Protestas pro-palestinas en La Vuelta a España: fundamentos éticos

El deporte nunca ha sido un territorio neutral. Suele presentarse como un espacio de entretenimiento, de celebración colectiva y de aparente suspensión de la confrontación política, pero lo cierto es que en las grandes competiciones se concentran tensiones sociales, económicas y simbólicas que convierten al deporte en un escenario privilegiado de visibilidad.


La Vuelta Ciclista a España, no ha escapado a esta dinámica. En su historia reciente -y no tan reciente- ha sido escenario de diversas protestas, actos reivindicativos e interrupciones.

Vamos a reflexionar sobre las implicaciones de esas protestas, desde el punto de vista de la ética, para para intentar comprender tanto las motivaciones de aquellos que interrumpen un espectáculo propiamente deportivo, como las de los que argumentan que el deporte debe permanecer totalmente ajeno a la política.

Si hacemos un poco de historia, en el franquismo, la Vuelta fue una clara herramienta de propaganda del régimen: se exaltaba la unidad nacional y quería ofrecerse una imagen de modernidad y de progreso. Más adelante, ya en el periodo democrático, la carrera pasó a potenciar la diversidad territorial y cultural, al recorrer comunidades autónomas con sus identidades propias.

Ese carácter itinerante y popular es el que convierte a la Vuelta -también al Tour y al Giro- en un escenario ideal para la protesta. Hay que tener en cuenta, además, que el ciclismo de las grandes carreras por etapas, no se encierra en estadios, ni requiere del pago de una entrada para presenciar al pie de la carretera el paso de los corredores.

La carrera ciclista, por tanto, se configura como un espacio de libertad y de apertura lo cual la hace altamente visible pero, a la vez, también muy vulnerable y susceptible de ser aprovechada como lugar de manifestación y de protesta.

No es la primera vez -y tampoco será la última- que manifestaciones y protestas están presentes en la Vuelta ciclista a España. Hay que recordar, por ejemplo, cómo sectores abertzales utilizaron la carrera en sus reivindicaciones de independencia de Euskal HerriaEuskal Herria no es España, decían las pancartas-. También en Cataluña, algo más tarde, han aparecido esteladas y consignas soberanistas en las cunetas. Además de la protesta política, el paso de los ciclistas también ha sido aprovechado para visualizar protestas de otro tipo: laborales, ecologistas o, incluso, vecinales. La justificación es simple: se sabe que cámaras nacionales e internacionales están allí y que miles -tal vez millones- de personas verán dichas protestas.

Hoy día, como otros importantes eventos deportivos, la Vuelta es un acontecimiento que tiene repercusión internacional, que es televisado y patrocinado. Por ello, cuando activistas despliegan una pancarta, llevan a cabo una protesta o una reivindicación, están introduciendo una «fisura» en el guion televisivo previsto, mostrando que la sociedad no es sólo espectadora pasiva, sino que también quiere ser protagonista en los conflictos que están en activo. El filósofo Peter Sloterdijk habló de que en nuestra época se configuran una especie de «esferas», para expresar el hecho de que cada colectivo crea y vive en su burbuja mediática. En ese sentido, el deporte crea su esfera propia, con sus ritmos, ídolos y narrativas y las protestas que interrumpieron la Vuelta son como agujas que pinchan esa esfera, recordando que nada es autosuficiente: “no se puede pedalear sobre la injusticia como si el asfalto fuera neutral”.

Para ahondar más en el sentido de estas irrupciones en la carrera, resulta útil recordar a Guy Debord y su crítica a la “sociedad del espectáculo”. En su obra de 1967 afirma: “Todo lo que antes se vivía directamente se ha alejado en una representación”. Es decir, en el mundo moderno ya no vivimos normalmente las cosas de manera inmediata, sino a través de imágenes, mediaciones y representaciones. Lo que antes era una experiencia compartida en primera persona, ahora se transforma en espectáculo, filtrado por pantallas, anuncios y símbolos que sustituyen a la vivencia real. La globalización de la información, con su flujo inconmensurable de datos, imágenes, mensajes, etcétera, ha magnificado este proceso hasta el punto de que la representación no sólo acompaña a la realidad, sino que la reemplaza en muchas ocasiones.


Cuando en un evento deportivo un determinado número de ciudadanos irrumpen con su mensaje, la organización, los medios -y parte de la sociedad- lo interpretan como una molestia: «una intromisión de lo político o de lo social en lo deportivo, que no debería producirse». Pero desde el punto de vista de la reflexión ética, dicha intromisión se convierte, sin duda, en un acto público: es el pueblo quien aparece en escena, interrumpe la normalidad y pone de manifiesto que está presente en el mismo espacio en el que surgen y se desarrollan conflictos de diverso tipo. De hecho, el propio director general de la Vuelta, Javier Guillén, ha reconocido esa dimensión conflictiva.

Otra clave para interpretar estas protestas es la que nos ofrece Jürgen Habermas, cuando señala que el debate democrático requiere de espacios de comunicación donde los ciudadanos puedan ser escuchados, más allá del ámbito parlamentario.

