En 1486, Giovanni Pico della Mirandola escribe su «Oratio de hominis dignitate« cuyo significado literal es «Discurso acerca de la dignidad humana». En esos momentos, Europa se sitúa ante un umbral intelectual sin precedentes: el Renacimiento, con su redescubrimiento de los textos clásicos y su confianza en el poder creador del espíritu humano, trata de buscar la palabra adecuada que resuma ese nuevo impulso, y la palabra es dignitate (dignidad). La dignidad ha de entenderse aquí no sólo en su sentido moral, sino como algo que es inherente al valor propio del ser humano, debido a su libertad, a su creatividad y a su capacidad intelectual.

En efecto, con sólo 23 años, Giovanni Pico della Mirandola, escribe que el ser humano no tiene un lugar predeterminado o fijo dentro del cosmos, sino que es el único ser capaz de crear su propio destino. Eso equivale a decir que no somos meros súbditos de un orden divino; ni estamos atrapados en una esencia fija; al contrario, somos libertad, posibilidad, construcción personal. Lo que formula Pico de manera muy clara es una nueva idea central del humanismo: la dignidad humana no proviene de lo que somos, sino de lo que podemos llegar a ser. Esta nueva visión del hombre marcará toda la filosofía moderna: desde la «autonomía» de Kant, hasta la libertad de Sartre, la filosofía volverá una y otra vez a la idea de que el ser humano no tiene esencia fija, sino que se construye a través de sus actos.
En definitiva, el «Discurso» de Pico della Mirandola es un discurso de afirmación y llamamiento de la libertad. Se trata de algo más que de un simple elogio del ser humano, al convertirse en una teoría filosófica acerca de la condición humana, entendida ésta como «indeterminación radical». Es decir, el hombre no es un ser acabado, ni una criatura sujeta a un destino prefijado. Es, ante todo, un proyecto: es el único ser que no es lo que es, sino que es aquello que decide llegar a ser. La Oratio adquiere aquí un tono casi existencial: el ser humano está llamado a decidirse; no hay ningún destino impuesto, pero tampoco ninguna excusa es posible: la dignidad es responsabilidad.
La «dignidad» que Pico della Mirandola concede al ser humano, está en radical oposición con la concepción medieval, según la cual la identidad humana quedaba estructurada de manera rígida y jerárquica, al haber sido creada por Dios con una finalidad determinada: para Pico,la libertad es autocreación; para el mundo medieval, la libertad era la obediencia correcta al plan de Dios.
Así es como el pensamiento de Pico della Mirandola marca un giro decisivo: se pasa del hombre como algo dado y prefijado por Dios, al hombre como un proyecto abierto: esa es la raíz del humanismo renacentista.
El discurso comienza con una escena cósmica: Dios ha creado el universo siguiendo un modelo neoplatónico en el que cada criatura ocupa un lugar definido: los ángeles en lo más alto; los animales en lo más bajo; los astros en sus órbitas perfectas; la naturaleza entera bajo las leyes inmutables…
Es un universo ordenado y jerárquico que Pico hereda: todo tiene su función y su lugar. Pero nuestro pensador introduce algo revolucionario: en ese orden, aun siendo perfecto, queda un hueco vacío para pueda ocuparlo un ser que sea capaz de relacionarse con todas las dimensiones del universo y comprender su sentido. ¿Por qué? Porque todas las criaturas creadas hasta el momento no pueden cumplir las funciones de contemplar el universo, ni comprenderlo racionalmente, ni establecer una relación afectiva o espiritual con el cosmos: los ángeles contemplan, pero no participan de lo material; los animales participan del mundo material pero no pueden comprender; las plantas viven, pero no tienen conocimiento; y la materia existe, pero no siente.
Por eso falta algo: un ser que pueda contemplar, amar y comprender ese orden: «un ser que participe de todas las dimensiones del cosmos sin confundirse con ninguna». Esta frase es la clave y es, a su vez, profundamente filosófica, porque significa que el Ser Humano tiene cuerpo -como los animales-; tiene sensibilidad y emociones -como los seres vivos-; tiene razón e intelecto -como los ángeles-; y tiene capacidad espiritual y ética -como los seres superiores-. Pico nos está diciendo, en el fondo, que el hombre es un puente o un punto de articulación entre todas las realidades del universo.
