Ayuso, el clima y el comunismo.

Esta última semana, España ha sufrido un nuevo y doloroso capítulo de la terrible realidad que cada verano nos visita: decenas de incendios forestales han devorado paisajes, ciudades y memoria. En Castilla y León, en Ourense, en Toledo, en lugares del sur como Tarifa, en el maravilloso paisaje de las Médulas, moldeado por los romanos, o en Tres Cantos, la ciudad en la que vivo… Entre todos esos lugares, miles de personas tuvieron que abandonar sus hogares… alguna de ellas ya no podrá volver jamás a su casa.

No hablo solamente de un desastre ambiental; hablo de las heridas que el fuego abre, cada vez con más profundidad, en nuestra identidad colectiva. El fuego ha consumido espacios que eran parte de nuestra historia, de nuestra historia personal, testigos silenciosos de nuestras vidas cotidianas. Calles que conocemos y por las que hemos transitado, tal vez desde niños; bosques llenos de vida, de secretos y de magia, que son parte nuestra y que hoy han quedado reducidos a ceniza.

Y mientras las llamas devoran lo que amamos, el negacionismo climático se erige como otra forma de fuego: lento, invisible, incendiario. Negar la conexión entre el cambio climático y esta ola de incendios no solo es irresponsable: es criminal. Es mirar hacia otro lado cuando el dolor de los que lo pierden grita desde los pueblos evacuados, desde los bosques muertos, desde las cenizas…


Todos los sabemos: el fuego es elemento constitutivo de este pequeño planeta en el que vivimos. Ayudó a conformarlo – mucho antes de que los humanos aparecieran – y todavía hoy, varios miles de millones de años después, sigue ardiendo en su interior, contribuyendo a que la vida en la superficie sea posible.

Su presencia siempre nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia y no siempre ha sido una fuerza destructora. Al contrario, en nuestros albores como especie, fue nuestro mejor aliado – calor, luz, alimento -, que nos permitió superar la amenaza de la oscuridad y de la muerte cuando éramos, tal vez, las criaturas más frágiles de la Tierra. Los griegos – siempre los griegos – narraron la ayuda que el fuego prestó a los humanos en forma de mito: Prometeo, uno de los titanes, robó el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres: les estaba entregando, en definitiva, la base de la técnica y de la civilización. Desde entonces, el fuego ha seguido acompañándonos, renovando ecosistemas, marcando el ritmo de la naturaleza, limpiando y regenerando el suelo, forjando metales, cocinando alimentos… Pero la historia de Prometeo es también una advertencia: el fuego, como la inteligencia, es ambivalente. Puede elevarnos hasta el progreso o puede precipitar nuestra ruina. En estos últimos días, el fuego prometeico no ha sido signo de liberación ni de progreso, sino el recordatorio implacable de que, si no ejercemos nuestra inteligencia en la protección de la Naturaleza que nos sostiene, terminaremos consumidos por la misma fuerza que un día nos hizo poderosos.


En efecto, lo que antes era parte de un ciclo natural se ha convertido hoy en una amenaza de destrucción creciente, alimentada por un clima que cambia más rápido de lo que nos podemos adaptar. No sólo es una destrucción material, ahora, cada llama no solo consume árboles o casas: consume también la memoria de nuestros paisajes, de nuestros pueblos o de las personas que fallecieron bajo su acción.

Hemos mencionado la palabra clima y es constatable que el fuego se ha convertido en un síntoma feroz y en una expresión dramática del cambio climático – hay otras muchas -. Salvo los negacionistas, ya no podemos hablar de episodios aislados, sino de un patrón global donde las temperaturas récord, la sequía prolongada y los vientos extremos alimentan fuegos más rápidos, incontrolables y devastadores.

La ciencia lo dice con claridad: el calentamiento global alarga las temporadas de fuego, reseca los suelos y reduce la capacidad de regeneración de los bosques. Lo que antes podía ser un accidente o una negligencia – intencionada o no – se convierte ahora en una catástrofe anunciada. Y cuando el fuego llega, no solo destruye: arranca recuerdos, rompe vínculos y mutila paisajes que forman parte de nuestra identidad.

Pero frente a este dolor colectivo, hay una amenaza silenciosa que agrava la tragedia: el negacionismo climático. Negar el vínculo entre el cambio climático y la virulencia de los incendios no es escepticismo: es un acto criminal de indiferencia. Es mirar hacia otro lado mientras las llamas se multiplican. Es retrasar las políticas necesarias para reducir emisiones, proteger ecosistemas y preparar a las comunidades para lo que viene. El negacionismo se disfraza de debate legítimo, pero en realidad es un cómplice que alimenta el fuego desde estamentos de poder.

Los negacionistas hablan de economía, pero callan sobre el coste real de la destrucción. Invocan la libertad para permitir que se siga contaminando, pero ignoran que la libertad se pierde cuando tu casa, tu tierra o tu bosque se reducen a cenizas. Y mientras ellos niegan, los incendios avanzan: queman sumideros de carbono, expulsan toneladas de CO₂ a la atmósfera y arrasan vidas humanas y no humanas.

