Adela Cortina, es una de las voces más lúcidas y comprometidas del pensamiento ético de nuestros días.
Esta pensadora española, filósofa, académica y divulgadora, presenta una obra que gira en torno a una ética racional, pública y dialogante. Considera que la ética es capaz de dar respuesta los retos de hoy en día, como la exclusión, el populismo, la corrupción, etc.
Su punto de partida es una preocupación fundamental: ¿cómo podemos vivir juntos en sociedades cada vez más diversas, sin caer en dogmatismos ni relativismos?
En esta entrada del blog vamos a reflexionar acerca de una de sus obras más significativas, publicada en 2014, ¿Para qué sirve realmente la ética?, una pregunta muy oportuna en la actualidad, habida cuenta del escepticismo creciente sobre el valor de la ética y de su capacidad normativa. Su respuesta, como veremos, es una defensa de la función pública, racional y transformadora que tiene la ética y de su importancia para la construcción de un espacio moral que sea compartido por los ciudadanos.
Desde el comienzo de la obra, Cortina sostiene que la ética es un saber práctico y racional que, además, no se limita al ámbito personal, sino que tiene una inequívoca dimensión pública.
Adela Cortina sigue la tradición que nace con Aristóteles cuando propuso una ética centrada en la acción concreta (praxis), alejándose de concepciones abstractas o idealistas de la moral. En este sentido, Aristóteles sentó las bases de lo que hoy llamamos ética práctica.
Sin embargo, Cortina sí marca diferencias con respecto a la ética de Kant. Ambas defienden la razón, pero Kant defiende una ética del deber, que es llevada a cabo por el individuo autónomo, capaz de dictarse a sí mismo una ley moral, mientras que Cortina apela a una ética discursiva o cívica apoyada en razonamientos compartidos y diálogo público, lo cual permite que sea una ética aplicable a situaciones sociales reales.
Otro argumento fundamental en la obra de Adela Cortina es que no toda ética es válida. En efecto, Cortina considera que la validez de la ética reside en su sometimiento a un juicio racional y en disponer de una base argumentativa. Es decir, el pensamiento ético no puede reducirse a las opiniones subjetivas o a las costumbres que se han heredado, porque no todas son igualmente válidas. No es suficiente que la norma provenga de la tradición o del sentido común: debe poder ser defendida y justificada públicamente, en condiciones de igualdad y de respeto.
El proceso de sometimiento a un juicio racional para obtener una base de argumentación en las normas éticas incluye varios pasos, como pueden ser, por ejemplo: Delimitar el problema moral (se parte de un caso concreto o de una cuestión general); Aplicar la razón (es decir, se analiza el problema sin prejuicios ni emociones descontroladas, utilizando la lógica y el pensamiento crítico); Examinar principios éticos (el problema se confronta con principios como el deber, la justicia, la utilidad, el respeto…); Construir argumentos que resulten coherentes; o Recurrir al diálogo para que la norma moral encuentre un respaldo en el consenso o en principios universales.
En definitiva, lo que Cortina defiende es que hay que distinguir entre éticas justificadas y meras costumbres, ya sean impuestas o heredadas. Su propuesta es el establecimiento de una «ética mínima» que pueda ser compartida por todos los ciudadanos de una sociedad tan plural como la nuestra; una especie de base común para la convivencia. Desde luego, en esa «ética mínima», tendrían que estar presentes, sí o sí, valores como la dignidad humana incondicional; la igualdad de consideración y de respeto; la libertad de conciencia y expresión; el principio de no discriminación por sexo, religión, origen o clase; los principios de justicia y solidaridad; o la responsabilidad hacia los demás y hacia el planeta que habitamos.
Fundamental en la obra es también la crítica que su autora realiza al relativismo ético, considerado como una auténtica trampa, en especial para la democracia. ¿Qué quiere señalar Cortina con esto? Sencillamente, que en nombre del respeto a las diferencias se han tolerado injusticias y se ha imposibilitado el juicio moral. El relativismo puede aparecer disfrazado de tolerancia pero, en realidad, impide el diálogo. Si todas las opiniones no se pueden justificar, el diálogo se vuelve estéril, porque ya no se buscar encontrar razones comunes, sino exponer simplemente posturas cerradas e inmóviles.
