Zenón de Citio, el estoico. Otra manera de habitar el mundo

Imaginemos que nos encontramos en la Atenas del año 300 a. C.

La polis está llena de vida: mercaderes, ciudadanos conversando, mujeres, esclavos que se cruzan en un constante ir y venir, y extranjeros de muchos rincones del Mediterráneo. En medio de ese mosaico humano de movimiento incesante, nos topamos con Zenón de Citio.


Zenón no era ateniense, sino originario de Citio, una ciudad de la isla de Creta. Lo poco que sabemos de su vida lo debemos a Diógenes Lacercio, quien en el siglo III d. C. redactó la obra «Vida y opiniones de los filósofos más ilustres«, aproximadamente seiscientos años después de la época en que vivió Zenón, el fundador del estoicismo.

Nuestro protagonista fue comerciante durante muchos años, navegando por el Mediterráneo oriental. Transportaba un valioso tinte conocido como púrpura fenicia, extraído de un pequeño molusco, muy apreciado en el mundo antiguo para teñir los tejidos más lujosos. Es posible que Zenón también negociara con otros productos -como aceite o vino-, pero las fuentes no lo especifican.

En uno de sus viajes, al aproximarse a la costa del Ática, el mar se tornó adverso. Ni él, ni su tripulación, pudieron escapar de la tormenta y la embarcación, con toda su valiosa carga, acabó hundida en el fondo del Egeo.

Zenón debió sentir, ante los restos del naufragio, que todo aquello por lo que había trabajado se desvanecía. Pero, al menos, consiguió salvar la vida y llegar a la costa. Lo que entonces no podía imaginar es que aquel desastre marcaría en realidad el inicio de otro viaje en su vida: un viaje interior que lo llevaría a ser el fundador y maestro del estoicismo.

Parece que él mismo, más tarde, agradecería esa experiencia con ironía: «gracias al naufragio, hallé el camino hacia la filosofía».


Se cuenta que en una librería ateniense Zenón pudo leer algunos pasajes de los «Memorables» de Jenofonte, una obra que narra conversaciones y enseñanzas de Sócrates. La lectura le conmovió tanto que le preguntó al librero: ¿dónde puedo encontrar hombres como Sócrates? El anciano le señaló la plaza: «sigue a aquél hombre de manto raído que se llama Crates».

Tras varios años junto a Crates, Zenón había aprendido el desapego de los bienes materiales y el valor de una libertad interior que nada externo puede arrebatar. Ya no temía la burla ni vivía pendiente de la riqueza. Su maestro le había mostrado a bastarse con lo esencial. Sin embargo, Zenón aspiraba a una comprensión más profunda: quería descubrir cómo armonizar su mente con el orden racional que rige el mundo. Por ello, aprendió la fuerza de la lógica y del razonamiento con Estilpón de Mégara, que solía decir: «El verdadero sabio no sólo vive bien, también piensa con claridad». También, de otros maestros como Polemón y Jenócrates -herederos de la Academia de Platón- aprendió que el universo posee un orden y que vivir bien significa vivir de acuerdo con la naturaleza y el logos, cultivando la templanza y la armonía del alma.

En Atenas, Zenón tiene una habitación modesta y una vida sencilla: una estera para dormir, escasos utensilios, alimentación frugal -pan, aceitunas, higos, agua- y una túnica con la que sale a caminar. Vive de manera pausada. No busca la abundancia sino la claridad de pensamiento. Era una vida que él buscó por propia convicción.


Con el tiempo, Zenón comenzó a tener sus propios discípulos y, en vez de tener una escuela cerrada -como la Academia de Platón, o El Jardín de Epicuro- escogió enseñar de manera abierta, en un pórtico (stoa) abierto a todo el público. El pórtico en cuestión también estaba pintado con grandes murales que recreaban temas como la Batalla de Maratón o la Caída de Troya, de ahí su nombre de Stoa Poikílē (Pórtico Pintado).

El pórtico tenía una doble significación y por ello fue elegido por Zenón: era un espacio social, donde todos podían reunirse allí a conversar y, por otra parte, era un espacio simbólico porque las pinturas recordaban la gloria de Atenas y educaban visualmente en el valor y en la virtud.

De ese lugar, provino el nombre de su escuela: los estoicos (los del pórtico).

De la mano de Zenón, nació el estoicismo hace más de dos mil años. Una filosofía que aún hoy conserva una vitalidad sorprendente, gracias a la profundidad de su propuesta ética. Con el paso de los siglos, el estoicismo conoció diversas etapas, desde el estoicismo antiguo de la stoa ateniense, hasta su madurez en Roma con figuras como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. En todas sus versiones, mantuvo el mismo propósito esencial: no ser una mera especulación sobre teorías abstractas, sino una guía práctica para vivir con mayor libertad interior, serenidad y sentido de la virtud.