Ahora bien, la siguiente idea capital es que ese hueco, esa «posición vacía», es lo que hará posible la libertad humana.
¿Por qué esto es decisivo? Porque si Dios no ha asignado al hombre un lugar definido en la jerarquía del cosmos -algo que sí ha hecho con los animales, las plantas o los ángeles- entonces el hombre nace sin un destino prefijado, sin una identidad cerrada y sin una esencia definitiva. Y es justamente esta ausencia de un sitio preestablecido desde donde surge la libertad humana. La libertad nace, por tanto, de que el ser humano no es algo hecho, sino que está llamado a construir su propio lugar en el cosmos. Puede elegir, cambiar, transformarse, ascender o descender…
Dios crea entonces al hombre y, en un gesto sin precedentes, no le atribuye ninguna función determinada. Le sitúa en el mundo, pero no le otorga un lugar fijo dentro de él y, el propio Dios –en el inicio del texto de Pico-, se dirige al hombre recién creado con estas palabras: “No te he dado ni lugar determinado, ni forma propia, ni tarea alguna, para que ocupes el lugar, adoptes la forma y cumplas la función que tú mismo desees”. Es la declaración fundacional del humanismo: el ser humano como soberano de sí mismo.
El hombre, afirma Pico, es una especie de “camaleón metafísico”. Con esto, no está utilizando una metáfora, sino que hace referencia a la principal característica, según él, de la condición humana: la capacidad de transformarse, de adoptar modos de ser que son muy distintos unos de otros y de situarse en distintos niveles del cosmos. En efecto, el ser humano puede subir o bajar, elevarse o degradarse, en función de sus actos y decisiones.
El ascenso, se produce cuando el hombre cultiva su razón, su capacidad contemplativa, su orientación hacia el bien, o cuando lleva a cabo una vida ética y filosófica. Pero, de igual manera, puede descender cuando se deja arrastrar únicamente por lo instintivo, lo sensible, lo irreflexivo, la ignorancia o por la esclavitud que imponen las pasiones o los deseos incontrolados.
La grandeza del ser humano, aquello que esencialmente le distingue de otras criaturas del cosmos, es precisamente esa posibilidad tanto de elevación como de degradación. El ser humano, según Pico, actúa a la manera de un artesano, de un poeta o de un artista, que es capaz de modelar su propia vida. Es decir, dispone de esa libertad creadora que le permite convertirse en el centro del Renacimiento. El humanismo renacentista en, último término, es un movimiento que concede confianza plena al espíritu humano, a su potencial creador, racional, ético y estético.
En su «Discurso«, Pico della Mirandola, nos propone «cultivar las semillas» que Dios ha depositado en nosotros. Cada semilla representa una posibilidad para poder transformar nuestra propia existencia. En ese contexto, la libertad deja de ser sólo un simple poder de elección, para convertirse en toda una tarea ética en la construcción de nuestro propio ser.
Es también importante señalar el papel que desempeña el saber en ese proceso de transformación del ser humano. Para Pico, el conocimiento no es una mera acumulación erudita -como había sido en gran parte de la Edad Media, marcada por la repetición de las obras de las autoridades eclesiásticas o filosóficas y por la interminable sucesión de comentarios de textos, sin verdadera conversión interior, sino que es una vía de perfeccionamiento. Conocer no es almacenar información, sino elevar el propio ser.
El saber auténtico adquiere en el Discurso de Pico un carácter ascético: exige disciplina, ejercicio y purificación, y conduce al alma a formas superiores de vida intelectual y espiritual. Por ello, su Discurso es también una defensa apasionada de la filosofía y de la cultura como elementos de elevación: a través del conocimiento, el hombre asciende y se humaniza plenamente.
