Zohran Mamdani: La esperanza de un cambio en EEUU

La victoria de Zohran Mamdani para la alcaldía de Nueva York ha despertado algo que en Estados Unidos parecía casi extinguido: la esperanza de un cambio.

En un país marcado por la polarización, el desencanto y la resignación política, la irrupción de un joven musulmán, de 34 años, que se declara socialista y procedente de la inmigración, rompe los moldes de lo previsible.

Nueva York, es una ciudad paradigmática: en ella confluyen todas las contradicciones del sueño americano: refleja tanto el esplendor como las grietas de un sistema en el que «todo es posible», pero también donde la distancia entre ricos y pobres alcanza una amplitud extrema.

Sin embargo, esa ciudad, ha apostado esta vez por alguien que no viene del poder, sino de la calle; alguien que no representa a las élites, sino a los miles de ciudadanos que cada día se levantan pensando en cómo pagar el alquiler, el transporte o la guardería de sus hijos. Su elección no es solo una noticia política: es un símbolo de que la historia aún puede girar hacia un lugar más humano.


La figura de Mamdani encarna un tipo de liderazgo que parecía no podía darse en los EEUU, en la época protagonizada por Trump: es joven, idealista, inclusivo y tiene un discurso que no rehúye la palabra “socialismo”. Su programa no es una colección de promesas grandilocuentes, sino un compromiso directo con la vida cotidiana y con medidas concretas: transporte público gratuito, congelación de los alquileres hasta 2030, guarderías sin coste para los menores de cinco años.

Extracto de uno de los discursos de Mandami:

“We have won because New Yorkers have stood up for a city they can afford. A city where they can do more than just struggle. One where hard work is repaid with a stable life. Where eight hours on the factory floor or behind the wheel of a cab is enough to pay the mortgage. It is enough to keep the lights on. It is enough to send your kid to school. Where rent-stabilized apartments are actually stabilized.”

«Hemos ganado porque los neoyorquinos se han alzado en defensa de una ciudad que puedan permitirse. Una ciudad donde puedan hacer algo más que simplemente luchar por sobrevivir. Una ciudad en la que el trabajo duro sea recompensado con una vida estable. Donde ocho horas en el suelo de una fábrica o tras el volante de un taxi sean suficientes para pagar la hipoteca, para mantener las luces encendidas, para enviar a tus hijos a la escuela. Donde los apartamentos con renta regulada estén realmente estabilizados.»

Como vemos, se trata de un ejercicio de la política que la resitúa en el lugar del que nunca debe salir: en el servicio a los ciudadanos y en la defensa del derecho a vivir dignamente. Frente a las grandilocuencias cínicas (1) que dominan la política norteamericana -y también la de otros países-, donde el poder suele hablar el lenguaje del dinero o del miedo, Mamdani habla con el lenguaje de la calle, de la esperanza, de la justicia social y de la confianza en la comunidad.

(1) Grandilocuencias cínicas como el conocido ejemplo del «Make America Great Again» que utiliza Donald Trump como consigna poderosa pero vacía, que invoca una grandeza nacional al tiempo que legitima el miedo, el racismo y el retroceso social; o el Defend freedom, utilizado para justificar intervenciones militares o recortes de derechos civiles, apelando a la libertad mientras ésta se limita en la práctica

Su triunfo ha sido posible porque detrás existe, no una maquinaria electoral al estilo tradicional, edificada a base de millones de dólares, sino una red de voluntarios, activistas y ciudadanos que han entendido que no es suficiente con pedir el cambio, sino que hay que construirlo.

En sus actos de campaña no había estrellas mediáticas, sino vecinos de la ciudad; en sus mítines, más emoción que eslóganes; en su discurso, más verdad que cálculo.

Esta movilización desde abajo que ha propiciado Mamdani, es quizás su lección más poderosa: cuando la política se abre al pueblo, cuando vuelve a ser lugar de encuentro y no de espectáculo, la democracia renace. Su triunfo es el símbolo del retorno de la política a sus raíces éticas y comunitarias, sin depender de los grandes capitales ni de pretenciosas campañas de imagen, sino tomando como base la fuerza de lo colectivo. Su campaña ha demostrado que la verdadera transformación nace del compromiso de los ciudadanos y de la convicción de que todo cambio se construye con participación y no con propaganda.

