La «acumulación originaria» en la obra «Das Kapital» de Karl Marx

  • Introducción

La historia del capitalismo ha sido narrada frecuentemente como una evolución natural del intercambio mercantil y del progreso técnico. Sin embargo, esta visión idealizada oculta los mecanismos históricos concretos por medio de los cuales el capitalismo logró llegar y consolidarse como sistema dominante.

En su obra Das Kapital (El Capital), Karl Marx desmonta ese relato al mostrar que el capitalismo no surge de una libre asociación de productores, sino a través de un proceso de despojo sistemático, violencia estatal, expropiación forzosa, exilio y sometimiento de poblaciones trabajadoras y colonizadas.

Esta idea es desarrollada especialmente en el capítulo XXIV del Libro I de «Das Kapital», – donde Marx lleva a cabo su célebre análisis de la «acumulación originaria» – (el libro I fue el único publicado en vida por Marx, ya que los Libros II y III fueron editados póstumamente por Friedrich Engels a partir de sus manuscritos).

Esa crítica marxista sigue siendo actual y se vincula con la persistencia contemporánea de las políticas del despojo, tanto en contextos neoliberales como coloniales, teniendo en cuenta las interpretaciones de autores como David Harvey, Silvia Federici y Naomi Klein.

El pensamiento marxista actual, como veremos, sostiene la tesis de que el despojo no fue un hecho puntual del pasado, sino un mecanismo estructural y persistente del capitalismo que revela su carácter contradictorio y excluyente.

  • El «despojo» en el pensamiento de Marx

Hablar de “despojo en el pensamiento de Karl Marx es entrar en una de las dimensiones más profundas y radicales de su crítica al capitalismo. No se trata simplemente de hablar de pobreza, sino de la expropiación activa, histórica y violenta que priva a los trabajadores de sus medios ancestrales de vida: la la tierra, las herramientas, el tiempo, el cuerpo y, en última instancia, su autonomía. En «Das Kapital» Marx lo expresa con claridad: «La llamada acumulación originaria no es otra cosa que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción» (K. Marx, 2011, «El Capital. Crítica de la economía política». Tomo I. Fondo de Cultura Económica. p. 689, obra original publicada en 1867).

En otras palabras, antes del capitalismo muchas personas vivían de su propio trabajo, que realizaban de manera directa sobre la tierra u otros recursos. Pero fueron despojadas de sus medios – mediante leyes, expropiaciones, cercamientos o la violencia del Estado – y, al quedarse sin nada, no tuvieron más opción que vender su fuerza de trabajo a los nuevos dueños del capital. Por eso Marx habla de «disociación» al afirmar que en el origen del capitalismo los trabajadores fueron separados (disociados) de las cosas que necesitaban para vivir y trabajar por su cuenta.

Desde esta perspectiva, el capitalismo no puede presentarse como un sistema justo, neutro o natural. No surge de la libertad, sino como un orden construido sobre el despojo legalizado: en definitiva, sobre el robo.

David Harvey, retoma y actualiza la noción de «acumulación originaria» de Marx por su concepto de «acumulación por desposesión«. En su obra «El nuevo imperialismo» Harvey va más allá: «la acumulación por desposesión no pertenece solo al origen del capitalismo, sino que persiste como una lógica constante del capital» (Harvey, 2003, «El nuevo imperialismo», ed. Akal, p. 145). Es muy importante lo que señala Harvey en su obra, porque afirma que el despojo no pertenece sólo al momento fundacional del capitalismo, sino que es una estrategia estructural y continua.

Frente a esto, la narrativa liberal insiste en presentar al capitalismo como fruto del ingenio individual, de la iniciativa emprendedora y del libre contrato entre iguales. El capitalismo, según esta visión, surge como resultado natural del esfuerzo personal, de la creatividad y de la libertad de elección. El empresario es una especie de «héroe moderno», capaz de transformar las ideas en riqueza mediante su visión y riesgo y el trabajador, por su parte, queda como un sujeto totalmente libre que escoge vender su fuerza de trabajo en un marco contractual que es equitativo y justo.

