En «El nacimiento de la tragedia» (1872), Friedrich Nietzsche presenta una visión muy crítica del papel que jugó Sócrates en la historia de la cultura occidental.
Lejos de ser un simple homenaje al pensamiento griego, la obra constituye una crítica radical al «racionalismo socrático». Es decir, a la confianza que Sócrates (según Platón) depositaba en la razón como guía superior para la vida moral y para el conocimiento, por encima de otros aspectos de la experiencia humana como el arte, el mito, el instinto o las emociones. Es a ese racionalismo al que Nietzsche hace responsable de la decadencia del espíritu trágico y de empobrecer la vida estética.
Vamos a ver con brevedad tres aspectos de este tema tan interesante: La caracterización que Nietzsche hace de Sócrates como figura histórica y simbólica; la contraposición entre el espíritu dionisíaco y apolíneo; y las implicaciones filosóficas de esa obra para la comprensión de la cultura, el arte y la vida.
- El nacimiento de la tragedia
Nietzsche desarrolla en esta obra una tesis fundamental: la tragedia griega nace de la unión de dos impulsos estéticos que son opuestos, pero complementarios.
Estos dos impulsos son el apolíneo y el dionisíaco. Veamos qué significa cada uno de ellos:
a) Lo apolíneo toma su nombre del dios Apolo, símbolo de la luz (claridad), del orden, de la serenidad. Es, por tanto, el principio de las formas bellas y armónicas frente al caos de la existencia. Este principio está presente en el arte griego por su tendencia a convertir la poesía épica, la escultura o la tragedia, en algo estructurado, en una narración ordenada. Nietzsche lo describe de esta manera: «El arte apolíneo es el arte de la escultura, de la imagen que da forma y contención, del ensueño sereno que transforma el dolor en apariencia» (El nacimiento de la tragedia).
En la «transformación del dolor en apariencia» está la clave. Nietzsche no quiere decir que lo apolíneo suprima el dolor, sino que lo transforma mediante la forma, la belleza y la imagen. De esa manera, el ser humano puede soportar lo terrible del mundo. La escultura clásica griega representa esta actitud: la belleza de los cuerpos, la proporción, la serenidad, son la prueba del espíritu apolíneo, según Nietzsche.
b) Lo dionisíaco, en cambio, representa la embriaguez, el caos, la disolución de los límites y el dolor de la existencia. Nietzsche toma este concepto del dios Dioniso, divinidad del vino, la música, el éxtasis o la fusión con la naturaleza. Lo dionisíaco representa una experiencia en la que el ser humano pierde la individualidad de su yo para fundirse con el devenir, con el gozo vital y con el sufrimiento. Así lo expresa Nietzsche: «Bajo el hechizo dionisíaco no sólo se renueva la alianza entre los hombres, sino que la naturaleza misma celebra su reconciliación con el ser humano«. Esta es una de las frases más potentes con la que Nietzsche define lo dionisíaco como fuerza unificadora, vital y sagrada. No se trata ahora de dar forma serena y clara al dolor, como en lo apolíneo, sino de celebrar la vida en su totalidad, aceptando el caos, el dolor y la muerte, tal y como son.
Vistos brevemente estos dos elementos, el apolíneo y el dionisíaco, estamos en condiciones de seguir el razonamiento de Nietzsche: la tragedia griega nace de ambos impulsos, de la fusión/tensión entre lo apolíneo (como forma, medida, individuación) y lo dionisíaco (como caos, éxtasis o disolución del yo en la naturaleza).
Las grandes tragedias que nos dejaron figuras como Esquilo y Sófocles, viven de esa fusión: lo apolíneo aporta la estructura dramática, los diálogos racionales, la claridad narrativa; lo dionisíaco está presente en el coro, la música, las emociones colectivas y la afirmación del sufrimiento, como algo inseparable en nuestras vidas.
Nietzsche lo expresa así: «La tragedia nació del espíritu de la música, de la unión de lo apolíneo y lo dionisíaco» (El nacimiento de la tragedia). Para él, el equilibrio que se alcanza en la tragedia griega mediante esa unión, constituye un momento único en la cultura de la humanidad.
En definitiva, la tragedia no es un simple género literario sino una expresión metafísica de la vida: nos enseña el horror del mundo pero, sin embargo, nos lo hace soportable. Como él mismo dice: «es la afirmación de la vida incluso en sus aspectos más oscuros«.
Pero este equilibrio se rompe con la irrupción de una figura que cambiará el destino del pensamiento occidental: Sócrates.
- Sócrates como síntoma y causa de decadencia
En «El nacimiento de la tragedia», Sócrates aparece como el agente que provocó una inversión fatal en la cultura griega.
Con Sócrates, el logos —la razón discursiva, el análisis lógico— se impone sobre el mito, el arte y la intuición vital. El conocimiento racional se convierte en el único criterio de valor, desplazando la dimensión estética y trágica de la existencia.
