En esta entrada exploraremos los vínculos entre la mitología griega y el pensamiento filosófico. A través de una serie de breves recorridos sobre algunos mitos proponemos cómo pueden tener una significación dentro del mundo de la filosofía.
- Nyx y las hijas de la noche
En el principio no hubo luz: Hesíodo nos dice que todo surgió del Caos, una masa informe, sin medida ni sentido. De ese caos primitivo nació Nyx, la diosa de la Noche.
Nyx fue una madre solitaria que engendró sola -sin padre ni orden masculino que interviniese- una descendencia algo inquietante: Tánatos (la muerte), Hipnos (el sueño), Eris (la discordia), Némesis (la venganza, Moros (el destino), etcétera.
¿Eso supuso ya una filosofía? De alguna manera sí. La mitología griega no es ingenua y contiene toda una forma simbólica de pensamiento. En Nyx, la noche, los griegos representaron la cara oculta de la existencia. Es decir, todo aquello que no controlamos, todo lo que no está visible a la luz del día, pero que rige nuestras vidas. La muerte no puede evitarse; el sueño nos arrastra; la discordia nace con nosotros; y la venganza castiga, incluso, la desmesura del bien (el exceso de lo bueno, cuando rompe el equilibrio del mundo, también atrae la venganza de lo divino o del destino).
La noche no era malvada para los griegos, pero sí era temida. Era un reino de ambigüedad, un espacio simbólico protagonizado por lo femenino, en contraposición al orden racional masculino. Sin embargo, hasta el propio Zeus respeta a Nyx, dando a entender que ni siquiera el dios supremo puede reinar sin la complicidad de la oscuridad.
La lección filosófica es que Nyx nos muestra que no todo lo oscuro es malo y todo lo claro es bueno: la complejidad humana nace de esa mezcla. Tal vez por ello, el pensamiento griego nunca se deshizo por completo del mito, porque el mito seguía mostrando todo aquello que la razón temía nombrar.
- Prometeo, el titán que roba el fuego a los dioses
Este mito dice mucho sobre nosotros: Prometeo es un titán que robó el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres (los titanes eran hijos de Urano -el Cielo- y de Gea -la Tierra- y representaban las fuerzas primordiales del universo).
El gesto de Prometeo nos convirtió en humanos. El fuego representa la técnica, la inteligencia, la capacidad creadora, pero también el peligro, nuestra arrogancia o la capacidad de violar los límites. Por eso, fue castigado por Zeus, encadenando a Prometeo y haciendo que un águila devorase su hígado cada día…
¿Acaso no podemos pensar que este mito nos habla del precio que ha de pagarse por la civilización? Cuando la humanidad accede al fuego que le entrega Prometeo, deja de vivir en armonía con la Naturaleza. Comienza a construir, a calcular, a dominar… Pero también a destruir. Todo progreso tiene un coste y Prometeo es ejemplo de ello: el que desafía el orden natural, lo paga con sufrimiento.
Para los griegos, Prometeo era un benefactor de la humanidad, pero también un transgresor que desafió la autoridad divina. ¿Es héroe o culpable? ¿Un soberbio o un sabio? Precisamente su ambivalencia es lo que lo convierte en un símbolo filosófico.
Nietzsche lo interpreta como la imagen del hombre moderno: que se rebela, que crea valores, pero que también se enfrenta al abismo. En Prometeo está el origen del conocimiento, pero también el de la culpa. El mito nos sigue interpelando hoy día: ¿hasta dónde podemos avanzar sin caer en la desmesura (hybris)? ¿qué dioses modernos nos castigan hoy por usar sin límites el fuego del conocimiento? .
Lo cierto es que Prometeo sigue encadenado y el águila regresa cada día, como si el precio de ser humanos fuese, inevitablemente, soportar el dolor por traspasar los límites…
- Dionisio: el éxtasis
Dionisio es el dios más difícil de controlar del panteón griego. Era hijo de Zeus y de una mortal (Sémele). El mito nos cuenta que nació dos veces: primero del vientre de su madre, y luego del muslo de Zeus.
Dionisio representa el desgarro que existe entre la naturaleza y la cultura, entre lo humano y lo divino, entre lo racional y lo salvaje.
