MARTÍN HEIDEGGER y la idea de Ser

Martin Heidegger (1889–1976) ocupa un lugar principal en la filosofía contemporánea -en especial en el s. XX- al recuperar una pregunta que, según él, había sido olvidada por toda la tradición metafísica occidental: ¿qué significa ser?

En su obra fundamental, «Ser y tiempo» (Sein und Zeit, 1927), Heidegger sostiene que desde Platón y Aristóteles el pensamiento se ha ocupado de las cosas, de los entes, pero no del sentido mismo del ser. Es decir, se ha producido un fenómeno que él llama «el olvido del ser» (Seinsvergessenheit). Por ello, su proyecto filosófico busca precisamente reabrir esa pregunta y mostrar que el ser no es una cosa ni una propiedad, sino la condición que permite que algo pueda aparecer como una cosa, como un ente.

Vamos a introducir con brevedad, dada la complejidad de su pensamiento, el concepto de ser que analiza Heidegger, su crítica a la metafísica tradicional, la noción de Ser Humano -al que denomina «Dasein»- como «ser-en-el-mundo» y también la dimensión temporal del ser.


Heidegger parte de una constatación: cree que a lo largo de la tradición filosófica occidental, se ha tratado al ser como una realidad evidente. Los filósofos se han fijado en las cosas que existen, en los entes, y no en el ser mismo, es decir, en el ser como la condición que hace posible que todos los entes existan (1).

(1) Todo lo que vemos -una mesa, un árbol, una persona, una montaña…- son entes: son cosas que son. Pero el ser no es un ente o una cosa más. No es un objeto, ni una sustancia, ni algo escondido detrás de las cosas. El ser es lo que permite que las cosas aparezcan como lo que son. Es como la apertura de un claro de luz que permite que algo se muestre. Si no hubiese luz no veríamos nada. Pues de manera análoga, sin el ser, los entes, las cosas, no serían visibles, no se mostrarían. No porque no existieran o desaparecieran, sino porque no podrían aparecer como lo que son -mesa, árbol, persona, montaña…- Por ello, para Heidegger, el ser es la condición que hace posible que algo pueda mostrarse y sea entendido como lo que es.

El error de fijar la atención en las cosas y no en el ser, según Heidegger, comienza con Platón y Aristóteles, cuando el ser se señala como algo fijo, inmutable; como la esencia de las cosas. Tras los griegos, la metafísica occidental ha seguido por ese camino: se ha preguntado por la esencia de cada cosa o ente, pero no por lo que significa que algo sea, o por el sentido que eso tiene.

En efecto, ya en el primer párrafo de su obra «Ser y tiempo», Heidegger denuncia que nos hemos olvidado de preguntar por el sentido del ser y declara: La pregunta por el sentido del ser ha caído en el olvido”. Toda su obra tendrá, por tanto, el objetivo de recuperar esa pregunta fundamental acerca de cuál es el sentido del ser, algo que para Heidegger constituye el misterio más profundo y originario.


Tanto Platón como Aristóteles pensaron el ser como algo estable y permanente, algo que no cambia y que puede ser captado y reducido a un concepto abstracto y, por ello, separado de la experiencia concreta de vivir y de existir. Platón identificó el ser con las Ideas o Formas: realidades eternas, perfectas e inmutables, de las cuales el mundo sensible era una copia imperfecta; Aristóteles también entendió el ser como lo que permanece bajo los cambios, es decir con la sustancia, a la que él llamó ousía.

En ambos casos, lo que Heidegger considera es que esa forma de pensar el ser como una presencia fija, ha marcado toda la historia de la filosofía occidental y, por lo tanto, ha impedido comprender el verdadero sentido del ser que se manifiesta en la existencia concreta. Como veremos, Heidegger entiende el ser desde la experiencia viva del existir, no desde una idea eterna o desde una sustancia que subyace tras los cambios.


Dado que Heidegger nos dice que nos hemos olvidado de la pregunta fundamental por el ser, él quiere volver a esa cuestión originaria de los griegos: ¿qué es el ser? pero desde una perspectiva existencial. Es decir, partiendo del ser que somos nosotros mismos, el ser humano.

Su proyecto filosófico radica en analizar la existencia humana para descubrir en ella el sentido del ser. Esto quiere decir que busca comprender el ser partiendo de la experiencia concreta de existir. Existir, para Heidegger, es «estar-en-el-mundo» y eso, a su vez, implica tanto la temporalidad -ser en el tiempo- como la finitud propia del ser humano, del que dice que es un «ser para la muerte».

Como vemos, el punto de partida de Heidegger no es considerar el ser como una abstracción, sino que considera el ser a partir de la existencia humana. ¿Por qué? Porque el ser humano es el único ente que es capaz de preguntar por el ser -no pregunta por el ser ningún otro ente, como cualquier cosa, objeto u animal-.

A ese ser humano que es capaz de preguntar por el ser, Heidegger lo llama Dasein, cuyo significado literal es «ser-ahí».

