El concepto de lógos (λόγος) constituye uno de los núcleos fundamentales del pensamiento griego y, por extensión, de toda la tradición filosófica occidental. Pocas palabras han tenido una historia semántica tan rica y decisiva: lógos significa a la vez palabra, razón, discurso, argumento, explicación, medida y proporción. En su origen, no se trataba de un término técnico, sino de una palabra viva del griego común que, progresivamente, adquiere densidad filosófica hasta convertirse en el principio articulador del pensamiento racional.
¿Por qué es un principio articulador del pensamiento racional? Por varios motivos. En primer lugar, porque hace posible que «el pensar» tenga forma, orden y sea comunicable mediante la palabra. El lógos da sentido al discurso porque permite elaborar una argumentación desde enunciados que se encuentran dispersos. En ese sentido, la acción racional del lógos no consiste en la acumulación de ideas, sino en relacionarlas, en mostrar los argumentos en virtud de los cuales una cosa se sigue de otra.
En segundo lugar, el lógos articula la realidad y hace posible que el mundo deje de aparecer como un conjunto caótico de fenómenos y se muestre como algo inteligible. En Heráclito, por ejemplo, el lógos es “el orden que preside el devenir”; en Aristóteles, lo que permite decir qué es algo (tò tí ên eînai) (1). Además, el lógos significa que lo que se piensa puede ser compartido, discutido y analizado por otros. Por ello, el lógos tiene un papel esencial en la polis, en la ética y en la política: el lógos permite que haya deliberación.
(1) tò tí ên eînai: con esta expresión Aristóteles quiere indicar aquello en virtud de lo cual una cosa es lo que es. Se refiere, por tanto, a su definición esencial, lo que permanece idéntico por encima de los cambios accidentales. No se trata de cómo se nos aparece algo, sino de mostrar su ser propio. El lógos tiene aquí un papel decisivo: la esencia sólo es accesible mediante el lógos o, lo que es lo mismo, mediante una definición racional que diga qué es la cosa.
Por último, en esta breve caracterización del lógos griego, hay que señalar que el lógos une lenguaje, razón y ser. El griego no concibe que la razón pura esté separada del lenguaje, del decir: pensar es siempre decir algo de algo. En consecuencia, el lógos es a la vez pensamiento y palabra: lo pensado sólo es plenamente tal, en el momento en que puede ser dicho.
Como vemos, el lógos une o articula lenguaje y razón, porque razonar es ofrecer un discurso con sentido. No se trata de entregar ideas puras flotando al margen del lenguaje, sino que toda racionalidad se manifiesta en forma de discurso argumentado.
Pero también el lógos une la razón y el ser. ¿En qué sentido? En el sentido de que todo discurso verdadero hace patente el ser de las cosas: decir algo de algo es, en definitiva, mostrarlo, sacarlo a la luz, exponerlo a la comprensión y al debate público.
En definitiva, para los griegos, el lógos es el elemento que relaciona y da sentido a todo pensar, articulándolo mediante un discurso que, a su vez, nos muestra o dice cómo es el ser de las cosas.
Vamos a explorar con brevedad el surgimiento del lógos en la Grecia antigua, su relación con el mito, su desarrollo en los presocráticos, su sistematización en Platón y Aristóteles, y su proyección posterior como fundamento de la racionalidad occidental.
Tradicionalmente se ha presentado el nacimiento del lógos como una ruptura radical con el mito (mýthos). Según esta interpretación clásica, la filosofía surgiría cuando el pensamiento abandona las narraciones míticas para adoptar un discurso racional, argumentativo y universal. Sin embargo, esta oposición «mýtho-lógos», debe matizarse porque nos presenta el nacimiento del lógos como si se tratase de un corte brusco que, sin embargo, no se corresponde ni con la realidad histórica ni conceptual del pensamiento griego.
El mito no supone un pensamiento irracional en sentido estricto, sino una forma simbólica de explicación del mundo: usa historias para dar sentido al origen del mundo, del mal, de la muerte, del orden en la sociedad, etc. Sin embargo, recurrir al mito no es pensar de forma incorrecta o pensar sin lógica, sino pensar de otra manera. Por ello, llamar «irracional» al pensamiento mítico constituye un error si entendemos la razón sólo como ciencia o lógica moderna.
Lo cierto es que el mito tiene su propia coherencia interna, y trata de responder a preguntas que son fundamentales, incluso antes de que surgiera el pensamiento científico. Para ello, no efectúa una separación de la naturaleza, la divinidad o la sociedad, sino que todo aparece unido en un mismo relato.
El lógos no elimina de golpe el mito, sino que lo transforma, de manera que el paso del mito al lógos no constituye una ruptura brusca, sino una transformación histórica en la manera misma de hablar y de entender el mundo, tal y como ha subrayado Jean-Pierre Vernant.
