplo nos recuerda que la política debe ser una forma de servicio, no de poder.
En palabras de Hannah Arendt, otra pensadora que reivindicó la figura de Sócrates: “La única garantía de que el mundo siga siendo humano está en que actuemos de forma moral, aunque ello no tenga éxito” (en su obra «Responsabilidad y Juicio«). Y eso es lo que hace Sócrates, actuar moralmente, aunque muera; Los corruptos de hoy sobreviven, pero desintegran la vida cívica.
El Critón no es solo un diálogo sobre la muerte de un filósofo; es una lección sobre la dignidad de la ley, el valor de la coherencia moral y la necesidad de ciudadanos responsables. Sócrates nos dice que la justicia no debe depender de la conveniencia, ni de la opinión pública, ni de las consecuencias. En un tiempo donde la ley se interpreta muchas veces en función de intereses partidistas, y donde la moral pública se diluye en discursos de oportunismo político, el ejemplo socrático reaparece como una exigencia ética urgente.
Quizás el mayor legado del Critón sea la convicción de que vivir bien no es simplemente vivir, sino vivir con justicia. Como Sócrates afirma en el propio diálogo: “El asunto más importante no es vivir, sino vivir bien. Y vivir bien es lo mismo que vivir con justicia”. Es una ética del deber, parecida – aunque no igual – a la que muchos siglos después defenderá Kant.
El Critón sigue siendo, más de dos mil años después, una llamada a la integridad en medio de las crisis políticas y morales de nuestro tiempo. En una sociedad donde la corrupción se naturaliza y donde la ley a menudo se aplica con arbitrariedad, la figura de Sócrates nos interpela: ¿somos capaces de actuar según principios, incluso si eso implica perder privilegios o asumir consecuencias difíciles?
Su negativa a escapar de la cárcel, su fidelidad a la justicia y su respeto por las leyes son un desafío moral que, en nuestro siglo XXI, tiene que perder fuerza.
No debemos mirar a Sócrates como a un mártir o a un idealista. Simplemente, es un ciudadano libre y responsable. Su ejemplo nos recuerda que una democracia auténtica no se construye solo con votos, sino con conciencia ética, valentía cívica y respeto por la justicia.
Cuando Sócrates ha bebido el veneno y está a punto de morir, se incorpora y le dice a su amigo Critón: «Critón, debemos un gallo a Asclepio. No te olvides de pagarlo» (Asclepio era el dios de la medicina y de la curación y era común, al curarse de una enfermedad, sacrificar un gallo a ese dios en señal de agradecimiento).
Sócrates no pide el sacrificio del gallo por su curación física sino por la curación de su alma: para él, morir no es una desgracia sino una liberación del alma respecto del cuerpo.
En suma, el gallo a Asclepio es el último compromiso moral y espiritual de Sócrates…
Deja un comentario