Se le presenta habitualmente como dios del vino. Eso es una simplificación. En realidad es el dios del éxtasis –ekstasis, significa estar fuera de uno mismo-, del descontrol, del rito que libera todo lo reprimido, del trance… Allí donde llega Dionisio, el orden se destruye
Las Ménades, mujeres poseídas que abandonan la ciudad para entregarse al frenesí dionisíaco nos advierten: lo reprimido regresa con fuerza. O, como en Las Bacantes (de Eurípides), cuando el rey Penteo es despedazado por su propia madre que, bajo una locura ritual, no lo reconoce. Todos estos mitos nos enseñan que cuando se niega la parte irracional de la vida, se corre el riesgo de ser destruido por ella.
Nietzsche -en «El nacimiento de la tragedia«- ve en Dionisio el origen de la tragedia griega: es la fuerza vital que se opone a la forma y la medida, representadas por Apolo. Nietzsche no duda en afirmar que necesitamos de ambas cosas, Dionisio y Apolo, caos y orden, desmesura y contención…
Desde la filosofía, Dionisio nos recuerda que no hay humanidad sin deseo, sin desbordamiento, sin noche. Que la racionalidad sin el cuerpo se convierte en una tiranía. Dionisio no destruye, sino que trata de restablecer un equilibrio profundo: lo irracional no es el enemigo, sino que forma parte de nuestra alma y de nuestra vida. El culto de Dionisio fue el más secreto, el más subversivo, pero también el más liberador.
- Apolo: la forma y la claridad
Si Dionisio es el dios del vértigo, Apolo es el Dios del sol, de la música, de la profecía y de la medicina. En la mitología griega, Apolo es el ideal de la medida, del conocimiento racional y de la armonía.
En el santuario de Delfos, dedicado a Apolo, hay inscritas algunas máximas: «Nada en exceso» y «conócete a tí mismo«.
Apolo es el dios que ilumina, pero también que rige frente al caos, señalando los límites; frente a la locura dionisíaca, impone orden y contención. Pero, como siempre sucede en el pensamiento griego, todo orden tiene un precio. Sus historias amorosas, por ejemplo, terminan casi siempre en fracaso, muerte o transformación: Dafne consigue escapar de él y se convierte en laurel; Casandra es condenada a profetizar sin que nadie la crea; Coronis es quemada por infidelidad.
Los griegos personifican en Apolo la belleza y la sabiduría, pero también la perfección no exenta de frialdad: el riesgo de que la razón se convierta en una tiranía.
De nuevo citamos a Nietzsche para quien la tensión entre Apolo y Dionisio es la esencia del espíritu trágico.
En filosofía, Apolo es el impulso hacia el conocimiento, pero también la advertencia contra la soberbia del poder. Hoy día, obsesionados con el control, el mito de Apolo puede seguir teniendo significado: ¿Hasta qué punto la totalidad racional no es otra forma de destrucción?
- Orfeo: el canto y el amor
Orfeo es el poeta por excelencia, el cantor que desciende al mundo de los muertos movido por su amor hacia Eurídice. Era hijo de Apolo y de la musa Calíope. Cuando su esposa muere, Orfeo desciende al inframundo para recuperarla.
Con su lira, un regalo de su padre, Apolo, Orfeo es capaz de conmover a los dioses, calmar a las fieras, detener la muerte por un instante.
Pero Orfeo termina fracasando. Su lira y su canto logran lo imposible: enternecer a Hades y a su esposa, Perséfone, que, finalmente, le permiten llevarse a Eurídice, con una sola condición: no debe mirarla hasta que ambos estén fuera del mundo subterráneo. Pero Orfeo comete un error tremendamente humano: mira hacia atrás y pierde definitivamente a su amor.
El mito de Orfeo es una reflexión sobre los límites del arte y del conocimiento, pero, sobre todo, sobre la pérdida. La música órfica busca entender lo invisible, lo doloroso, lo eterno. Pero, ni siquiera el más sublime arte puede quebrar ciertas normas del universo.
Muchos pensadores han interpretado a Orfeo como el símbolo del alma que está en continua búsqueda, del artista que puede crear, pero que fracasa, del hombre que ama y que, al final, no puede recuperar su amor.
Él mira hacia atrás antes de tiempo y con ello pierde a Eurídice para siempre. La lección filosófica es que su canto nos enseña que hay amores que no se salvan y verdades que no se recuperan.
- Las Moiras: el destino y el límite de lo humano
En el pensamiento griego hay una certeza radical: nadie escapa al destino, ni siquiera los dioses.
