
Este lunes, 28 de julio de 2025, por primera vez, dos ONG israelíes como B’Tselem y Physicians for Human Rigths, han acusado de manera pública al Estado de Israel de estar cometiendo un genocidio en Gaza.
Esto supone, en principio, un punto de inflexión que conviene destacar: hasta ahora, las acusaciones provenían solamente del ámbito internacional o palestino, nunca desde el propio Estado de Israel.
B’Tselem habla directamente de «un régimen genocida” que busca destruir intencionadamente la sociedad palestina. Es decir, no se están señalando acciones puntuales o excesos militares -que ya serían graves de por sí- sino que se denuncia una acción de poder planificada, sistemática y con intención destructiva. Es una estrategia que atraviesa el ejército, la política, el discurso público y las decisiones estratégicas.
Precisamente, decir que hay intención de destruir o aniquilar, a una colectividad entera, es usar la definición de crimen de genocidio, según la Convención de la ONU de 1948: «Se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal» (art. III).
La Convención, enumera a continuación los actos que constituyen genocidio: «matanza de miembros del grupo; lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial; medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo«.
Que sea, precisamente, una ONG israelí, judía, quien sea capaz de poner el dedo en la llaga dentro del propio Israel, es un acto muy valiente. Lo que se está diciendo es muy claro: esto no es un error, ni una autodefensa desmedida, ni una guerra justa en la que se han podido cometer excesos… Esto es una forma de exterminio planificado.
La última frase cambia el eje del debate: a partir de ahora, el debate no gira sobre quién disparó primero, o cuántos civiles murieron accidentalmente. Se trata de que estamos siendo testigos de un crimen histórico con nombre propio: genocidio.
Por su parte, Physicians for Human Rigths se fija en el colapso del sistema sanitario de Gaza propiciado como arma de destrucción, al documentar muertes por falta de atención médica, hambre y precarias condiciones de vida. Esta ONG estima que la esperanza de vida cae hasta los 35 años en Gaza, por la desnutrición, las enfermedades, la falta de alimentos o de atenciones básicas.
Ambas organizaciones parecen coincidir en que las muertes masivas -alrededor de 60.000 personas, incluidos 18.000 niños- junto con la destrucción de las infraestructuras vitales, los desplazamientos forzosos, los bloqueos a las ayudas internacionales, o las muertes en las colas de reparto de alimentos, cumplen con la definición legal de genocidio, a la que nos hemos referido más arriba.
Desde luego, ha habido algunos antecedentes: La Corte Internacional de Justicia, reconoció en enero de 2024 la posibilidad de genocidio y exigió mayor acceso a la ayuda humanitaria en Gaza. También Amnistía Internacional calificó la campaña como genocidio en diciembre de 2024, y pedía la intervención de la comunidad internacional. O, más recientemente, en junio de 2025, cuando una comisión de la ONU hablaba también de «exterminio» sistemático contra civiles palestinos.
Sin embargo, la acusación es particularmente poderosa cuando se lleva a cabo desde dentro de Israel, debido a la carga histórica del término genocidio en relación con el Holocausto. En efecto, la identidad israelí, a partir de 1948, está totalmente entrelazada con el recuerdo del Holocausto y con la promesa del «nunca más«, como una promesa fundacional del Estado de Israel. Por eso, cuando una organización judía, compuesta por ciudadanos que viven bajo esa identidad histórica, dice que su propio Estado está cometiendo genocidio, entonces no es una acusación interesada o ideológica, es una denuncia desde el propio corazón de la historia que ha dado sentido a Israel.
Por ello, las dos ONG israelíes rompen un tabú al calificar así la política del Estado de Israel y hacerlo, además, públicamente. Esta ruptura, para el propio Israel, tiene un valor simbólico y ético incuestionable porque cuestiona los discursos oficiales de Israel y del apoyo internacional que recibe y toca de lleno el tema de la responsabilidad de los aliados occidentales de Israel por no frenar esas acciones, o bien por facilitarlas expresamente.
Por otra parte, estas ONG reclaman movilización política, en Israel y fuera, y la intervención urgente para detener el «genocidio«.
La pregunta que puede hacerse ahora es: ¿la denuncia de las ONG va a cambiar algo o todo seguirá igual?
En realidad, hay muchas posibilidades de que todo siga igual porque Israel cuenta con impunidad, respaldo político, militar y diplomático de la primera potencia del mundo, con la ambigua posición, hasta ahora, de la UE, o con el desinterés de China o Rusia. Además, aunque estas ONG tienen prestigio en el extranjero, dentro de Israel han sido vistas muchas veces como traidoras o enemigas. Por otra parte, la saturación de la sensibilidad internacional, con las imágenes de Gaza, puede acabar diluyéndose en cierta indiferencia.
Pero también se abre una grieta que puede resquebrajar el monopolio del discurso israelí, hasta ahora centrado únicamente en que se actúa en defensa propia por los atentados de octubre de 2023. El camino es largo pero la disidencia, al menos ética, siempre comienza con unos pocos: ¿cómo se pueden seguir vendiendo armas a Israel o vetando sanciones cuando organizaciones israelíes alertan sobre el genocidio?
Estos informes, desde luego, no garantizan justicia, pero la acercan un poco más. Al menos, los ciudadanos de Israel ya no podrán decir «no lo sabíamos».
Cuando tu propio país comete atrocidades, es más difícil denunciar desde dentro que hacerlo desde fuera. Lo más fácil, y también lo más normal, es justificar, minimizar o mirar para otro lado. Pero el verdadero compromiso ético no se calibra por lo que alguien denuncia sobre su enemigo, sino por lo que es capaz de señalar en su propia casa.
B’Teselem ha roto el silencio recordando, tal vez, al imperativo de Kant o, más propiamente, al de Emmanuel Lévinas, autor de una de las propuestas éticas más profundas del pasado siglo XX. Muy en síntesis, Lévinas considera que la ética no es una parte de la filosofía, sino su fundamento y, como eje central de su ética, está la «responsabilidad hacia el otro«. Una responsabilidad que es anterior a cualquier elección o juicio. En suma, para este filósofo que nació en una ciudad de la actual Lituania, la ética no es una norma externa sino una llamada interior provocada por el sufrimiento de los demás.
En conclusión, bajo el título de “nuestro genocidio” nos hallamos en un momento especial y crítico: dos ONG judías, en el corazón de Israel, desafían la narrativa oficial y dan validez a lo que muchos venían denunciando; rompen los silencios; reavivan el debate global y exigen actuar legal y políticamente.
Ojalá que, espoleada por el término genocidio, la comunidad internacional no sólo reciba esta llamada ética, sino que responda con actuaciones basadas en la justicia, el derecho internacional y la humanidad.
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