Lo que subyace, por tanto, es una tensión fundamental: de una parte, el deporte, como aspiración a la neutralidad; de otra, una neutralidad que es imposible en un mundo atravesado por las desigualdades, las tensiones, la violencia o la injusticia. El deporte de alto nivel es un «campo social» , si bien no es el único, y que, como sucede en muchos otros, está intervenido por relaciones de poder y de dinero: en el caso de una carrera ciclista, esas relaciones están presentes desde la propia elección del recorrido, hasta la gestión de los patrocinadores o la intervención de gobiernos autonómicos o locales en su pretensión por financiar etapas o acoger llegadas a meta.


Ahora bien, desde una perspectiva ética, ¿dónde está el límite entre el derecho a la manifestación y el respeto a la seguridad de los corredores? ¿cuál es la relación entre ambos elementos? ¿se trata de libertad de expresión o de instrumentalización del deporte?

Los propios ciclistas se posicionan, hoy día, de manera diversa. Para algunos, deben buscarse otros medios de reivindicación; para otros, el ciclismo transcurre por lugares en donde vive la gente y si la gente tiene problemas o inquietudes, las muestra, porque eso forma parte de la realidad. En este sentido, las protestas hacen visible lo que, simplemente, ya estaba latente.

Se observa, de nuevo, una tensión similar a la que antes aludíamos pero es una tensión que ahora enfrenta la ética de la responsabilidad -evitar daños- con la ética de la visibilidad -mostrar una protesta visible ante un problema-. Esta tensión no hace sino reflejar lo que Chantal Mouffe -filósofa y politóloga belga, nacida en 1943- llamaba «lo político», refiriéndose a que el «conflicto» es inevitable en toda comunidad democrática. Aspirar a una política exenta de antagonismos es algo ilusorio, un error y una falsedad. Pero, por supuesto, eso no evita que la aspiración mayor deba ser que todo conflicto sea canalizado de manera pacífica.

En términos más amplios, las interrupciones de la Vuelta ponen de manifiesto la fragilidad de la frontera entre espectáculo y realidad. En ese contexto, una pancarta desplegada en una etapa de montaña puede ser una imagen más efectiva que una acción política real. Esa imagen tiene un poder simbólico: interrumpe la narrativa de la televisión, introduce un signo no previsto y abre una grieta en la ilusión de que el deporte es neutralidad.

La conclusión a la que nos lleva este breve análisis, es que las protestas en la Vuelta Ciclista a España son un fenómeno inevitable en un deporte que transcurre por un espacio público y que concentra tanta visibilidad. Más que un “ruido” que molesta al espectáculo, la protesta constituye un recordatorio de que el deporte forma parte de la sociedad, y la sociedad es conflictiva. Desde un punto de vista más reflexivo, esas protestas encarnan la tensión entre espectáculo y política, entre neutralidad y conflicto, entre seguridad y visibilidad. Lejos de aislar a la Vuelta en sí, como espectáculo deportivo, la devuelven a un escenario humano al que, sin duda, pertenece. No en vano, en la cuneta de una carretera de montaña, junto al paso de un pelotón, también puede abrirse un espacio de participación y expresión política.


Hasta aquí una pequeña visión desde el punto de vista reflexivo de la tensión entre la neutralidad política, a la que aspira el deporte, y la inevitable conflictividad que todo lo envuelve y a todo afecta.

Sin embargo, para ser consecuentes con el propio espíritu de esta entrada del blog, hemos de descender a la realidad concreta de las recientes manifestaciones pro-palestinas durante la Vuelta a España.

En primer lugar, esas manifestaciones han mantenido en el primer plano el choque político e ideológico que, en nuestro país, ya tiene un carácter permanente y habitual: de un lado, está la defensa que hace el presidente Pedro Sánchez de dichas protestas; de otro, la crítica de la oposición, y la controversia añadida por la fotografía de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, con el equipo israelí Israel Premier-Tech.

Es evidente que, en el contexto nacional, ese choque es un capítulo más en la estrategia de confrontación en la que permanece atrapada la política española, donde cualquier acontecimiento -no importa cuál sea- se convierte automáticamente en terreno para la disputa y el cruce de acusaciones mutuas, las más de las veces sin una fundamentación debidamente razonada. En el caso de las protestas pro-palestinas en la Vuelta a España ha habido una reafirmación de convicciones ideológicas y políticas por parte del gobierno y la inmediata y recurrente descalificación o acusaciones de caos y de desorden, por parte de la oposición.

Pedro Sánchez ha salido públicamente en defensa de las manifestaciones que, pacíficas según múltiples testimonios, se llevaron a cabo en Madrid en protesta por las acciones de Israel en Gaza. Sánchez afirmó que “estas protestas pacíficas deberían expandirse globalmente” y que “España brilla como ejemplo y con orgullo. Da un paso al frente en la defensa de los derechos humanos”.  En este discurso están presentes varios ejes éticos: la legitimidad de la manifestación, en tanto que es expresión de una conciencia colectiva; el deber de los gobernantes de situarse del lado de las víctimas del sufrimiento; y el anhelo de que la política internacional adopte posicionamientos morales y no meramente diplomáticos.

