Fundamentos filosóficos en el pensamiento de Albert Einstein

Albert Einstein es recordado como uno de los más grandes científicos de la historia, pero su obra no puede entenderse plenamente sin considerar el trasfondo filosófico que guió su pensamiento. La teoría de la relatividad no surgió solo de cálculos y observaciones, sino de una profunda reflexión sobre la naturaleza del conocimiento, la realidad y el papel de la ciencia en la sociedad. Daremos un breve repaso a los fundamentos filosóficos de Einstein, abordando su racionalismo, su realismo crítico, su concepción del universo y su dimensión ética


Einstein partía de una convicción fundamental: el universo es comprensible mediante la razón. Esta idea revela una posición muy enraizada en la tradición del racionalismo clásico: una corriente filosófica que sostiene que el verdadero conocimiento proviene, principalmente, del uso de la razón, más que de la experiencia sensorial. Esta idea fue defendida por pensadores como Descartes, Leibniz y, especialmente, Baruch Spinoza, a quien Einstein admiraba intensamente.

Su afinidad con Spinoza no sólo fue en términos filosóficos, sino también espirituales. Admiraba la visión de Spinoza de que Dios era una manifestación de la totalidad del universo y no un ser que interviene en los asuntos humanos, sino como expresión de un orden necesario e inteligible. Recordemos que Spinoza concebía a Dios y a la Naturaleza como una misma cosa (Deus sive Natura) y creía que todo lo que existe se sigue, necesariamente, de la esencia de Dios. Esto implica que el universo es un sistema cerrado, lógico y regido por leyes necesarias. Precisamente las nociones con las que Einstein se muestra de acuerdo: un universo ordenado, sin espacio para el capricho o la arbitrariedad.

Deus sive Natura (Dios, o la naturaleza) es una expresión o fórmula que aparece en su obra más importante, Etica demostrada según el orden geométrico, y resume su concepción del mundo: Dios y la Naturaleza son una y la misma realidad.

Para Einstein, “lo más incomprensible del universo es que sea comprensible”. Esta confianza en la estructura lógica del mundo orientó su trabajo científico, y lo llevó a desconfiar del azar como principio último, incluso en el contexto de la mecánica cuántica –«Dios no juega a los dados», decía-. Einstein pensaba que el universo, aunque complejo y misterioso, sigue un orden lógico que la mente humana puede descubrir, aunque nunca sea por completo.

Este enfoque racionalista de Einstein es, sin embargo, un racionalismo crítico. Esto significa que no aceptaba sin crítica previa los supuestos heredados de la tradición científica. Para él, la física debía mantener un diálogo constante entre la experiencia y la razón: la experiencia señala los límites de lo que conocemos y obliga a revisar las teorías, pero es la razón, mediante el pensamiento lógico y matemático, la que construye los marcos -teorías- conceptuales que son capaces de explicar la realidad.

En ese sentido, Einstein se opone al puro empirismo porque cree que la ciencia no avanza sólo por la observación y la acumulación de datos: los datos son ciegos si no hay marcos teóricos que los orienten. Pero también se aleja de un racionalismo dogmático que no atiende a la realidad. Su posición es la de una síntesis: las teorías son creaciones libres del espíritu humano, pero deben ser contrastadas con la experiencia y, por supuesto, modificadas o desechadas cuando los hechos las contradicen.

Einstein se distancia también de la posición de los positivistas lógicos, quienes consideraban que la ciencia debía limitarse sólo a describir las relaciones que podían observarse entre los fenómenos. Para estos positivistas, hablar más allá de lo que se da en la experiencia inmediata carece de sentido, puesto que no podía ser comprobado empíricamente. Desde luego, esto reduce la ciencia a una simple metodología de correlación de los fenómenos que observamos.