En las sociedades arcaicas, el discurso mítico nos remite siempre a una realidad que se sitúa más allá del hablante, y que hace referencia a los dioses, los antepasados, la tradición,etc. Pero, con el surgimiento de la polis griega, esto cambia profundamente. ¿Por qué? Porque la nueva organización política introduce un espacio nuevo: el espacio público, en el cual las decisiones no se imponen por el linaje aristocrático, lo religioso o la tradición, sino que deben ser debatidas y defendidas ante el resto de los ciudadanos. Es decir, la palabra pierde su carácter ritual y se convierte en una palabra política: hablar implica convencer, responder, replicar, argumentar…
Es así como el lógos nace como una nueva forma de discurso que consiste en dar razones y no en repetir los relatos sagrados. Se trata de convencer al resto de los ciudadanos de porqué una afirmación debe ser tenida en cuenta o aceptada.
La escritura alfabética refuerza todo este proceso porque fija el discurso, de manera que la palabra escrita queda en los textos y puede ser analizada por cualquiera en cualquier momento. Todo esto propicia el desarrollo del pensamiento abstracto, el uso de los conceptos y la coherencia lógica. Estos son, entre otros, rasgos esenciales que caracterizan el lógos o discurso filosófico.
Sin embargo, autores como el citado Vernant insisten en que el lógos no elimina el mito. Muchos conceptos filosóficos conservan estructuras simbólicas que son heredadas del pensamiento mítico, pero que ahora se someten a un examen racional.
En definitiva, el lógos surge cuando la palabra deja de tener valor por aquello a lo que remite (los dioses, la tradición…) y comienza a ser valorada por su capacidad de ser discutida, razonada, argumentada.
Vernant subraya que el nacimiento de la filosofía y de la razón no es sólo un milagro o un cambio intelectual, sino que está acompañado de un cambio político, social y cultural: una nueva forma de los ciudadanos de vivir juntos y dar razón del mundo.
En los filósofos presocráticos, el lógos aparece estrechamente ligado a la comprensión del orden del cosmos (kósmos).
Heráclito es, sin duda, la figura clave. Para él, el lógos no es solo el discurso humano, sino que es «la propia ley que rige el devenir de todas las cosas«. ¿Qué quiere decir Heráclito con esta afirmación? Que el mundo -el cosmos- está presidido por el cambio, por el devenir. Pero dicho cambio no es caótico ni arbitrario, sino que sigue una ley –lógos– que lo gobierna. Además, esa ley no es una norma que se impone desde fuera, como si procediera de un dios caprichoso, sino que es inmanente a la realidad: pertenece a la realidad misma. Comprender el mundo, en suma, es captar ese orden racional que preside y regula todo cambio o devenir en el mundo. Los contrarios, afirma Heráclito, –día/noche, vida/muerte, guerra/paz, etc.- son necesarios y se regulan mutuamente. No se anulan…
Otros presocráticos, como Parménides, adoptan una perspectiva distinta. En su conocido poema –Perì phýseōs, «sobre la naturaleza«- el lógos aparece como el camino de la verdad frente a la vía de la opinión (dóxa). Parménides describe un viaje simbólico en un carro guiado por unas doncellas que se dirige hacia la diosa de la Verdad (Alétheia). Es una manera poética de representar el tránsito desde el desconocimiento y la mera opinión, hacia el verdadero saber.
Si en Heráclito, el lógos quedaba identificado como «la ley que rige el devenir del cosmos», en Parménides el lógos se identifica con un discurso riguroso que reconoce y afirma el ser como único, inmóvil e inmutable.
Aunque Heráclito y Parménides parecen oponerse, en realidad ambos coinciden en concebir el lógos como una vía privilegiada de acceso a la verdad.
En Platón, el lógos adquiere una dimensión claramente dialógica y pedagógica: diálogo y enseñanza.
La filosofía no se presenta como un sistema cerrado, sino como un ejercicio del diálogo (dialégesthai), que está orientado a la verdad. El lógos es el medio a través del cual el alma puede ascender desde la mera opinión hasta el conocimiento verdadero (epistéme).
En sus diálogos, Platón otorga al lógos nuevas funciones además de las ya señaladas por Heráclito y Parménides. Por ejemplo, el lógos define conceptos, examina creencias, refuta errores y orienta el alma hacia el bien. No es un mero instrumento técnico, sino una práctica ética e intelectual: pensar bien es hablar bien y dialogar correctamente.