Pero, lo extraordinario de la propuesta intelectual de Pico della Mirandola es su voluntad de integrar tradiciones diversas, incluso aquellas que durante siglos se habían considerado incompatibles. Su época está marcada por la disputa entre escuelas filosóficas, tensiones teológicas, barreras culturales, etcétera, pero él se atreve a defender que todas las corrientes de pensamiento contienen, de una manera u otra, diversos aspectos y fragmentos de una misma verdad. Por eso, trata de reunir a Platón con Aristóteles, a los neoplatónicos con los escolásticos, a los poetas griegos con los profetas hebreos, a la Cábala judía con el cristianismo…
No se trata de alcanzar -ni mucho menos de imponer- una uniformidad, sino una concordia: una armonía de voces y de discursos que reflejen la amplitud del espíritu humano. Su convicción profunda es que la verdad es una, aunque los caminos para llegar a ella sean múltiples y las diferencias doctrinales sólo tienen sentido cuando se entienden como puntos de partida para el diálogo; como oportunidades para que la razón humana ejerza su poder de interpretar, conciliar y elevar las distintas tradiciones hasta un horizonte común. El humanismo que nace con Pico della Mirandola se aleja, pues, de las disputas medievales para proponer algo muy distinto: una unidad superior del conocimiento. Él está convencido de que el mundo intelectual es un como un mosaico donde cada tradición aporta una pieza y es la razón humana la que puede ensamblarlas para formar una imagen completa. En definitiva, esta idea anticipa la idea moderna del conocimiento que busca una visión global, abierta, crítica y creativa del mundo. .
Como vemos, la grandeza del Discurso de Pico no está sólo en su defensa de la dignidad del hombre, sino también en su visión acerca de un saber universal que trasciende fronteras filosóficas, culturales y religiosas. La «revolución renacentista» no es un movimiento sólo cultural, sino también espiritual: el mundo ya no es un valle de lágrimas, ni una vida de tránsito hacia la vida eterna; es un espacio de creación, conocimiento y libertad.
En el centro de ese espacio, la dignidad humana impregna la filosofía, la política, la cultura, etcétera. Sin esa idea, no habría Ilustración, ni teoría de los derechos humanos, ni ética moderna. Nuestro filósofo, natural de la localidad de Mirandola -cerca de Módena– inaugura una nueva manera de estar en el mundo: una manera abierta a la pluralidad de saberes y consciente de que el ser humano es capaz de elevarse sin perder su condición de fragilidad, al mismo tiempo.
La Oratio tiene hoy una vigencia sorprendente. Vivimos en un mundo en el que las identidades se vuelven rígidas, no integradoras; en el que la tecnología moldea nuestras vidas y en el que la libertad parece diluirse en automatismos sociales, económicos y digitales. Recuperar a Pico es recordar que el ser humano solo es plenamente humano cuando se hace cargo de sí mismo, cuando acepta que su dignidad no proviene de ningún origen sagrado ni de ninguna esencia biológica, sino de su capacidad de construir, elegir y transformar.
Pico defendía que el saber no es acumulación de datos, sino transformación del alma. Hoy, en un tiempo de información constante, inmediata, descontextualizada en muchas ocasiones, su reflexión adquiere un profundo sentido crítico. La pregunta que Pico lanzaría a nuestro tiempo podría ser: ¿el conocimiento que consumimos nos eleva y transforma o, simplemente, nos distrae? Hemos visto que él pretendía unir tradiciones diversas, pero hoy vivimos lo contrario: polarización, fracturas culturales, discursos de odio y enfrentamiento, desinformación y simplificación constante...
En tiempos de incertidumbre, la Oratio nos devuelve una imagen esperanzadora: somos seres en camino, abiertos a la posibilidad, responsables de nuestra trayectoria y capaces de otorgar sentido a nuestra propia existencia. La dignidad humana -que da sustento a nuestra libertad- constituye el núcleo mismo de nuestra humanidad. No se trata de ningún privilegio garantizado, sino de una excepcional tarea de superación que cada generación tiene que volver a asumir como propia; como si volviéramos a escuchar la voz de Pico della Mirandola alzarse desde el tiempo en que vivió, para recordarnos que la condición humana nunca está concluida.

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