Ayer, 11 de agosto, mi ciudad, Tres Cantos, se vio cercada por las llamas, azuzadas por un viento incesante y poderoso. Una persona, con el 98% de su cuerpo quemado, ha fallecido finalmente en el hospital al que fue trasladado en helicóptero. No me puedo imaginar su terrible sufrimiento…

Pero si traigo a colación Tres Cantos no es porque sea la ciudad donde resido, ni por la magnitud del incendio – en estos últimos días hay otros de mucha mayor dimensión destructiva en términos materiales o de riqueza histórica -, sino porque Tres Cantos pertenece a una Comunidad en la que su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, hace gala de su ignorancia y de su falta de sensibilidad, al posicionarse en numerosas ocasiones a favor del negacionismo. En su manifiesta idiotez, en la sesión plenaria de la Asamblea de Madrid, del 10 de noviembre de 2022, se permitió afirmaciones como que: “desde que la Tierra existe” ha habido cambio climático, y que la izquierda no puede “seguir contra la evidencia científica porque tienen en su cabeza el comunismo” para impulsar una agenda de reformas que, “en algunas ocasiones es una gran estafa” y “empobrece cada vez más a más ciudadanos” (Fuente: Diario El País, 10-11-2022).

Esta es la posición pública de nuestra presidenta: poner en duda el consenso científico, equiparar la conciencia climática con ideologías comunistas o, incluso, llegar a cuestionar también los efectos que la contaminación tiene sobre la salud, afirmando que nadie ha muerto por su causa.

¿Qué reflexionar ante esto? Sin duda muchas cosas: la negación como renuncia al deber público; la siembra de confusiones; el desprecio por la salud pública; dañar la confianza institucional, faltar a la responsabilidad entre generaciones, etcétera.

Pero sólo voy a destacar una que considero especialmente representativa: se trata de una falta moral, sencillamente. Cuando alguien con responsabilidad política, como la señora Ayuso, distorsiona la realidad del cambio climático, no está ejerciendo una discrepancia que puede ser legítima, sino que pisotea un deber ético fundamental: el de proteger la vida y el bienestar de aquellos a los que representa.

En mi opinión, es un auténtico despropósito que los madrileños hayamos elegido, para que nos gobierne, a una persona que no entiende en absoluto que gobernar implica la custodia de un bien común que no nos pertenece, sino que solo lo recibimos prestado: el territorio, el clima, los ecosistemas. Su actitud no es neutral: es parte constituyente del problema. La degradación moral que personifica Ayuso, no es sólo por lo que dice, sino por lo que implican sus palabras: la renuncia constante a la verdad cuando esta resulta incómoda para sus intereses políticos.

  • Epílogo

La lucha contra los incendios, adquiere ahora una doble significación: una batalla inmediata contra las llamas y una batalla cultural contra quienes niegan su vínculo con la crisis climática. Combatir el fuego requiere agua, técnica y valor; combatir el negacionismo exige verdad, compromiso y la valentía de actuar antes de que todo arda.

Nuestras ciudades, nuestros pueblos, nuestros bosques o nuestros campos, son nuestros latidos. Defenderlos es defender miles de vidas y defender también la dignidad de quienes han trabajado en esos espacios, en los que se han construido, no sólo riqueza y patrimonio, sino infinidad de vivencias que nos recuerdan quiénes somos y de dónde procedemos.

Cada incendio que dejamos avanzar por inacción o por negacionismo es una renuncia. Una renuncia a la belleza, a la memoria y a la posibilidad de un mañana más limpio y justo. Frente a las llamas no basta con llorar lo perdido. El duelo y la tristeza debemos transformarlos en acción y compromiso. Es urgente volver a recuperar en su totalidad los íntimos vínculos con la Naturaleza y con la Tierra, que son los que nos han permitido llegar hasta aquí, y repensar la idea de establecer un compromiso moral de dejar a quienes vengan después de nosotros un planeta habitable y justo.

Hoy, Tres Cantos ha perdido un habitante. Tenía aproximadamente 50 años. Su muerte, por la acción de un fuego y de un viento devastadores, tiene que dejar heridas profundas en su familia pero también en nuestra conciencia y en nuestra memoria. Y eso, señora Ayuso, no tiene nada que ver con el comunismo…

2 respuestas a “Ayuso, el clima y el comunismo.”

  1. Avatar de believerbeautifulce1dfbc7b1
    believerbeautifulce1dfbc7b1

    la negación como renuncia al deber público.Ahí está la cuestión, la negación de lo público, de lo de todos, en favor de los intereses privados.Esa es su idologia, la del PP, no son estúpidos, utilizan cualquier cosa, cualquier para aniquilar lo público y a sus defensores. *Y si, yo creo que la defensa de lo común frente a lo privado eso es comunismo * *Sus alusiones al comunismo como el mal, no deja de ser otra brillante estratégia de eliminación del enemigo *

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