Por contraste, la oposición acusa al Gobierno de Sánchez de alentar la conflictividad y de desdibujar el límite entre protesta legítima y desorden público. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, denunció que se ha hecho “el ridículo internacional televisado en directo”, señalando que el Gobierno fomentó las protestas para “tapar sus problemas de corrupción”. Parte de esa crítica apunta a que la manifestación, al forzar la suspensión de la etapa final de la Vuelta, no sólo dañó el espectáculo deportivo, sino que también comprometió la seguridad y los derechos de quienes sólo querían disfrutar de la prueba ciclista. En ese sentido, consideran que el deber institucional incluye garantizar que los ciudadanos puedan participar en eventos públicos sin interrupciones forzadas por causas políticas ajenas al deporte.

La controversia de Ayuso fotografiándose con el equipo Israel Premier-Tech añade una dimensión simbólica al conflicto. Como señaló el Delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín, “hubo incidentes muy puntuales” pero fueron resueltos, y la imagen de Ayuso con el equipo israelí minutos antes de la carrera fue calificada como “provocación”. Por su parte, Ayuso defendió que su presencia sólo obedece al cumplimiento de su papel institucional en el acto y negó que dicha presencia significara pasividad o indiferencia antes la violencia.

Sánchez, al defender las manifestaciones, apela a la idea de una justicia internacional y de solidaridad ética que trasciende fronteras. No sólo se trata de una causa interna; la defensa del pueblo palestino se convierte en un indicador de la postura moral del Estado ante crímenes de guerra y sufrimiento civil. En este sentido, su llamamiento para que Israel sea excluido de competiciones deportivas «mientras no cese la barbarie”, refuerza la idea de que en el deporte no hay neutralidad: la ética importa y callar o mirar hacia otro lado también significa complicidad. Permitir que un país participe en importantes eventos deportivos mientras comete actos de barbarie equivale a legitimar esas acciones, por eso se plantea la exclusión como una forma de presión simbólica y práctica.

Por su parte, la oposición reprocha al gobierno el uso de la causa palestina como forma de ganar adhesión política. Ayuso acusa a Sánchez de incitar al “desorden” y de atacar tanto al deporte como a la libertad, señalando que el presidente “se convirtió directamente responsable de cada incidente”. Si el gobierno defiende públicamente las manifestaciones, debe también asumir las consecuencias, incluyendo en ellas el riesgo de que algunos individuos lleven las protestas más allá de lo pacífico.

En definitiva, la defensa de Sánchez y la crítica de la oposición se configuran como dos visiones muy distantes de lo que significa gobernar éticamente. Para Sánchez, eso implica posicionarse con las víctimas, permitir la expresión popular y asumir que la ética tiene que estar presente en la política interna del país. Para la oposición, con Ayuso a la cabeza, gobernar éticamente implica también proteger derechos de quienes no protestan, mantener la neutralidad institucional en ciertos espacios (como el deporte), evitar la provocación simbólica y preservar una cohesión nacional frente a conflictos internacionales.

Desde el punto de vista de la tradición de la filosofía ética, Sánchez se inclina hacia una visión deontológica: es decir, que la honestidad moral y el reconocimiento del sufrimiento humano no deben estar subordinados a los cálculos de conveniencia política, en un determinado momento. Lo que se reclama aquí es la defensa de una justicia internacional, aunque incomode, puesto que eso forma parte del deber de un Estado que aspira a representar la conciencia moral de los ciudadanos.


En conclusión, los episodios de la Vuelta a España revelan dos planos distintos de confrontación. Por un lado, el ya habitual enfrentamiento entre gobierno y oposición, que se proyecta sobre cualquier acontecimiento de la vida política nacional. Por otro, una disputa más profunda que interpela directamente a los fundamentos éticos de la democracia: el derecho a la protesta política, la libertad de movilización ciudadana, el respeto al derecho internacional de los derechos humanos, la neutralidad institucional en actos públicos, la responsabilidad simbólica de los representantes y el papel del deporte como espacio de transmisión de valores. Todo eso está en juego, y lo que se decida marcará la calidad ética de nuestra vida democrática.

Reclamar justicia ética implica asumir incomodidades: disrupción, crítica, incluso la suspensión de eventos. Negarse a asumir esas incomodidades, puede equivaler a callar o a contribuir a la normalización de lo que es injusto. Sánchez defiende la protesta y sostiene que la ética no debe ser un adorno retórico, sino el eje de la política. La oposición, por su parte, reclama responsabilidad, moderación y neutralidad frente al espectáculo público. No existe una respuesta sencilla, pero el debate revela algo esencial: en democracia, la verdad no reside únicamente en la legalidad o en la aritmética de las mayorías, sino en los principios que somos capaces de sostener cuando miramos al otro, especialmente si es más vulnerable, y lo reconocemos como un igual en su dignidad y derechos.

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