Esa certeza se encarna en tres figuras femeninas: Cloto, Láquesis y Átropo, las Moiras. Ellas se encargan de hilar, medir y cortar el hilo de la vida de cada ser. Y no hay ninguna súplica ni inteligencia que pueda modificar su decisión final.
Simbolizan que la vida humana está delimitada: nacer, envejecer y morir. Frente a las Moiras, los héroes y los sabios poco pueden hacer, salvo aceptar con resignación o resistirse con tragedia.
La lección filosófica es clara: ¿Somos libres o estamos determinados? El mito de las Moiras no niega la libertad humana, pero la coloca en un marco que no podemos romper. Podemos crear, amar, luchar, pero no podemos evitar morir.
Desde los albores presocráticos hasta el mismo Heidegger, la filosofía vuelve una y otra vez sobre esa idea: vivir de manera auténtica es vivir con la conciencia del fin y de la muerte. Lo eterno no es humano y la finitud no es una condena, sino la condición para que la vida cobre sentido.
- Eros y Tánatos, las contradicciones del alma
Cuando al principio de todo, nos dice Hesíodo, surgieron el Caos, la Tierra… también surgió Eros.
Eros no era entonces el niño alado tal y como se le representará más tarde. Era una fuerza antigua y poderosa que impulsaba los cuerpos a unirse, a engendrar, a expandir la vida.
Pero Eros siempre tiene un acompañante: Tánatos, la muerte.
En la mitología griega, ambos son hijos de la Noche (Nyx), como hemos visto. Amor y muerte, por tanto, tienen el mismo origen: lo oscuro, lo que se escapa al control, lo que crea y destruye al mismo tiempo.
Los griegos no oponían a Eros y a Tánatos como buenos y malos. Más bien, los entendían como dos caras del alma humana. El deseo (Eros) puede crear belleza, pero también violencia o destrucción; La muerte (Tánatos) es el fin, pero también es liberación. Las tragedias griegas como Fedra, Medea o Antígona configuraron una de las formas más bellas en las que lo erótico y lo letal se entrelazan de manera indisoluble.
Muchos siglos después, Freud retoma esa tensión: Eros como impulso de vida; Tánatos como pulsión de muerte. No se trata de enemigos irreconciliables sino de fuerzas entrelazadas en nuestra existencia. Eros nos empuja hacia la belleza y la vida, pero también nos expone al dolor, a los límites y a la pérdida. Tánatos, por su parte, nos recuerda que todo acaba, que no hay goce sin fin.
En la filosofía, están muy presentes esos dos impulsos. Eros, como expone Platón en su diálogo «El Banquete», impulsa la búsqueda del saber. Y Tánatos da forma a esa búsqueda, porque si fuésemos eternos, nada tendría valor.
En esa contradicción vivimos: en la de querer vivir para siempre, sabiendo que moriremos.
- El mito como origen del logos: de Hesíodo a Platón
Estas líneas finales son una especie de conclusión de todas las que preceden.
Con los mitos griegos no estamos ante una serie fantástica de relatos: estamos ante la primera forma de cómo pensar el mundo.
Mucho antes de que la filosofía se presente como discurso racional, los griegos ya se interrogaban por la existencia, por el origen, por el tiempo, por el mal y la muerte, por el orden y por el deseo. Y lo hacían en todas esas narraciones.
Hesíodo escribe su Teogonía (origen de los dioses) que es una cosmogonía filosófica. El mundo nace del Caos y la genealogía divina que Hesíodo desarrolla esconde concepciones sobre el ser, el orden, el conflicto o el equilibrio.
Con el tiempo, ese pensamiento inicial se transforma. Lo hace con Heráclito y con Parménides. Pero es Platón quien da el salto definitivo: introduce el logos, el discurso racional. Pero sin abandonar el mito, que no desaparece nunca de sus diálogos. El mito sigue siendo el vehículo para expresar aquello que es inexpresable, porque no todo puede ser dicho con razones. Nuestra alma necesita de imágenes, relatos, símbolos que nos revelen lo que el lenguaje de los conceptos no puede alcanzar.
En estas historias míticas que hemos señalado con muchísima brevedad, se pone de manifiesto que la mitología griega es ya pensamiento que se expresa, sin duda, en forma poética.
Es muy posible que los mitos antiguos aún nos hablen y que sigan encarnando todo lo que late en nosotros: entre Eros (el deseo) y la pulsión de Tánatos (la muerte), todo está ahí comprendido.
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