«No-cosas». El pensamiento de Byung-Chul Han

El siglo XXI ha traído consigo una transformación radical en la forma en que nos relacionamos con el mundo. La digitalización generalizada, la proliferación de las redes sociales y la omnipresencia de los datos han modificado no solo la vida cotidiana, sino también la manera en la que interpretamos nuestras experiencias. En este contexto, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha ofrecido una de las reflexiones más lúcidas y críticas acerca de los cambios culturales y ontológicas de la era digital.

En su obra «No-cosas. Quiebras del mundo de hoy» (2021), Han formula la tesis de que hemos pasado de habitar un mundo de cosas a vivir en un mundo de no-cosas. Las cosas eran entendidas como objetos materiales, tangibles y duraderos, que constituían el fundamento de la memoria, la experiencia y nuestro arraigo existencial. En cambio, las no-cosas —informaciones digitales, datos, imágenes efímeras— han desplazado a toda aquella realidad densa, generando un entorno volátil, superficial y marcado por el control de los algoritmos.

Vamos a adentrarnos con brevedad en la profundidad del pensamiento del Byung-Chul Han, en lo que él ser refiere con su categoría de no-cosas, situándolo en diálogo con otros autores como Martin Heidegger, Jean Baudrillard y Walter Benjamin. Será un recorrido sobre las implicaciones culturales, existenciales y políticas de este cambio, así como la propuesta de resistencia que Han ofrece frente a la desmaterialización del mundo.


El punto de partida de Han es una constatación sencilla, pero profunda: vivimos cada vez menos rodeados de cosas y cada vez más rodeados de información. Un libro físico, una carta manuscrita o un disco de vinilo son ejemplos de cosas que conservan una materialidad que está cargada de historia y de permanencia. En contraste, los archivos digitales, los mensajes instantáneos o las imágenes compartidas en redes sociales son lo que el filósofo denomina «no-cosas»: es decir, entidades inmateriales que no pueden tocarse, no poseen peso ni duración, y tienden a desaparecer en un flujo constante de actualizaciones y novedades.

Han lo resume con contundencia: Las no-cosas no arraigan, no se hacen mundo, no guardan memoria”. Esta frase revela la esencia de su crítica: las cosas si crean mundo; pero, por el contrario, las no-cosas lo deshacen en un flujo incesante de informaciones volátiles.

El tránsito hacia las no-cosas supone, por tanto, un cambio de paradigma cultural y ontológico. Implica que el ser humano contemporáneo ya no se relaciona con objetos que resisten y permanecen, sino con contenidos digitales que desaparecen en segundos. La memoria se sustituye por el almacenamiento en la nube, la experiencia por el consumo instantáneo, y el arraigo por una conectividad que es, la mayoría de las veces, efímera.

Una de las consecuencias más graves de este proceso es lo que Han denomina la descosificación del mundo. Al desaparecer las cosas, el mundo pierde su espesor y consistencia. Vivir rodeados de no-cosas equivale a vivir en un entorno inestable, donde todo está sometido a la inmediatez y a la obsolescencia programada.

Aquí resulta esclarecedor el diálogo con Martin Heidegger, quien en «Construir, habitar, pensar» (1951), resaltaba que las cosas no son meros objetos, sino aquello que nos convoca a un modo determinado de habitar el mundo. Heidegger sostenía que sólo es posible «habitar poéticamente el mundo» cuando nos relacionamos con las cosas en su plenitud. Así, cosas como una jarra, o una casa, no son meros objetos caracterizados por su utilidad funcional, sino que en ellos se condensa una red de significados que enraíza al hombre en el mundo y lo vincula con un espacio y un tiempo concretos.

«Habitar poéticamente el mundo» es una idea que nos evoca una relación plena con las cosas, reconociéndolas como mediadoras que nos arraigan en el mundo. Se trata de una concepción que destaca la importancia de la materialidad y la duración. Cualquier objeto posee una permanencia que permite establecer raíces, memoria e identidad. Las cosas son aquello que hacen posible que el ser humano no esté simplemente en el mundo, sino que lo habite con sentido pleno.

Frente a esa visión de Heidegger, el mundo de las no-cosas representa para Han una pérdida de arraigo ontológico. La vida digital está marcada por la fugacidad y por la dispersión. Como él afirma: “Las informaciones no se sedimentan, no configuran historia”. La subjetividad contemporánea, alimentada por lo inmediato y por los algoritmos, se vuelve incapaz de detenerse en la contemplación o en la construcción de vínculos duraderos. El tiempo presente, en opinión del filósofo coreano, es el tiempo en el que las no-cosas han desplazado a las cosas. La consecuencia es una vida reducida a un flujo de datos: allí donde las cosas establecían estabilidad y horizontes de sentido, las no-cosas ofrecen fugacidad. Ya no habitamos en las cosas, sino que, simplemente, nos conectamos con ellas, sometidos a una actualización constante.