Este relato, idealizado, tiene sus orígenes en el pensamiento liberal clásico, Locke y Smith, y llega hasta los economistas neoclásicos actuales. Sin embargo, oculta las condiciones reales sobre las cuales se alzó el capitalismo. El supuesto «marco contractual equitativo y justo» que hemos señalado en el párrafo anterior, no es sino una falacia. El contrato libre está, en realidad, forzado por la necesidad: quien no posee medios de vida, no tiene otra opción que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. La libertad queda aquí enmascarada bajo una coacción material.

Además, esa narrativa liberal hace desaparecer del relato el origen violento del sistema capitalista. El mérito personal y el contrato justo no se sostienen cuando se estudian los procesos de expropiación, colonización, esclavitud y cercamiento de los llamados «comunes» – recursos que eran compartidos por la comunidad, como tierras comunales, bosques, ríos y aguas… -, procesos que están en el origen de la aparición del sistema capitalista. De lo que realmente se trata es de desigualdades estructurales, posiciones de poder consolidadas y condiciones injustas, que se presentan por el discurso liberal como el resultado legítimo del mérito individual, del esfuerzo personal, de la libertad de elección y de una competencia justa en el mercado.

Afortunadamente, no faltan autores que han criticado esa «visión idealizada del capitalismo» que lo presenta como un sistema natural, justo y basado en la libertad individual.

Uno de los más relevantes es Karl Polanyi quien en su obra «La gran transformación», (1944), defiende la tesis que el mercado autorregulado no es el resultado una evolución natural, sino una construcción política impuesta desde el Estado. Según Polanyi, el capitalismo llevó a cabo una intervención violenta para desarraigar a las personas de sus modos de vida tradicionales y someterlas a la lógica mercantil.

Por su parte, Michael Foucault, sostiene la idea de que el liberalismo y el neoliberalismo no son simples doctrinas económicas, sino formas de cómo el poder actúa sobre los individuos para controlarlos o moldearlos, no sólo a través de leyes, sino con ideas, hábitos, normas sociales, discursos o modos de pensar. En este sentido, el poder no solo impone desde fuera, sino que configura lo que somos, cómo pensamos y cómo nos entendemos a nosotros mismos. En el capitalismo neoliberal, se intenta forjar un tipo específico de sujeto: el individuo autónomo, competitivo, responsable de sí mismo, que actúa como si fuera una empresa. El individuo se percibe como si fuera un empresario de sí mismo que interioriza la lógica del mercado (competencia, rentabilidad, éxito…).

Por último, Nancy Fraser, desde una óptica marxista y feminista, llama la atención y denuncia el hecho de que el capitalismo invisibiliza las actividades que no son remuneradas – como el trabajo en el hogar o los cuidados en la vida cotidiana -. No reconoce ese trabajo – que, casi en su totalidad, realiza la mujer sin cobrar -, como parte de la economía, aunque se trate de un trabajo esencial para que el sistema se mantenga y funcione. El discurso liberal dice que lo justo es que cada uno reciba su salario según el mercado, pero ignora las formas que no pasan por el salario, como es el trabajo gratuito en la casa durante toda la vida o que ciertas poblaciones queden sistemáticamente excluidas, reforzando las desigualdades estructurales de género, clase, cultura, etcétera.

En resumen, en un contexto donde la narrativa liberal presenta al capitalismo como fruto del ingenio, la iniciativa y la libre contratación, Marx desvela su rostro original: un sistema que nace de la violencia, del robo legalizado, de la esclavitud o del exilio forzoso. Un despojo en toda regla que no es exclusivo del pasado, sino que se actualiza constantemente bajo nuevas formas de despojo (privatización de bienes públicos, extracción de recursos naturales, expulsión de comunidades rurales o indígenas, etcétera). Todo ello, en aras de los discursos de eficiencia o de modernización.

Vamos ver cómo la «acumulación originaria» (ursprüngliche akkumulation), un concepto clave en la obra «Das Kapital«, permite entender cómo el capitalismo no surge de la libre competencia sino de la expropiación sistemática.