¿Qué significa que Heidegger se refiera al ser humano como Dasein, como ser-ahí? Significa que se refiere al ser humano, pero entendido de una manera especial: no es simplemente una persona o un individuo, sino que es el único ser que se pregunta por su propio ser, que se preocupa por su existencia. El ser humano no es una cosa, ni una sustancia, sino que es una presencia en el mundo. Es importante retener la idea de «ser-ahí» con la que Heidegger se refiere al ser humano, no como una conciencia aislada sino como un ente que esta ahí. ¿Dónde? Pues, sencillamente, en el mundo, arrojado a él, abierto a las cosas, a los otros y al propio ser. No estamos «fuera» del mundo, como meros observadores, sino que estamos totalmente dentro, implicados en y con la realidad y viviendo nuestro proyecto que consiste en elegir, decidir, cambiar, asumir qué queremos ser, etcétera, dentro de un mundo pleno de significados, con todos los demás seres humanos y con todas las demás cosas.

La idea de Heidegger, como vemos, rompe con la tradición metafísica que había considerado el ser como algo fijo, presente e inmutable, sino que el ser no está separado del hombre y se manifiesta en la existencia misma. Las cosas -los entes- «son», pero no saben que son; en cambio el ser humano es el único ente que, además de saber que también es, tiene la capacidad de preguntarse por su propio ser. Este es el centro de la nueva metafísica de Heidegger: el Dasein, al preguntarse por su propio ser, reflexiona y está en disposición de comprender el sentido de su existencia. Esto quiere decir que se encuentra en situación de que el ser se le muestre y pueda ser comprendido aunque, al mismo tiempo, el ser nunca se muestra del todo: siempre queda una parte oculta, velada, misteriosa…

Como vemos, hay en la ontología de Heidegger un precioso juego de desvelamiento y ocultamiento: el ser humano –el Dasein– es el ente que está en disposición de comprender el sentido del ser y, por tanto, desvelar su sentido. Por eso, el ser se muestra al Dasein, pero siempre parcialmente, nunca de manera total, porque en la propia naturaleza del ser está implícito ocultarse parcialmente. Lo que argumenta Heidegger en este punto es que, si el ser se mostrara de manera total y absoluta, ya no habría misterio ni pensamiento; todo se habría agotado en una sola presencia y en una sola respuesta. El ser es de naturaleza dinámica y aunque el ser humano queda abierto a su comprensión, esa comprensión es siempre parcial: el ser nunca puede ser comprendido de manera total y absoluta.

Por todo esto, para Heidegger, la poesía de Hölderlin pone de manifiesto una experiencia de desvelamiento: el poeta expresa también que el ser se expresa y se oculta. Cuando el ser se expresa, hay que celebrarlo como algo que llega y nos deja huella, pero también que pasa y se oculta…


En el análisis de la existencia, Heidegger distingue entre dos modos de ser del ser humano -del Dasein-: la inautenticidad y la autenticidad.

La inautenticidad corresponde a la vida cotidiana dominada por el anonimato donde el individuo se diluye en la masa, siguiendo hábitos, opiniones y expectativas sociales. La segunda, la autenticidad, surge cuando el ser humano enfrenta su finitud, reconoce su libertad y asume la responsabilidad de su existencia.

La experiencia decisiva que conduce a la autenticidad es la angustia (Angst). Heidegger quiere decir con esto que solo cuando sentimos angustia descubrimos algo decisivo sobre nosotros mismos. No se trata de la angustia sentida como miedo ante algo o ante alguna situación concreta, sino de una sensación más profunda: la que aparece cuando todo lo que nos rodea parece perder el sentido. Es entonces cuando vemos que las cosas del mundo no significan nada y que, en el fondo, estamos arrojados hacia la nada.

En esa experiencia, es cuando aparece claramente nuestra finitud fundamental: la certeza de la muerte. Heidegger dice que la muerte nos pertenece y es, además, la posibilidad más propiamente humana y nuestra, porque nadie puede morir por nosotros. En sus propias palabras: “La muerte es la posibilidad más propia, insuperable y cierta del Dasein -del ser humano-” ). Al aceptar esta condición de seres finitos, el ser humano puede comenzar a existir de manera auténtica (2), dejamos de vivir distraídos y empezamos a tomar decisiones que son realmente nuestras.

(2) Es posible pensar que una persona actúe de forma auténtica —siguiendo su vocación, tomando decisiones propias, viviendo con coherencia— sin haber reflexionado explícitamente sobre la muerte. Muchas vidas auténticas parecen sostenerse más en proyectos, valores o creatividad que en una meditación sobre la finitud. Pero en términos «heideggerianos» estrictos, eso no sería “autenticidad”, sino quizá una vida intensa, libre o coherente, pero no la autenticidad ontológica a la que él se refiere en su obra «Ser y tiempo».

En Heidegger, la idea de «ser-para-la-muerte» (Sein-zum-Tode) supone la forma más profunda que este filósofo encuentra para describir cómo existe el ser humano (Dasein).