El mensaje del nuevo alcalde se aleja de cálculos electorales y de consignas vacías para ofrecer un compromiso moral con la justicia y con la dignidad. La ciudad no es un negocio, sino una comunidad de personas que comparten un espacio y unos problemas comunes. Mamdani significa ese regreso a lo comunitario y también la crítica al individualismo que nos domina en la actualidad. Su victoria trae un mensaje claro: todavía es posible un espacio donde puedan llevarse a cabo políticas de proximidad, donde la voz de los vecinos tiene más importancia que la de los poderosos.

En cierto modo, el ideal que encarna Mamdani -salvando las distancias históricas y culturales- se aproxima al espíritu que representó la polis griega. Aquella no era solo un espacio físico, sino una comunidad de ciudadanos libres que deliberan juntos sobre su destino común. Entre los griegos, la política constituía la forma más elevada de convivencia, porque era allí, en el ágora, donde los ciudadanos ejercían su libertad por medio de la palabra (logos) y no mediante la fuerza. Sus principios fundamentales era la isonomía (igualdad ante la ley) y la isegoría (igualdad en el uso de la palabra), garantías ambas para que la comunidad permaneciera fundamentada en la razón y en el respeto mutuo.

Pues bien, Mamdani, en otra época y en otro contexto, reivindica un ideal parecido: que todos tengan derecho a ser escuchados y a que su ciudad sea un espacio de voces diferentes y no un ámbito dominado por el dinero o los medios.


Sin embargo, no es casual que esta esperanza surja en un momento de crisis como el actual. Es una verdad histórica que las grandes transformaciones suelen nacer de las crisis y de los momentos de desencanto colectivo, cuando las promesas de prosperidad se quedan en mero espejismo.

Hoy día, el «sueño americano» es, más que un sueño placentero, una pesadilla para millones de norteamericanos: los salarios no alcanzan, la vivienda se ha vuelto inaccesible y las generaciones jóvenes heredan, más que oportunidades, precariedad.

El trumpismo ha sido hábil en canalizar ese malestar social, pero lo hace a transformando la frustración en resentimiento y nostalgia. Construye un relato muy emocional que promete el retorno a una América idealizada -homogénea, próspera y moralmente pura- que, en realidad sólo existió como mito fundacional.

La fuerza de Trump, en el interior de su país, reside en su capacidad simbólica: convertir el miedo en un factor de cohesión para la identidad nacional y el descontento en arma política. En sus comparecencias, sustituye la reflexión por el grito, la deliberación por el eslogan mediático y el diálogo por la negación del mismo y la confrontación emocional. En definitiva, Trump no apela a la razón sino a primarios instintos defensivos: proteger lo propio aunque ello implique excluir o destruir lo ajeno. Es un auténtico ignorante de los cambios que han tenido lugar en el mundo contemporáneo, de manera irreversible. Además, promete una imagen ficticia de los EEUU cuando selecciona aspectos del pasado, como la prosperidad económica, la unidad nacional, la hegemonía mundial, etcétera, pero obvia los problemas del presente como la exclusión racial, la desigualdad, el dominio patriarcal o la violencia estructural en el país.

En definitiva, Trump y el trumpismo, ofrecen un retorno idílico -e imposible- a una América homogénea y poderosa, pero utilizando el miedo -al inmigrante, a los cambios, a todo lo que es diferente a ese estilo que se llamó «genuinamente americano«-.

En cambio, Zohran Mamdani propone una salida muy distinta. No niega el malestar social pero trata de darle una nueva orientación. A diferencia de los discursos que alimentan el odio –en España, por ejemplo, son discursos propios de VOX-, o que canalizan la frustración y el desencanto hacia la venganza, su discurso político intenta convertir esas tendencias destructivas en algo transformador.