  • La acumulación originaria: el acto fundacional del capital

En el capítulo XXIV del Libro I de El Capital, Marx introduce el concepto de la «acumulación originaria«. Este concepto permite comprender la violencia estructural y el despojo sistemático que hicieron posible el surgimiento del capital como relación social dominante. Lejos de una evolución pacífica y justa, lo que se llevó a cabo fue una transformación violenta, impuesta y desigual.

Esta ruptura, que es clave para comprender el paso del modo de producción feudal al capitalista, fue esencial para el nacimiento del capitalismo y la generación de dos clases fundamentales: la burguesía, poseedora de los medios de producción, y el proletariado, desposeído y obligado a vender su fuerza de trabajo.

Uno de los ejemplos más emblemáticos de acumulación originaria fue el proceso de los cercamientos (enclosures) de tierras comunales que tuvo lugar en Inglaterra. Durante los siglos XV al XIX, el campesinado inglés fue progresivamente despojado de sus tierras mediante la apropiación legal de los comunes. El proceso no solo destruyó economías de subsistencia, sino que convirtió a miles de campesinos en mano de obra disponible para la naciente industria capitalista.

Lo significativo es que el proceso contó con la colaboración central del Estado. En efecto, el Estado fue un agente activo en la desposesión de los comunales a los campesinos. La promulgación de leyes de vagancia y la criminalización de la pobreza, junto con el uso sistemático de la fuerza, fueron medidas decisivas para consolidar un nuevo orden.

Así lo escribe Marx en su obra: «El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros» (p. 927) o también, «Estos métodos… se inscriben con trazos de sangre y fuero en los anales de la humanidad» (p. 936).

  • El despojo como sistema global: colonialismo y esclavitud

La acumulación originaria, sin embargo, no se limita a Europa. Marx señala con claridad que el capitalismo se apoya en una violencia colonial global: «La esclavización directa del África negra, la expropiación de la India, la Conquista de América, el saqueo de los pueblos indígenas: tales son los pilares del capitalismo moderno» (p. 926).

Estas prácticas a las que se refiere Marx no fueron, en modo alguno, errores históricos del pasado, sino prácticas constitutivas del capitalismo en su fase de formación. La trata transatlántica de esclavos, por ejemplo, alimentó de mano de obra gratuita las plantaciones de algodón, azúcar y tabaco en América. No puede, por lo tanto, hablarse de la esclavitud como de una anomalía, sino como un modo de acumulación brutal, sin la cual el desarrollo del capitalismo europeo hubiera sido impensable.

De igual manera, la colonización de la India y la América indígena, supusieron la destrucción de las estructuras económicas locales, la extracción masiva de riqueza – saqueo de metales preciosos en América latina – y la subordinación de pueblos enteros a las necesidades del capital europeo.

Por lo tanto, el capitalismo moderno, según Marx, no se explica sin tener en cuenta esos procesos de acumulación violenta que fueron intencionadamente «olvidados» en el relato liberal del progreso y la civilización. Pero, esa violencia colonial marcada por el despojo y la acumulación, no se quedó en una “fase previa” en el inicio del capitalismo, sino que éste se caracteriza por la acumulación permanente, condición necesaria para su expansión global, como veremos a continuación.

  • Carácter estructural del despojo

Como decíamos al término del punto anterior, la acumulación originaria parece sugerir que fue un hecho del pasado y que ha sido superada por el desarrollo moderno. Sin embargo, Marx ya anticipa que esta forma de acumulación no desaparece con el desarrollo del capitalismo, sino que se re-actualiza, sobre todo en momentos especiales de crisis o de expansión.

No obstante, pensadores más actuales parten del análisis de Marx pero lo llevan más lejos: la acumulación por despojo no se realiza sólo en momentos excepcionales, sino que es constante. El capitalismo necesita recrear constantemente condiciones de desposesión para mantenerse dinámico. Hoy día, en su fase neoliberal y globalizada, como veremos más adelante, el capitalismo continúa apropiándose de recursos, para poder seguir funcionando y expandiéndose.