Uno de los núcleos del pensamiento estoico es la distinción esencial entre lo que depende de nosotros y lo que no, tal como afirmó Epicteto en su obra «Enquiridión» -obra en la que su discípulo, Arriano de Nicomedia, recogió las enseñanzas del maestro porque, en realidad, Epicteto no escribió nada-:

“Hay cosas que dependen de nosotros y otras que no. Dependen de nosotros nuestra opinión, nuestro deseo, nuestra voluntad; no dependen de nosotros el cuerpo, la reputación, la riqueza ni el poder.” (Epicteto).

La virtud, para los estoicos, constituye el bien supremo y el único bien auténtico. No se trata de la virtud entendida en el sentido moral o convencional, sino entendida como un modo de vida que está en consonancia con la razón y con el orden natural del cosmos. Lo decisivo no es la posesión de bienes externos, sino la actitud interior y la rectitud de nuestras acciones. Frente a esto, todo lo demás -poder, fama, riqueza- son bienes indiferentes. Es decir, no son malos en sí, pero tampoco son los bienes verdaderos o auténticos, puesto que pueden ser utilizados de manera virtuosa o viciosa.

Las enseñanzas estoicas tienen una dimensión práctica: si los bienes externos no son el fundamento de la felicidad, no debemos temer su pérdida ni obsesionarnos por su posesión. El estoico busca la ataraxia (serenidad) y la autarquía (autosuficiencia), cultivando un espíritu libre que no depende de las fluctuaciones de la fortuna.

La consecuencia directa de esta visión estoica del mundo es una ética del autodominio. Los estoicos entendían que la felicidad no depende de controlar el azar ni las circunstancias externas, sino de gobernar nuestra mente y nuestras acciones. De ahí que la actitud sabia consiste en aceptar con serenidad aquello que no se puede controlar y esforzarse en actuar con justicia y valentía ante todo lo que sí está a nuestro alcance. En sus «Meditaciones», Marco Aurelio -emperador romano y filósofo- escribió: «Acepta todo lo que te trae el destino, porque ¿qué podría ser más apropiado para tí? (Meditaciones, IV, 26).

El sentido de esa frase no reside en la resignación pasiva, sino en una invitación a mantener una actitud de armonía con el orden racional del universo: lo que el destino nos ofrece -ya sea favorable o adverso- está en consonancia con el todo, como parte de una naturaleza común, y el sabio así lo reconoce.


Otro punto original y fecundo del estoicismo es su visión universal y cosmopolita.

Para los estoicos, el ser humano no es únicamente miembro de una ciudad o de una polis concreta, sino ciudadano del cosmos (kosmopolites). Esta idea de la ciudadanía universal, ya aparece en Diógenes el Cínico, pero serán Zenón y, sobre todo, los estoicos posteriores quienes la desarrollen de manera sistemática. «No nacemos para un solo rincón, sino para el mundo entero», nos dirá Séneca, en sus «Cartas a Lucilio«.

Los seres humanos comparten una misma razón universal (logos) y, por tanto, una misma dignidad y forman parte de un mismo orden natural. La ciudadanía universal fue una idea revolucionaria para una época en la que el mundo griego estaba dividido en ciudades-estado y sus habitantes jerarquizados rígidamente -ciudadanos, extranjeros y esclavos-. Pero esta noción estoica encontró un terreno fértil en el contexto del Imperio Romano. Al extenderse desde Britania hasta Siria, el Imperio Romano configuró un espacio en el que la idea estoica de que los seres humanos comparten una misma naturaleza racional y una misma dignidad, empezó a tomar cuerpo más allá de la filosofía. De hecho, el derecho romano terminó por desarrollar la idea de un «derecho de gentes» (ius gentium) y un «derecho natural» (ius naturale), aplicable a todos, más allá de la ciudadanía estrictamente romana. La culminación de este proceso es el Edicto de Caracalla (212), que otorgó la ciudadanía romana a todos los hombres libres del imperio, haciendo realidad lo que para los estoicos había sido, sobre todo, una idea ética. Aunque esto no significó alcanzar la plena igualdad, sí fue un paso hacia la consideración de que todos los seres humanos forman parte de una misma comunidad legal y moral.


Además de la centralidad de la virtud, de la ética del autodominio, de la ataraxia, de la autarquía, de la razón universal o de la ciudadanía cosmopolita, la filosofía estoica también realizó aportaciones en el terreno de la lógica, de la física y de la ética, en las que no vamos a entrar en este artículo, pero que no desmerecen la importancia del pensamiento estoico.