Ser-para-la-muerte no implica vivir obsesionado por la muerte, ni pensar en ella de manera continua sino entender y, sobre todo aceptar, nuestra propia finitud. La muerte es la posibilidad que define propiamente al ser humano porque nadie puede asumir esa posibilidad en nuestro lugar. Por tanto, la finitud estructura toda nuestra vida y aceptarla implica comprender que todas nuestras posibilidades son temporales; que nuestra vida es un proyecto que siempre se interrumpirá en un momento u otro. Lo que sencillamente nos dice Heidegger es que «sé que soy finito y, precisamente por eso mi vida es mía, mis decisiones son mías, mi tiempo es precioso».

La concepción de Heidegger de la muerte es radicalmente distinta de la visión cristiana clásica. Para el filósofo, la muerte no es el tránsito hacia otra existencia, sino la posibilidad más propiamente humana, la que revela que somos seres finitos y nos obliga a asumir nuestra vida como un proyecto único e irrepetible. Precisamente porque esta vida es la única que tenemos, debemos vivirla de manera auténtica, haciéndonos cargo de nuestras decisiones.

El cristianismo tradicional, en cambio, entiende la muerte como un paso hacia la vida eterna. La existencia terrena no es la definitiva, sino una preparación para la salvación futura. Desde esta perspectiva, lo esencial no es considerar la vida propia en su finitud y en su autenticidad, sino concebirla como una esperanza en la vida ultra-terrena, que es la que otorgaría el sentido último a la existencia humana.

En definitiva, para Heidegger nuestra tiene un horizonte de finitud y por ello es auténtica, mientras que para el cristianismo, la vida terrena queda subordinada a la promesa de otra vida más allá de la muerte.


El ser y el tiempo

El eje fundamental de la obra «Ser y tiempo» es la relación entre el ser y la temporalidad.

Heidegger sostiene que solo a partir del tiempo puede comprenderse el ser: “El sentido del ser del ser humano se funda en la temporalidad”. El tiempo no es una sucesión de momentos, sino una estructura existencial de tres dimensiones: el pasado (haber-sido), el presente (presencia) y el futuro (por-venir).

Por tanto, la temporalidad hace que el ser humano se comprenda a sí mismo en el horizonte del futuro, proyectando posibilidades, pero lo hace desde un pasado que ya lo determina y un presente en el que actúa. La temporalidad es, por tanto, el modo en que el ser se abre al mundo. Esta concepción transforma la ontología clásica —centrada en el ser eterno e inmutable— en una ontología existencial, donde el ser es inseparable de la vida temporal del hombre.

Más adelante, en obras como «La carta sobre el humanismo» o en «La pregunta por la técnica» deja de centrarse solo en el ser humano -Dasein- y en «mi» existencia particular, para prestar más atención a cómo aparece la verdad en el mundo. En la tradición clásica, la verdad era concebida como la adecuación entre lo que se afirma y la realidad de los hechos. Es decir, una afirmación es verdadera si coincide con la realidad.

Sin embargo, Heidegger considera que esta forma de entender la verdad la reduce a una mera comparación. La verdad, para él consiste en algo más fundamental: en que las cosas aparezcan, se muestren, dejen de estar ocultos. Es decir, antes de que algo pueda ser visto como verdadero o falso, la verdad para Heidegger consiste en que el ser -la realidad- se muestre, se des-oculte.

En ese contexto, cuando el ser se muestra, Heidegger nos invita a recuperar una relación más originaria con él. Es crítico con el dominio técnico moderno, que convierte todo en un objeto de uso: las montañas se miran como recursos explotables; los ríos como energía que se canaliza; las personas se consideran mano de obra; el mundo entero es un enorme almacén de cosas, de materiales disponibles, para utilizar y sacar provecho de ellos. Por tanto, reclama que el hombre habite el mundo de una manera más poética, más agradecida y más auténtica: mirar con atención; dejar que las cosas se muestren; no imponer nuestro control; comprender que no todo está ahí para ser explotado

La filosofía de Heidegger representa un punto de inflexión en la historia del pensamiento. Al reabrir la pregunta por el ser, rompe con la tradición metafísica que lo identificaba con la sustancia o la presencia. El ser, en Heidegger, no es un ente ni una propiedad, sino el horizonte que posibilita toda comprensión y todo sentido de la realidad.

Su análisis del ser humano revela que éste no es un observador del mundo, sino que forma parte de él. La temporalidad, la angustia y la muerte no son limitaciones, sino que constituyen modos fundamentales de como somos. En última instancia, Heidegger nos recuerda que pensar el ser significa también pensar nuestra manera de habitar el mundo: no dominarlo, sino dejar que se muestre en su verdad.

La pregunta por el ser, lejos de cerrarse, sigue abierta. Como escribió el propio Heidegger: “Solo un dios puede aún salvarnos”. Quizá ese “dios” no sea una divinidad, sino la posibilidad de volver a pensar el ser como misterio, como presencia que ilumina y se retira al mismo tiempo.

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