Pero Einstein, en cambio, sostuvo que existe una realidad física objetiva, con independencia de nuestras percepciones o de las teorías que elaboramos para tratar de explicar esa realidad. Esto quiere decir que la ciencia no se agota en la descripción de los fenómenos, sino que su misión es descubrir las profundas estructuras del mundo, las cuales permanecen ahí, aunque no estemos observándolas: «La realidad es lo que persiste cuando dejamos de pensar en ella», escribió a Schrödinger. Esta frase expresa con claridad su convicción de que el mundo físico no depende de la conciencia humana.

En suma, mientras los positivistas lógicos reducían el alcance la ciencia sólo a los enunciados que pueden ser verificados, Einstein concibe la ciencia como un esfuerzo por conocer el mundo con independencia del observador, aunque nuestro acceso a él siempre esté mediado por las teorías.


Einstein se mostró siempre atento a la tradición filosófica. No entendía la ciencia como algo aislado, sino en diálogo con la filosofía y, especialmente, con autores como Inmanuel Kant, David Hume y Ernst Mach.

De Kant tomó una idea fundamental: el conocimiento no se limita a registrar de forma pasiva los datos de la experiencia, sino que implica una mediación conceptual. Es decir, nuestra mente no se limita a registrar lo que ocurre, sino que participa de forma activa en la construcción del conocimiento.

Ya sabemos que, según la «Crítica de la Razón Pura«, la mente organiza la experiencia por medio de las categorías y de las «formas a priori de la sensibilidad» -el espacio y el tiempo-. Pero, para Einstein, las categorías de la ciencia no son las estructuras inmutables de la mente, sino que son las hipótesis históricas y revisables. La ciencia progresa, precisamente, porque es capaz de redefinir esas hipótesis cuando la experiencia lo exige. Así ocurrió con la teoría de la relatividad, que transformó radicalmente las concepciones del espacio y del tiempo: lo que antes se consideraba absoluto, se reveló como relativo.

La influencia de Kant en Einstein es conocida porque él mismo la reconoció en varios escritos y cartas. Por ejemplo en algunos textos suyos, como Autobiographical Notes (1949), admitió que las ideas kantianas sobre el papel de la mente en la experiencia fueron decisivas para su formación intelectual.

De Hume, Einstein tomó su crítica a las nociones de causalidad y necesidad. Hume decía que nunca percibimos la causalidad en sí. Por ejemplo: si una bola de billar choca con otra y esta se mueve, lo que percibimos son dos hechos que son seguidos -el choque y el movimiento-, pero no percibimos la fuerza invisible que los conecte. Para Hume, la idea de causalidad es un hábito mental: como siempre vemos la misma secuencia, tendemos a pensar que esa secuencia volverá a repetirse en el futuro. Esta idea inspiró a Einstein, que recoge esa crítica a la causalidad: la causalidad no es una necesidad absoluta de la naturaleza, sino una regularidad teórica que construimos para explicar los fenómenos. Y, como toda teoría, puede ser revisada y corregida si aparecen nuevas evidencias.

Por último, Ernst Mach defendía que la física debía limitarse a lo que es directamente observable -por tanto, a lo que se puede medir o percibir-. Sin embargo, Einstein fue más allá de Mach, afirmando que la ciencia no avanza sólo con observaciones, sino que necesita de conceptos teóricos creativos -como el espacio-tiempo o la relatividad-, que son conceptos que «no se ven», pero que ayudan a explicar los fenómenos. Por eso, para Einstein, la ciencia es una combinación, por un lado, de imaginación para crear teorías nuevas y, por otro, verificación empírica para comprobar si esas teorías funcionan en la realidad.

En la relatividad general, Einstein imaginó que la gravedad no era una fuerza invisible -como decía Newton-, sino la curvatura del espacio-tiempo producida por la masa de los cuerpos. Esa idea nadie la ve directamente, pero fue un concepto teórico creativo. Luego, esa hipótesis se puso a prueba: durante un eclipse, se midió cómo la luz de las estrellas se curvaba al pasar cerca del Sol, confirmando lo que Einstein había predicho.