El respeto a la diversidad (a la diferencia), argumenta Cortina, no puede ser la excusa para tolerar abusos. Hay unos valores mínimos – como los señalados anteriormente-, que siempre han de ser defendidos, aunque haya que combatir ciertas prácticas tradicionales: la ética debe de juzgar y rechazar todo aquello que es claramente inaceptable, provenga de donde provenga. Todavía hoy, por desgracia, se pueden señalar algunas de estas prácticas: la mutilación genital femenina, la discriminación de la mujer, el racismo o los regímenes de castas, la explotación laboral, el matrimonio infantil, la pena de muerte por homosexualidad, y tantas otras.
Si no se actúa, nuestra actitud caería en el terreno de una clara ausencia de responsabilidad, que se materializa en el hecho de no tomar partido frente a la violencia, la injusticia, la corrupción, o la exclusión.
Otro aspecto importante en la obra, es el que se refiere a la ética económica dado que, la visión dominante de hoy en día, es que el mercado es un ámbito autónomo y autorregulado.
Sin embargo, nuestra pensadora opina que el mercado no puede ser inmune a los valores morales. La separación entre ética y economía trae consecuencias ya conocidas por todos: aumento de la desigualdad, evasión fiscal, explotación, salarios injustos…
El ámbito de lo económico no es un ámbito neutral o puramente técnico, sino que es una actividad humana y, como tal, tiene consecuencias en el campo ético y, por ello, debe regirse también por valores morales. Cortina se posiciona claramente en contra de la neutralidad del mercado, considerando que se trata de una idea falsa. Su crítica se hace extensiva a esa creencia neoliberal, tan arraigada hoy, de que lo moral no tiene que intervenir en unos mercados que se autorregulan. Al presentar al mercado como «neutral» lo que se oculta en realidad es que favorece a ciertos actores como las grandes empresas o los lobbies económicos de gran poder.
Su propuesta es la de una economía que tenga un «rostro humano«, en la que el beneficio no se obtenga a cualquier precio y que empresas y consumidores operen como actores morales en defensa del bien común. Desde luego, este proyecto se quedaría en el limbo de lo «ideal» si no se acompaña de mecanismos políticos y jurídicos que regulen ese comportamiento más humano, por parte de todos los actores que intervienen en el ciclo económico.
Dando un paso más, la autora reflexiona sobre la relación entre la ética y la democracia. Una relación que, en el pensamiento de Cortina, es algo imprescindible: una democracia no puede sostenerse únicamente en reglas formales, sino que necesita de ciudadanos éticamente comprometidos.
Este compromiso moral del ciudadano, como base para cimentar una democracia, no se reduce sólo a votar cuando el calendario lo disponga, sino que toda actuación ciudadana, privada o pública, debe estar regida por principios éticos que sean llevados a la práctica al consumir, al trabajar, al elegir a los representantes, al opinar, etcétera. Todo esto, para Cortina, no es una cuestión opcional sino la condición misma para hacer posible una democracia sana.
Las reflexiones de la autora se extienden también a la relación entre ética y política. Como no podía ser de otra manera, Cortina sostiene que la política no puede prescindir de la ética puesto que sin principios que orienten la acción política, ésta corre el riesgo de derivar en corrupción, injusticia o puro interés particular o partidista (Este tema de la relación ética/política ha sido muy desarrollado y debatido en la Historia de la Filosofía, desde los clásicos, la filosofía medieval, el pensamiento de la modernidad y la filosofía contemporánea).
Como vemos, la ética que propone Adela Cortina están en la línea de otras «éticas del discurso» como las que han desarrollado Habermas o Apel. Los tres defienden que la ética no puede estar basada en tradiciones, sentimientos o autoridad, sino ser justificable racionalmente ante todos los miembros de la sociedad. La ética discursiva lo que propone, en definitiva, es que las normas válidas son aquellas que pueden ser aceptadas por todos tras un diálogo libre, racional e igualitario. Tal vez, Habermas o Apel se queden en propuestas algo más abstractas, mientras que Cortina baja al terreno político, social y económico.
En conclusión, la obra de Adela Cortina, ¿Para qué sirve realmente la ética? , es una obra pedagógica que expone ideas de forma clara y accesible. Es muy recomendable en todo momento pero, sobre todo, en tiempos donde predomina una cierta «desilusión» ciudadana. Se reivindica en ella el papel central de la ética como guía racional, pública y transformadora y se defiende el juicio ético, la responsabilidad ciudadana y la dimensión moral de la economía, como herramientas para reconstruir los vínculos sociales en condiciones de dignidad, igualdad y libertad.
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