Además, para Platón, el lógos también está vinculado a la estructura del alma racional (logistikón), la cual es una de las tres partes del alma que gobierna sobre las otras dos -la parte irascible, o Thymoeidés, y la parte apetitiva, o Epithymetikón– Así, el lógos no solo ordena racionalmente todo discurso, sino también la propia vida y alma humanas. La filosofía, por lo tanto, entendida como ejercicio del lógos, es una forma de cuidar el alma.
Con Aristóteles, el lógos alcanza una formulación más sistemática. El ser humano es definido como «zôon lógon échon», que viene a significar «el ser vivo o animal que posee lógos». ¿En qué consiste esa posesión del lógos? Esta posesión no consiste o se reduce sólo a la capacidad de hablar, sino que implica la capacidad de deliberar sobre lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo perjudicial. Para Aristóteles, el lógos se convierte, por tanto, en el fundamento de la vida ética y de la vida política y social.
En sus obras, Aristóteles sigue profundizando en lo que entiende por lógos. En la «Retórica», por ejemplo, Aristóteles distingue el lógos como uno de los modos de persuasión, junto con el êthos y el páthos. En efecto, en esa obra, Aristóteles defiende que la persuasión no sólo depende de la lógica fría, sino de otros modos complementarios que actúan e influyen sobre el que escucha. El lógos es el modo argumental, que aporta razonamientos, pruebas, coherencia… El Êthos es el modo que tiene que ver con la credibilidad moral del que habla; con su honestidad, su prudencia, su autoridad, etc. Por último, el Páthos, es el modo de las emociones. Es el modo que moviliza las emociones y los afectos y tiene enorme importancia porque las decisiones humanas no son estrictamente racionales la mayoría de las veces. .
En otras obras, como la «Metafísica» y en los «Analíticos«, el lógos aparece como definición, explicación y articulación conceptual de la realidad. En este sentido, para Aristóteles, conocer es dar razón de lo que algo es. El lógos se convierte así en el vínculo entre pensamiento, lenguaje y ser. No hay conocimiento sin lógos, ni lógos verdadero sin referencia al ser.
La herencia del lógos griego atraviesa toda la historia de la filosofía. Sólo podemos indicar, tras el breve recorrido del lógos en la filosofía de los griegos, que el estoicismo lo reinterpretará como principio racional del universo; el cristianismo lo asumirá en clave teológica, identificando el lógos con el principio divino: la palabra de Dios, reveladora y creadora; La modernidad lo transformará en razón humana autónoma, que está vinculada al propio sujeto, como fuente de conocimiento y de verdad; y la filosofía contemporánea, especialmente en Heidegger, cuestionará y denunciará el empobrecimiento del pensamiento cuando la razón se reduce a su utilidad meramente práctica o técnica.
Extendernos en todos estos desarrollos del lógos a lo largo de la historia de la filosofía, excede con mucho de las pretensiones de este simple artículo del blog.
Sin embargo, incluso en sus críticas, el pensamiento occidental no ha dejado de dialogar con el lógos griego. Todavía hoy, persiste la exigencia de dar razones, de justificar el discurso y de buscar la verdad mediante el pensamiento argumentado. Ese imperativo racional, no sólo no se ha extinguido, sino que continúa siendo uno de los legados más decisivos que de la tradición griega llevó a la filosofía y a la cultura occidentales.
Para concluir, el lógos griego no es simplemente el origen histórico de la filosofía, sino una conquista intelectual que sigue condicionando nuestra manera de pensar. En tanto que palabra, razón y discurso, el lógos articula la relación entre lenguaje, verdad y realidad. Su aparición marca el nacimiento de una forma de racionalidad que tiene su fundamento en la argumentación y en la búsqueda compartida del sentido de la realidad y del mundo.
Comprender el lógos griego es comprender el gesto fundacional de la filosofía misma: el paso de la palabra narrativa a la palabra que da razón; del relato sagrado al discurso crítico; del mito al pensamiento racional, pero sin perder del todo la profundidad simbólica del primero.
Además, comprender el lógos griego como gesto fundacional de la filosofía permite iluminar críticamente el estado del discurso político actual, marcado en gran medida por la erosión de la racionalidad pública. El lógos se configura en la actualidad como una forma de estar en lo público, de habitar el mundo, que exige responsabilidad en el uso de la palabra, apertura hacia la crítica y reconocimiento de los límites. Sin todo esto, la política, como vemos en numerosas ocasiones, se reduce a la propaganda o al ruido.
Volver al lógos griego no es un gesto de erudición, sino un gesto de crítica muy necesario. Significa que el discurso político no consiste sólo en persuadir, sino en responder ante los demás, en dar razones de lo que se afirma y en aceptar críticamente cualquier examen que pueda realizarse sobre nuestra propia palabra. Si el lógos persiste y está presente, entonces es posible sostener todavía un espacio común de sentido, de verdad y de convivencia democrática…
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