Nietzsche lo expresa con claridad:
“Sócrates es el punto de inflexión, el vórtice del que nace la filosofía racionalista que niega el valor del arte trágico”
La tesis de Nietzsche es que Sócrates, con su énfasis en la virtud como conocimiento y en la posibilidad de alcanzar la verdad por medio del diálogo racional, introduce una moralidad racionalista y optimista, que confía en que la vida puede explicarse, corregirse y mejorarse por medio de la razón. Pero esta confianza en lo racional, es un error fundamental porque en la vida no todo es racionalmente justificable. Creer eso es, para Nietzsche, una ilusión que niega el sentido real de la vida , la cual es caótica, contradictoria y dolorosa.
- El “socratismo estético”
Paradójicamente, Nietzsche señala que Sócrates, se convierte en artista en su vejez, componiendo música y escribiendo fábulas. Sin embargo, esta actitud le parece a Nietzsche un síntoma más de decadencia: un intento de racionalizar incluso la creación artística.
Nietzsche habla entonces del “socratismo estético”.
¿Qué quiere decir? Que hay una forma de arte que no brota de la experiencia apolínea y dionisíaca (lo que dio origen a la tragedia griega, como hemos visto), que no nace del instinto, del éxtasis o del dolor, sino que surge de una necesidad racional de justificar la vida mediante la belleza. Es el inicio del arte decadente, de una estética domesticada y subordinada a la moral. El arte, según Nietzsche, no puede ser una respuesta racional, sino un acto vital, trágico y creador de sentidos y de significados.
Para Nietzsche, esa domesticación racional del arte no nos sirve de consuelo, como sí lo hace la tragedia antigua, sino que nos adormece y nos domestica. Por ello, piensa que todo el teatro posterior a Eurípides, la literatura cristiana o las novelas morales son ejemplos de ese arte «socratizado» (racionalizado) cuyo objetivo no es crear una experiencia estética profunda sino transmitir enseñanza al espectador. Por ejemplo, hay obras en el neoclasicismo donde todo está equilibrado y se exalta la virtud, la razón y la moral cívica; o en el romanticismo donde se trata la melancolía o el sentimiento de manera edulcorada; o el paisajismo como fuente también de formas armoniosas, agradables, neutras…
Frente a este tipo de arte, se eleva otro que nace del éxtasis y del dolor. Lo vemos, por ejemplo, en Medea de Eurípides, con toda su carga de intensidad trágica; en el Guernica de Picasso que expone un horror sin filtros paliativos; o en el Réquiem de Mozart que hace sublima el dolor y el sufrimiento humanos, por medio de la música.
- Sócrates como figura simbólica
Más allá del personaje histórico, Sócrates representa para Nietzsche una figura simbólica: el inicio del nihilismo occidental, entendido no como negación de valores, sino como degradación de los valores vitales en favor de valores racionales, moralistas y utilitarios.
La filosofía socrática y, posteriormente, la platónica y la cristiana, construyen y ofrecen una visión del mundo que desprecia la vida sensible, el cuerpo, el arte y el devenir. Nietzsche verá en esta tradición una “inversión de los valores”, cuyo resultado será la enfermedad cultural de Occidente: la negación de la vida en nombre de la verdad.
Esto último constituye una de las críticas más radicales de Nietzsche a la filosofía y a la cultura occidentales. Gran parte del pensamiento que va desde Sócrates y Platón hasta el cristianismo y hasta la modernidad racionalista (Ilustración) concede primacía a la verdad absoluta, racional o trascendente, a costa de negar la vida tal y como es: contradictoria, dolorosa, corporal y finita.
Con Sócrates y su discípulo Platón se abre camino al rechazo del mundo sensible, que es fuente de error y de engaño, y se sitúa el mundo verdadero en un mundo ideal. El cristianismo recoge esta tradición y realiza, además, un giro moral: el cuerpo es pecado; la vida verdadera no está en este mundo…
- La tarea del arte: superar a Sócrates
En la parte final de «El nacimiento de la tragedia», Nietzsche otorga al lector un poco de esperanza: sugiere que el arte tiene la capacidad de redimirnos del nihilismo socrático. En especial, menciona la figura de Richard Wagner considerando que sus dramas musicales (como Tristán e Isolda, El anillo del nibelungo, o Parsifal) son un intento de revivir el espíritu trágico griego (aunque, es de sobra conocida la posterior ruptura entre Nietzsche y Wagner).
En definitiva, Sócrates simboliza, para Nietzsche, el inicio de la racionalización del arte, mientras que él ve en la tragedia griega antigua el camino de retorno hacia una relación más profunda y vital con la existencia humana.
- A modo de conclusión
En «El nacimiento de la tragedia«, Nietzsche construye una crítica radical a la figura de Sócrates, sobre todo, como símbolo del giro racionalista que marcó el declive del espíritu trágico.
Frente al discurso (logos) de Sócrates, que busca domesticar la vida por medio de la razón, Nietzsche propone un retorno a la pasión (pathos) dionisíaca, que acepta el sufrimiento como parte de la existencia y consigue transformarlo en arte.
Sócrates se convierte, según Nietzsche, no tanto en un maestro como en una advertencia: el comienzo de una cultura que ha perdido el valor estético de la vida en nombre de una verdad ilusoria.
A partir de aquí, Nietzsche impondrá para su pensamiento, la tarea de la superación de Sócrates, no con razones, sino con arte, con instinto y con afirmación vital.
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