Su propuesta es dar una oportunidad política a la esperanza, a la solidaridad. Donde el neoliberalismo radical ha impuesto la competencia como forma esencial de la vida contemporánea, Mamdani reivindica el apoyo mutuo como motor del cambio. Esto incluye una ética de la inclusión, donde el otro -el diferente, el inmigrante…- deja de ser una amenaza. La esperanza, para este joven político, no es sólo un estado emocional, sino un compromiso político con sus vecinos.

We can demand what we deserve — because hope is not a feeling, it’s a discipline.”
(“Podemos exigir lo que merecemos, porque la esperanza no es un sentimiento, es una disciplina.» Frase citada en el Jacobin Magazine, que resume su concepción de la esperanza como una práctica activa.)


Sin embargo, la esperanza no es ingenua. Zohran Mamdani tendrá que gobernar una de las ciudades más complejas del mundo, dominada por los intereses financieros de Wall Street y por las presiones inmobiliarias que han convertido el suelo urbano en un negocio para los fondos de inversión y para los promotores, alejándolo de ser un derecho ciudadano. Cualquier intento de regular el mercado, de limitar los alquileres o de frenar los desahucios chocará, sin duda, con intereses económicos y corporativos muy organizados y poderosos.

Tal vez, lo que hoy es entusiasmo pueda transformarse en decepción si la ilusión no se traduce en resultados concretos. Ese es el riesgo del cambio: la distancia entre los sueños y sus cumplimientos. Pero incluso, aunque las reformas tarden, el simple hecho de que un candidato como él haya llegado hasta la cima ya supone una novedad importante en el horizonte político de los Estados Unidos.

Hay algo muy simbólico en que Nueva York —la capital del capitalismo global— haya elegido a un socialista para ser su alcalde. Tal vez, los neoyorquinos (New Yorkers), que han visto nacer Wall Street, están empezando a reconocer que la codicia y la ambición ilimitadas no pueden ser el motor de una sociedad.

Desde luego, todo esto no implica que EEUU se haya vuelto de izquierdas, ni mucho menos. Pero sí que hay palabras como igualdad, justicia o comunidad que recuperan algo de protagonismo y legitimidad. En una sociedad donde la idea de progreso se ha vinculado, casi en exclusividad, al éxito individual, el joven socialista parece estar decidido a devolver al progreso su auténtico sentido colectivo.

Más allá del personaje individual, el mensaje es claro: una generación entera está reclamando otro país. Los jóvenes que no pueden comprar una casa, las mujeres que exigen derechos plenos, los inmigrantes que sostienen la economía desde el anonimato, los trabajadores que se niegan a aceptar que el futuro sean promesas vacías. Todos ellos han encontrado en Mamdani una voz que no les grita ni les excluye, sino que habla de sus propios problemas. Lo que ha vencido en las elecciones no ha sido una opción ideológica, sino el deseo de recuperar un sentido de comunidad frente al individualismo radical de la sociedad norteamericana y también la política como servicio público, frente a la política como negocio.

Ojalá que Zohran Mamdani pueda hacer que esta victoria resuene también en otros lugares del país, donde el desencanto se ha convertido en resentimiento y en odio.

La gran incógnita que se abre es hoy es si esa esperanza de cambio puede irradiar más allá de Nueva York. La respuesta, como el futuro, es incierta pero la elección de Mamdani es una señal clara de la apertura de un claro entre los nubarrones, de una apertura al cambio y a la transformación.

Quizás ese sea el verdadero triunfo: haber devuelto a millones de personas la sensación de que votar puede cambiar algo, de que la democracia aún pertenece a quienes se atreven a desear un país más justo. Las esperanzas de cambio no son promesas cumplidas; son semillas, y esas semillas se han plantado hoy en Nueva York.

Veremos sin son capaces de germinar…

Y aunque votamos solos, elegimos juntos la esperanza. La esperanza por encima de la tiranía. La esperanza por encima del gran dinero y las pequeñas ideas. La esperanza por encima de la desesperación. Ganamos porque los neoyorquinos se permitieron esperar que lo imposible se hiciera posible. Y ganamos porque insistimos en que la política ya no sería algo que se nos impone. Ahora es algo que hacemos nosotros. (Zohran Mamdani en su discurso tras su victoria. Fuente: elDiario.es)

Deja un comentario