Este «diálogo» entre Heidegger y Han revela que la sustitución de las cosas por las no-cosas no es algo que debamos considerar como un asunto trivial. Al contrario, supone un cambio ontológico en cómo el ser humano habita el mundo y pone encima de la mesa la cuestión de si aún es posible habitar poéticamente este mundo que está dominado por las no-cosas, y si podemos recuperar nuestro antiguo vínculo con las cosas, como una tarea urgente para resistir la voracidad del presente.


Walter Benjamin también había anticipado algo semejante al reflexionar sobre la pérdida de la experiencia en la modernidad. En su ensayo, «El narrador» (1936), Benjamin señalaba que la transmisión de experiencias compartidas estaba siendo sustituida por la mera comunicación de información.

Es decir, la narración -que transmitía experiencias, memoria y sabiduría, ofreciendo una continuidad entre generaciones– se veía desplazada por la noticia moderna, caracterizada por su fugacidad y por el hecho de que es consumida en el momento de su difusión. La narración conservaba la experiencia y la hacía comunicable, fortaleciendo los lazos en la comunidad. La noticia, en cambio, aparece aislada, y no es capaz de cimentar una memoria colectiva.

El diagnóstico de Han no hace sino prolongar y hacer más radical aquella intuición de Benjamin: la digitalización extrema nos ha llevado a un estadio donde ya no existen narraciones capaces de «construir comunidad», sino tan sólo circulación instantánea de datos, sin peso temporal ni arraigo social. Han lo expresaba con estas palabras: «La información carece de duración. Se actualiza sin cesar. No permanece, no se sedimenta». El resultado es un vacío de memoria y de sentido: la narración se desvanece ante la hegemonía de un presente perpetuo en el que nada se conserva ni se recuerda. Por eso, Han describe la «crisis de la narratividad» como una crisis del habitar mismo del ser humano en el mundo: al eliminar los relatos que integran nuestro pasado y abren la posibilidad de un horizonte común, sólo nos quedan datos aislados que son consumidos como fragmentos efímeros, sin posibilidad de crear la raíz de una memoria compartida.


En el marco de pensamiento al que nos estamos refiriendo con la obra de Han, puesta en relación con las ideas de Heidegger o de Benjamin, hay que referirse también a un filósofo francés, Jean Baudrillard, que ha sido uno de los más influyentes y polémicos en el pensamiento contemporáneo.

Baudrillard centra sus reflexiones iniciales en el análisis de la sociedad de consumo, a través de obras como «El sistema de los objetos» (1968) o «La sociedad de consumo» (1970). En estas obras explora la idea de que los bienes materiales no se definen sólo por su utilidad, sino por su valor como símbolos de identidad y diferencia social. Es decir, los objetos son signos dentro de un lenguaje social. Por ejemplo, un reloj -ya sea un Rolex o un Casio– sirven para dar la hora, pero no tienen un significado idéntico: el Rolex transmite un prestigio social, riqueza y estatus, mientras que el Casio simboliza funcionalidad o sencillez. Por eso, Baudrillard considera que, en la sociedad de consumo, adquirir y utilizar determinados objetos es una manera de construir una identidad y de marcar las diferencias sociales y jerárquicas.

Con posterioridad, el pensamiento de Baudrillard evolucionó hacia su «teoría de los simulacros« y la «hiperrealidad«. Su idea es que la era mediática de los signos y las imágenes ya no representan la realidad sino que la sustituyen, generando una multitud de «simulacros» donde lo real y lo ficticio acaban por confundirse.

El pensamiento de Baudrillard es complejo y su comprensión amplia exige de muchísimas más líneas de las que aquí hemos esbozado. Sin embargo, lo que nos interesa es que las «no-cosas» de Han pueden entenderse como formas contemporáneas de simulacro: entidades que circulan sin referencia estable y que dan forma a un mundo carente de profundidad donde todo se vuelve intercambiable y sin peso simbólico. Las redes sociales no han hecho otra cosa que intensificar el predominio del simulacro: nuestra identidad se ha reducido a un «perfil»; la relación entre las personas, se ha transformado en una interacción que se cuantifica; y nuestra atención se ha convertido en un recurso susceptible de ser explotado y mercantilizado, de ahí el interés de las plataformas digitales por captarla.

En resumen, Jean Baudrillard y Byung-Chul Han coinciden en una preocupación común: en la transformación radical de cómo experimentamos lo real en el mundo contemporáneo. Ambos señalan que el mundo ha perdido densidad, memoria y arraigo y se ha desplazado hacia el dominio de los signos y de las informaciones. Los desarrollos de ambos nos permiten comprender mejor la lógica cultural y ontológica del fenómeno de la digitalización actual.

Han, aporta todavía una nueva idea: vincula esta dinámica de las «no-cosas» con una aceleración del tiempo. Si las cosas exigían cuidado, atención y duración, las no-cosas exigen rapidez y consumo inmediato. El presente se fragmenta en instantes sucesivos, donde cada uno de ellos es rápidamente superado por el siguiente: «El tiempo de la información es un tiempo sin demora, sin duración», afirma en su libro.