  • Sobre la idea de Dios

Volviendo a su admiración por Spinoza, Einstein rechazó la idea de un Dios personal, que escucha plegarias, castiga o recompensa, pero desarrolló una concepción que llamó “religión cósmica”, inspirada en Spinoza. Cuando Einstein hablaba de esa religión cósmica, se refería a la actitud de asombro y respeto ante la armonía y la legalidad del universo. Para él, Dios no era un ser con voluntad, sino la estructura racional del mundo: aquello que hace que todo se desarrolle según leyes comprensibles. En una famosa carta al rabino de Nueva York, Herbert Goldstein, en 1929, afirmó: “Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de lo que existe, no en un Dios que se ocupa del destino y las acciones de los hombres”. En resumen, el Dios de Einstein no es el padre celestial que presentan algunas religiones, sino la propia belleza ordenada del cosmos.

Este respeto reverencial por el orden del universo se unía a una profunda preocupación ética. Einstein no veía la ciencia como algo neutro o separado de la vida humana, pero, al mismo tiempo, consideraba que la ciencia debía servir al bien común, a la mejora de la existencia, no a la destrucción.

Tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial y el uso de la bomba atómica, marcaron un antes y un después: Einstein comprendió que los descubrimientos científicos podían convertirse en armas terribles. Por eso, en conferencias y escritos, insistió en la responsabilidad moral de los científicos (Einstein, 1946): no bastaba con investigar, había que pensar en las consecuencias. Para él, el auténtico progreso no era sólo técnico, sino que debía ir acompañado de una maduración ética y social: la humanidad debían madurar en valores como la cooperación, la paz y la justicia, para que el avance de la ciencia no terminara en catástrofes. Ética y Ciencia, por tanto, no podían separarse.

Einstein consideraba la filosofía como una herramienta imprescindible para la ciencia. En su ensayo Física y realidad” (1936), afirmó que un físico que desprecia la filosofía se parece al ciego que desdeña el bastón: tiene conocimiento, pero le falta orientación. Para él, la filosofía ofrecía el marco crítico y conceptual que permitía cuestionar los fundamentos de las teorías y formular nuevas ideas. ¿Por qué? Porque la ciencia no sólo debe acumular datos, también necesita reflexionar sobre sus propios fundamentos y esa tarea crítica es la que aporta la filosofía.

Su propia obra es ejemplo de esta interacción entre ciencia y filosofía. La relatividad general no solo fue un avance físico, sino también una redefinición conceptual del espacio y el tiempo, con implicaciones ontológicas profundas.

En efecto, con la relatividad general mostró que espacio y tiempo no existen como escenarios rígidos e independientes, sino que forman una unidad -el espacio-tiempo-, y que no son absolutos, sino que se curvan y se modifican según la presencia de masa y energía: cuanto mayor es la masa -por ejemplo, en un agujero negro-, más intensa es la curvatura y más radicalmente cambia la forma en que transcurre el tiempo y se mueven los objetos.

Las consecuencias ontológicas son importantes: ya no existe un marco universal absoluto e inmutable, sino un tejido dinámico que cambia según lo que contiene. La relatividad general es ciencia, por supuesto, pero también es filosofía al redefinir las categorías fundamentales de la realidad. En otras palabras, la relatividad general no sólo explica el universo con fórmulas nuevas, sino que cambia nuestra concepción de él. Eso la convierte en un acontecimiento tanto científico como filosófico.


Hemos dado un brevísimo repaso, a los fundamentos filosóficos de Einstein, y a cómo su pensamiento, que combina racionalismo, realismo crítico y ética humanista, tuvo influencias de filósofos notables. Su ciencia fue mucho más que meras ecuaciones y cálculo. Fue una búsqueda de sentido en el cosmos. Al unir imaginación y rigor, filosofía y física, Einstein es un paradigma de que el conocimiento humano avanza cuando integra múltiples dimensiones de la razón.

Hoy, su pensamiento sigue siendo relevante: en un mundo donde la ciencia tiene un poder enorme sobre el planeta y sobre la vida que en él se desarrolla, nadie debería olvidar nunca la llamada que Einstein hizo a la responsabilidad moral y a la reflexión filosófica.

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