Sin embargo, sí parece interesante proyectar las ideas del estoicismo sobre el panorama político que tenemos en la actualidad.

En un contexto de polarización, recurrir a los estoicos parece urgente: no podemos controlar las opiniones de los demás, ni las decisiones de otros, ni el ruido mediático. Pero sí depende de nosotros una actitud ante el desacuerdo que prime la respuesta serena, evitando caer en una espiral de confrontación y odio.

Frente al cultivo del antagonismo, los estoicos propondrían hoy actuar con justicia, prudencia y respeto. Esto no hay que confundirlo con neutralidad, sino con mantener la integridad moral cuando defendemos nuestras posiciones, por encima de cualquier manipulación emocional o tendenciosa.

La polarización actual se alimenta del miedo y de la ira. Uno de sus recursos más poderoso es propiciar las emociones negativas -como el miedo al otro, ya se trate del adversario político, del inmigrante, del disidente-, que conducen al enfrentamiento constante y a la incapacidad del diálogo.

Sin embargo, los estoicos nos ofrecen una alternativa ética y práctica. No se trata de suprimir las emociones, sino de ordenarlas bajo la guía de la razón, para que no manejen nuestra conducta de manera ciega. Este ideal se concreta en una práctica cotidiana que puede resumirse en «reflexión antes de la actuación«. Por tanto, la filosofía estoica, lejos de ser un vestigio antiguo, puede servir todavía como referencia práctica y educativa, al ofrecer una vía para gestionar las emociones desordenadas, recuperar la calma interior y actuar de modo racional y ético.

Pero la actualidad del estoicismo no se limita al plano individual: tiene también una dimensión social y política. La filosofía contemporánea ha retomado las ideas estoicas para fundamentar una ética global. Por ejemplo, Martha Nussbaum argumenta que el cosmopolitismo de raíz estoica ofrece un marco filosófico sólido para los derechos humanos y la justicia transnacional. Según ella, reconocer la igual dignidad de todos los seres humanos -idea plenamente estoica- es el primer paso para edificar instituciones que trasciendan el nacionalismo excluyente y aborden desafíos actuales como la pobreza extrema, migraciones forzadas, desigualdad o crisis medioambiental.


El estoicismo nos sigue hablando con voz serena. Zenón, Epicteto, Marco Aurelio o Séneca no escribieron para tiempos de calma, sino para épocas convulsas, llenas de conflicto e incertidumbre. Su gran lección es que no debemos ser esclavos de lo que ocurre fuera de nosotros, sino de nuestras acciones y juicios. Cultivar el autocontrol, actuar con virtud y reconocer la dignidad común de todos los seres humanos, son vías para vivir mejor y en sociedades más justas.

El ideal estoico del kosmopolítēs ciudadano del mundo– nos recuerda que somos parte de una misma comunidad humana y nos impulsa a una ética global de respeto, diálogo y cooperación. Para el estoicismo, cada uno de nosotros es un actor de cambio desde lo más íntimo: desde nuestro pensamiento, nuestra palabra o nuestro gesto.

El estoicismo sigue vivo, enseñando que es posible otra manera de habitar el mundo…

2 respuestas a “Zenón de Citio, el estoico. Otra manera de habitar el mundo”

  1. Vuelve a sorprenderme como la reflexiones filosóficas mantienen su vigencia por mucho tiempo que transcurra y por muy distintas que sean las sociedades.

    De nuevo se pone de manifiesto la necesidad de reforzar la enseñanza de la filosofía en el sistema educativo, pero no como una mera enumeración de las ideas de los distintos autores, sino mostrando, como haces tú con estos artículos, cómo esas ideas siguen siendo válidas hoy en día.

    Muchas gracias por estas lecciones de filosofía

    Un abrazo

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    1. Buenas tardes César. Agradecido, como siempre, por tu lectura del blog y tus comentarios…
      Es cierto: la filosofía no es sólo una enseñanza antigua. Es fruto de la reflexión pausada que puede iluminar nuestras experiencias actuales. Los pensamientos de aquellos griegos que vivieron hace casi dos mil quinientos años, siguen dialogando con los problemas de hoy y nos ayudan a pensar nuestra vida, nuestra sociedad, nuestra política…
      Me alegra muchísimo que estas páginas que escribo sobre algunos momentos de la historia de la filosofía sean de tu interés. Espero que sirvan para mantener viva la curiosidad y el deseo de pensar y reflexionar, para todos nosotros.
      Un abrazo.

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