En efecto, diversas corrientes críticas muestran que la violencia no sólo estuvo presente en la constitución del sistema capitalista, sino que permanece activa como forma de acumulación por parte del capital. Rosa Luxemburgo, por ejemplo, afirmaba que la expansión colonial es una necesidad permanente del capitalismo (esta es una de las tesis de su obra «La acumulación del capital», de 1913). También, desde el ámbito de la América Latina, se ha señalado que el capitalismo moderno no puede desvincularse del orden racial que impuso el colonialismo de los europeos. Esa es la opinión de Aníbal Quijano, pensador del Perú, que tiene claro que el colonialismo no terminó con la independencia política de las colonias, sino que dejó una estructura de poder que sigue activa hoy. Estas líneas de pensamiento, y otras confluyentes o similares, son seguidas también por Michael Perelman, David Harvey y otros muchos, aunque no podamos adentrarnos en ellas en esta entrada del blog. Sí que voy a citar la línea de pensamiento de Silvia Federici cuando señala, en su obra «Calibán y la bruja«, que la acumulación originaria incluyó la domesticación del cuerpo femenino, la criminalización de la brujería, y la reorganización del trabajo reproductivo como parte de la estructura capitalista. El capitalismo necesitaba una nueva forma de reproducción de la fuerza de trabajo que fuera gratuita, invisible y femenina. De esa manera, se impuso la división sexual del trabajo mediante una «violencia disciplinaria» que excluyó a las mujeres de los oficios públicos y las confinó al espacio doméstico.

  • La persistencia del despojo en el neoliberalismo

En nuestro presente, tan marcado por una agenda neoliberal, muy agresiva en determinadas circunstancias y lugares, el despojo de los débiles sigue funcionando, aunque se manifieste de formas diferentes a las que Marx señaló en Das Kapital. Pero la lógica es la misma: apropiarse de lo que es común para situarlo en el circuito del capital. Es decir, «quitar a muchos para enriquecer a unos pocos«. Lo que antes eran ejércitos y conquistadores, hoy son instituciones financieras, tratados de libre comercio, o gobiernos aliados con el capital global.

La lógica del despojo no sólo no cesa, sino que se intensifica, y en el neoliberalismo ya está consolidada como algo estructural. Algunas de sus manifestaciones las podemos reconocer de inmediato: privatizaciones (de salud, pensiones o educación), expulsión de comunidades indígenas, explotación digital con la recolección de datos y vigilancia, sometimiento financiero de los débiles, expolio ambiental, precariedad, etcétera. No falta quien sostiene – como Naomi Klein – que el neoliberalismo actúa muchas veces mediante terapias de shock, es decir, en momentos de crisis (guerras, desastres, pandemias), que son aprovechados para imponer privatizaciones y desposesión a gran escala.

Como vemos, todo un catálogo actualizado del «colonalismo moderno» que está sostenido por Estados cómplices, multinacionales y organismos financieros. Ya no se necesitan barcos ni imperios: basta con tratados, bancos, gobiernos aliados y fronteras blindadas. Lo que se busca ahora no es al esclavo, sino al consumidor sumiso… Aunque el colonialismo moderno tenga un rostro más amable y global, sigue siendo lo mismo que fue siempre: una forma de robo legitimada por el poder.

Hemos seguido el análisis que Marx hizo del despojo y que nos permite repensar la historia del capitalismo desde el punto de vista de sus víctimas, no de sus vencedores. El capitalismo no fue una evolución pacífica, racional y natural, sino que nació del crimen, la violencia y la exclusión. Esa lógica no ha desaparecido: se ha transformado, adaptado y sofisticado.

Comprender el capitalismo desde esa perspectiva es una tarea política urgente, que exige repensar el sentido de la propiedad, del trabajo, del valor y de la vida colectiva. Marx nos enseñó a reflexionar sobre las raíces estructurales de la injusticia y dejó abiertas las vías que él consideraba necesarias para superarla.

Volver a la lectura de Karl Marx no es una acto nostálgico, sino una resistencia lúcida contra la normalización de cualquier tipo de despojo, económico o moral, y contra que la desigualdad o la injusticia sean celebradas y encumbradas. Él dijo que, en la lógica del capitalismo, todo se convierte en mercancía, hasta la propia vida, y nos advirtió del peligro que ello supone.

Hoy, recuperar el pensamiento de Marx es, tal vez más que en su propia época, un gesto de insumisión política, económica, intelectual y moral.

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