La crítica de Han no se limita a lo cultural o existencial; también se extiende a lo político y económico. El capitalismo actual ya no se basa tanto en la producción de bienes materiales, sino en la explotación de datos. En sus palabras: “Hoy son los datos, y no las cosas, los que generan valor y riqueza”.

Cada acción en el entorno digital deja un rastro que puede ser registrado y monetizado. Las grandes plataformas tecnológicas convierten nuestros rastros digitales en mercancías valiosas con las que moldear, incluso, nuestros deseos y decisiones. De esta manera, las no-cosas se transforman en instrumentos de vigilancia y control; en dispositivos de dominación invisibles y sutiles, pero no menos eficaces.

Tal vez con razón, se ve a Han como una especie de nostálgico, que idealiza un pasado en el que las cosas dominaban la vida humana. Pero su intención no es el rechazo de la tecnología de manera absoluta, sino sólo advertirnos de los peligros de la «desmaterialización» y efectuar una propuesta de resistencia ante ella.

Recuperar el contacto con las cosas es para Han una tarea urgente, como señalábamos en un párrafo anterior. Leer un libro físico, escribir una carta, o contemplar cualquier objeto que atesora un episodio de nuestra memoria o de nuestra experiencia, permite superar la tiranía de un mundo que se ha convertido en un flujo inestable de informaciones que no tienen arraigo, ni en nosotros ni en la colectividad a la que pertenecemos. Esa es la verdadera resistencia que podemos oponer: preservar las cosas para, a través de ellas, preservar la experiencia y la memoria, de forma que lo humano quede inscrito en un tiempo y en un espacio compartidos. Por ello, Han lo afirma con claridad: “El mundo necesita de cosas que lo hagan permanecer. Sin ellas, se convierte en un flujo inestable de informaciones que no arraigan”.

Se trata, de recuperar la posibilidad de «habitar poéticamente el mundo«, de resistirse ante tanta dispersión y fugacidad del presente. Es una propuesta que nos conecta con la noción de «aura» de Walter Benjamin, cuando sostiene que el aura de una obra se fundamenta en su presencia irrepetible, en su aquí y ahora, lo cual la convierte en singular e inseparable de un contexto histórico y espacial. Las no-cosas, por el contrario, disuelven cualquier presencia porque se trata de entidades inmateriales y carentes de cualquier tipo de arraigo: son intercambiables y sin historia propia. Una fotografía digital, por ejemplo, deja de ser una fotografía que tiene un vínculo con el momento y la historia en que fue tomada, para convertirse en un mero archivo que puede copiarse y transmitirse indefinidamente. O el caso de un archivo de texto que pierde toda vinculación con el gesto de la escritura. En las no-cosas, no hay un aquí y ahora irrepetible y único, sino un «en todas partes y en cualquier momento», lo cual elimina el sentido de nuestra experiencia originaria y única.


La categoría de no-cosas de Han ha sido recibida con interés, pero también con críticas. Algunos reprochan a Han una actitud pesimista frente a la tecnología. Sin embargo, su valor radica en haber expresado con palabras una experiencia compartida: la sensación de que la digitalización erosiona la materialidad del mundo y transforma nuestra relación con él.

En un tiempo marcado por la inteligencia artificial, la realidad aumentada y el metaverso, la reflexión de Han se vuelve aún más pertinente. Las no-cosas no son solo un diagnóstico cultural, sino una advertencia política y ética: si dejamos que lo digital sustituya por completo a lo material, corremos el riesgo de perder no solo el mundo, sino también nuestra capacidad de habitarlo de manera plena.

En conclusión, el análisis de Byung-Chul Han sobre las no-cosas constituye una de las críticas más incisivas a la cultura digital contemporánea. Al señalar, en su tesis, que hemos pasado de un mundo de cosas a un mundo de no-cosas permite comprender fenómenos tan diversos como la fugacidad de la información, la pérdida de memoria, la aceleración del tiempo y la consolidación de un capitalismo basado en el control de los datos.

La relación de Han con Heidegger, Benjamin o Baudrillard, que hemos visto, pone de manifiesto que su pensamiento no es aislado, sino que forma parte de una tradición crítica que busca comprender la transformación de nuestras experiencias, dentro del pensamiento filosófico de la posmodernidad. Frente a la superficialidad de lo digital, Han propone recuperar la materialidad de las cosas, no por nostalgia, sino como una forma de resistencia ante lo efímero. Las no-cosas son el signo de nuestra época: intangibles, veloces, cuantificables. Pero al mismo tiempo, nos llaman a repensar qué significa vivir, habitar y resistir en un mundo que amenaza con desvanecerse en la volatilidad de la información.

Tal vez, lo que Han está diciendo es que aferrarnos a las cosas, a su memoria y a su peso, es una de las pocas formas de seguir permaneciendo como humanos…

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