Manuel Vicent: el arte de pensar en tiempos de ruido

En esta España crispada, donde el grito ha sustituido al razonamiento, y el insulto a la argumentación, leer a Manuel Vicent es como entrar en el claustro de un monasterio medieval: se apacigua el alma y se ordena la inteligencia.

Es por esto que estas líneas son un acto de agradecimiento, desde el lector al escritor, por esa virtud, escasa en estos tiempos, de cultivar la elegancia, la ironía y la belleza.

Cada columna dominical es un recordatorio de que es posible pensar sin ladrar. Cuando las palabras se degradan en titulares agresivos, vacíos de contenido e insultantes, su prosa es un refugio lleno de contenido y de significado.

Desde luego, posee una crítica afilada, pero no es rencorosa ni sectaria. Su lectura supone un reencuentro con la opinión expresada desde la dignidad.

Manuel Vicent no es un político, pero entiende la política mejor que muchos de los que la ejercen profesionalmente. Frente a presidentes, obispos, generales o banqueros, mantiene un distanciamiento irónico propio de la persona que ha vivido lo suficiente y no necesita venerar a nadie.

Es un escritor de izquierdas; tiene un alma republicana, ilustrada y ética, sin duda, pero en él, ser militante de izquierdas no consiste en la repetición ciega de consignas partidistas, sino en defender con inteligencia y con humor las causas de la libertad, la igualdad y la belleza.

Su mirada sobre la derecha no es de odio, sino de cierta decepción: la derecha que él conoció leía a los clásicos, cuidaba las formas y creía en el Estado: se refiere a una derecha que leía a Azorín, que citaba a Ortega y que defendía el Estado educadamente. Hoy, nos dice, esa derecha está ocupada por voceros que esparcen vulgaridad en el debate político. Él, en cambio, escribe como aquél que ha vivido mucho y ofrece permanentemente un guiño de complicidad con los lectores que aún creen que las palabras pueden salvarnos.

Vicent es un cronista de una España que pasó desde el blanco y negro al color, del miedo a la democracia, del sueño europeo al desencanto actual. Enseña que la política es una forma de dignificar la convivencia y su memoria personal se mezcla con la memoria colectiva. Por eso, cuando se le lee asiduamente, es más fácil comprender mejor quiénes somos.

Muy recientemente, en su artículo «He tenido un sueño» evoca la época en que la derecha y la izquierda en España encarnaban ideales nítidos y diferenciados. La derecha, dice, «gente de orden, educada y culta«, y la izquierda, «idealistas y soñadores». Había un equilibrio saludable en la vida pública: conservadurismo honrado frente a ideales humanistas.

Sin embargo, el escritor anota en su columna el declive de las últimas décadas. Un declive que parece no tener retorno a corto plazo. Gentes de la derecha, antes refinada, han adoptado un lenguaje de taberna, vulgar y combativo, sin fundamentos ni cortesía parlamentaria. Por su parte, gentes de la izquierda han traicionado sus valores y sus ideales, abrazando ambos, derecha e izquierda, prácticas corruptas.

Vicent clama por la restauración de aquella distinción profunda entre una derecha moderada, europea, limpia y una izquierda también limpia, inteligente y fiel a sus ideales. Vicent siente, como muchos de sus lectores, que la política ha perdido el alma y que inteligencia ha sido sustituida por las consignas. Por eso, sus líneas son una defensa sutil de lo que realmente importa: la palabra justa y, además, bella. El sueño a que se refiere en su artículo no es otro que volver a una política donde el respeto, el diálogo y la ética prevalezcan sobre el odio y lo zafio.

Hoy día, Vicent arremete contra la ignorancia de los diputados, contra el histerismo presente en las redes sociales, contra los curas hipócritas y violadores, o contra los políticos y banqueros que nos roban. Pero cuando hace todo esto, su voz no es la de un resentido sino la de un moralista ilustrado, al estilo de Montaigne, o Larra, o Pla. Tal vez, uno de los últimos moralistas de esta democracia ya cansada, como también lo ha sido José María Guelbenzu, aunque este último nos acaba de dejar… (DEP). Aunque no escriben de la misma manera, los dos coinciden en algo esencial: la democracia se enferma cuando la política se convierte en espectáculo, cuando nos olvidamos de las personas en favor de las consignas…

Vicent, simplemente, pasea su lúcida mirada por este mundo que habitamos. Su diagnóstico es muy claro: sin civilidad, sin una moral compartida, la democracia se degrada y es urgente recuperar la esencia de dos fuerzas complementarias que se respeten y dialoguen con argumentos, no con amenazas.

Yo no conozco personalmente a Vicent, pero sus lectores le debemos muchas lecciones de claridad y de civismo. Él es capaz de escribir con rabia pero también con compasión; ser crítico sin ser dogmático; un defensor a ultranza de la cultura como forma de vencer a la barbarie.

Quedamos deudores de ustedes, señores Vicent, Guelbenzu, Muñoz Molina, Julián Marías …

3 respuestas a “Manuel Vicent: el arte de pensar en tiempos de ruido”

  1. No soy lector habitual de Vicent, pero suscribo de la cruz a la fecha el análisis que realiza y que con tanta claridad has resumido.

    Lamentablemente, esta entrega, como la anterior de Adela Cortina, me parece que tienen poco eco en la sociedad actual y mucho menos en la clase política. El sistema educativo tampoco ayuda y la juventud no recibe herramientas que le permitan tener un pensamiento crítico, sino simple adoctrinamiento.

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    1. Hola César. Te agradezco de nuevo que leas y comentes sobre el blog…
      Es cierto, lamentablemente, que reflexiones como las vertidas en el artículo sobre Vicent o sobre Cortina, no son muy tenidas en cuenta hoy, en especial por la clase política.
      Sobre el adoctrinamiento, antes de poder articular una respuesta justa, me gustaría saber a qué adoctrinamiento concreto te refieres: ¿qué doctrinas ideológicas se imparten desde el sistema educativo? Y supongo que por sistema educativo te refieres a todo el sistema, público, concertado, privado, o especialmente a alguno más que a otros…

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      1. No me refiero a un adoctrinamiento estrictamente ideológico, sino a la paulatina bajada en el nivel de exigencia y conocimientos que se adquiere durante las distintas etapas educativas, tanto en el ámbito púbico como en el privado. Una sociedad con un bajo nivel cultural es mas fácil de manipular.

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