En política, el odio no aparece de repente. No es una emoción espontánea: es una herramienta. Se construye con paciencia, alimentándose de las narrativas que dividen y sirve de instrumento para consolidad poder. El ascenso de la ultraderecha, en España, no puede entenderse como un fenómeno aislado, ni repentino. Su entrada en las instituciones, es resultado de una estrategia consciente que ha sabido aprovechar el descontento social y las grietas culturales y territoriales del país.
¿Cuál es la fórmula utilizada? Pues un discurso basado en la confrontación, la exclusión y la simplificación de la realidad.
VOX parte de un diagnóstico emocional: “te están quitando lo tuyo”. Da igual si se habla de inmigración, feminismo, nacionalismo periférico o ecologismo. Todo cabe en la misma narrativa: España está siendo atacada desde dentro y desde fuera. Este enfoque activa un sentimiento primario de pérdida y busca culpables claros. No hay espacio para la complejidad. Solo para el señalamiento.
La política del agravio
Este relato del agravio es eficaz porque apela al orgullo herido, a la nostalgia de un pasado mítico y a la ilusión de una recuperación autoritaria del orden. En ese contexto, la discrepancia política deja de ser legítima y pasa a percibirse como una amenaza a la nación.
Del adversario al enemigo
La retórica de VOX transforma al otro —al diferente, al que disiente— en enemigo. No se trata solo de tener ideas opuestas, sino de identificar a los que “odian España”, “viven de subvenciones” o “quieren romper la unidad”. De este modo, el lenguaje político se radicaliza: los “menas” no son jóvenes vulnerables, sino “invasores”; el feminismo no es lucha por derechos, sino “ideología de género”.
Este tipo de discurso alimenta una visión binaria del mundo: nosotros o ellos. Lo moralmente correcto ya no es dialogar, sino combatir. Y si el adversario es una amenaza existencial, todo vale para detenerlo: el insulto, la mentira, la exageración, la deshumanización.
Una identidad contra los demás
El éxito de VOX no se entiende solo por su capacidad para generar odio, sino por su habilidad para ofrecer identidad. En tiempos de incertidumbre, muchas personas buscan certezas. VOX ofrece una: “tú eres español, ellos no”. Esa identidad se construye sobre la exclusión: de los inmigrantes, de los catalanes independentistas, de las feministas, de los ecologistas, de los “globalistas”. Es una identidad reactiva, que necesita enemigos para existir.
A diferencia de los proyectos democráticos que se basan en la inclusión y en el reconocimiento de la pluralidad, VOX promueve una identidad cerrada y uniforme, que convierte cualquier diferencia en desviación.
El papel de las redes y los medios
En este recorrido hacia el odio, el ecosistema digital ha sido fundamental. Las redes sociales amplifican los mensajes de impacto, favorecen la viralización de bulos y premian el discurso emocional frente al argumentativo. VOX ha sabido jugar en ese terreno: clips incendiarios, memes humillantes, datos falsos lanzados como certezas.
A la vez, ciertos medios han contribuido a su normalización. En lugar de cuestionar el discurso, lo han amplificado; en lugar de confrontar las mentiras, las han replicado bajo el pretexto de “dar voz a todas las opiniones”. Así, lo que antes era impresentable hoy se discute como si fuera una postura más.
Consecuencias sociales
El resultado de esta estrategia no es solo una mayor polarización política, sino una degradación de la convivencia. Personas migrantes, mujeres activistas, trabajadores sociales, periodistas, profesores… sienten que el clima se ha endurecido. Las agresiones verbales y físicas han aumentado. El espacio público se ha vuelto más hostil para quienes no encajan en el relato nacionalista y excluyente.
Y lo más grave: este tipo de discurso no se detiene solo con la derrota electoral. Una vez inoculado, el odio deja huella. Cambia cómo hablamos, cómo desconfiamos, cómo nos relacionamos. Destruir lleva un instante; reconstruir, una generación.
Desandar el camino
El odio no se combate con silencio ni con superioridad moral. Se enfrenta con política: con propuestas que ofrezcan seguridad sin miedo, identidad sin exclusión, justicia sin venganza. También se enfrenta con palabras: desmontando los bulos, recuperando la complejidad, defendiendo el disenso como valor democrático.
Es responsabilidad de los partidos, los medios y la ciudadanía no dejarse arrastrar por el marco del odio. No todo vale en democracia. Y hay discursos que, por mucho que se amparen en la libertad de expresión, buscan destruir la libertad de los demás.
VOX ha elegido ese camino: el del resentimiento como motor, el del enemigo como excusa, el de la patria como arma. Depende de nosotros —como sociedad— no seguirle los pasos.
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